El primer día

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—Arriba, James —ordenó Remus— . ¿Vais a llegar tarde el primer día? ¡Sirius despierta!
—Sólo un poco más —contesté adormilado.
—Un poco más implica quedarse sin desayuno.

Eso era tentativo, pero Remus no iba a poder conmigo. Tenía la cabeza aún dando vueltas, producto de la noche anterior y estaba seguro de que si movía la más mínima parte de mi cuerpo, mi cabeza estallaría.

—Callaos ya —dijo James, uniéndose a la conversación mañanera—. Corre las cortinas Peter.
—Peter, deja las cortinas —ordenó tajante Remus— . Si así queréis empezar el curso, bien por vosotros. Yo me largo.

Entreabrí los ojos y pude ver cómo Remus abandonaba la habitación, muy seguido de Peter. Cuándo nos quedamos sólos, me estiré lo más que pude y con gran esfuerzo, me levanté de la cama. Tuve que quedarme quieto mientras mi cabeza se acostumbraba a mi posición en vertical. Tras haber dejado de ver doble, abrí mi baúl y busqué el uniforme y la túnica que no me preparé ayer. Me vestí rápidamente y me miré al espejo. Tenía unas grandes bolsas moradas alrededor de los ojos. Suspiré mientras me acomodaba el pelo. Cogí la mochila con todo lo necesario para el día de hoy y miré a mi amigo que se había vuelto a dormir.

—James —le llamé mientras le zarandeaba bruscamente, casi tirándole de la cama—. ¡Eh, James! —grité.

Tiré de la sábana que le cubría llevándome varios insultos instantáneos. Había conseguido que se incorporara de golpe. James tenía un aspecto terrible y me costó la vida aguantarme la risa.

—Luego te veo.

Dicho esto cerré la puerta y bajé al Gran Comedor deseando que aún quedasen bizcochos calentitos.



Transformaciones había sido un auténtico dolor de cabeza. Literalmente.

«Nota mental: no volver a beber ni a celebrar ninguna fiesta el día de llegada»

Me encontraba horriblemente mal, pero no era el único. James tenía cara de muerto. Estaba pálido, y el pelo lo tenía peor que de costumbre.

—Das pena —le había susurrado en medio de clase.

Asintió desorientado.

Además, la clase no había sido muy productiva. La profesora McGonagall se había pasado media clase hablando sobre lo importante que sería la Transformación en nuestras vidas, si queríamos seguir estudiándola. Dos minutos más, y habría caído dormido en la mesa. Para mi sorpresa, Remus, de vez en cuando, cerraba los ojos durante unos largos segundos.
Y qué decir tiene, que compartíamos clase con los de Hufflepuff. Nadie interesante entre ellos, nadie en quién fijarse.

Para mi suerte o más bien desgracia, teníamos doble clase de Pociones. Digo suerte, pues compartíamos clase con Ravenclaw y por fin, podría saludar en condiciones a Elisa. Ayer, habíamos compartido un par de palabras en el Banquete de Bienvenida. Bajamos a las Mazmorras con parsimonia, viendo cómo los demás estudiantes, sobre todo los nuevos, entraban en pánico cuando no encontraban una clase o cuando no sabían cuál les tocaba. Sin poder evitarlo, una oleada de nostalgia me atravesó por dentro, como si algún fantasma se hubiera cruzado en mi camino. Este era el último año que iba a pasear por estos pasillos, el último año que comería en el Gran Comedor, el último año que saldría a los terrenos de Hogwarts.
Suspiré y entré en clase.

—Canuto, llévame a la cama, por favor —susurró James en mi oídio.
—¡No me toques! —grité asustado y alejándome de él, con cara de asco.
—¡Pero tengo sueño!—se quejó James, agarrándome de la pechera y balanceándome.
—Quita! —grité.
—¡Canuto, por favor!
—James, Lliy está ahí, ¿por qué no se lo dices a ella?
—Estás de broma—dijo cambiando radicalmente su expresión, a una más seria. Pareció pasársele el sueño de repente.

CanutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora