Duelo al anochecer

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Aquella noche no pegué ojo. Habíamos tenido que pasar horas sentados en el frío y duro suelo casi sin hablar, pues no sabíamos a ciencia cierta si alguien estaría afuera esperándonos. Y, con aquel espantoso frío y con los nervios a flor de piel por si escuchábamos pasos, no cerramos los ojos en ningún momento. Aunque haber pasado la noche con ella y haber tenido su cabeza apoyada sobre mi hombro durante horas, hizo que la velada no hubiese resultado tan mala. 

En aquel momento estaba en la Sala Común. Esperaba que todos, o por lo menos James, bajaran atosigándome a preguntas y que siguiesen haciéndolo durante todo el día. Pero yo tenía cosas más importantes en las que pensar, a parte de sus preguntas inquisitivas. El valiente de Potter había quedado a medianoche con Snape en el Bosque Prohibido. Él solo. No era algo que me asustase de verdad. Sabía de sobra que James era mucho más fuerte que Snape. Pero éste último, sabía mucho más que nosotros de magia negra y estaba seguro de que si la cosa se ponía muy fea, no iba a tener problemas en usarla. James no podía ir sólo esta noche.

 —¡Pero mira quién está aquí! —gritó mi amigo el valiente—. Habrás dormido bien, ¿verdad?

James tenía una estúpida sonrisa y a mi me estaban dando arcadas. Remus y Peter le seguían mirándome con las cejas arqueadas.

  —¿Y si te digo que no he dormido nada?—contesté.

Error.

La cara de Remus se tornó en una mueca de disgusto, los ojos de Peter se abrieron a más no poder y el rostro de James se desfiguró, pero siguió conservando la sonrisa. Decidí pasar de ellos y subir a los dormitorios a coger las cosas necesarias para el día de hoy. Cuando bajé, ellos me esperaban ya en la puerta de la sala común. Hoy no iba a ser un día fácil, y necesitaba hablar con Lupin y Pettigrew a solas cuanto antes. Sabía de sobra que James no iba a permitir que le acompañásemos esta noche, pero no podíamos dejar que Snape le lanzase algo más que unos simples maleficios.

  —¿Cómo ha sido? —susurró James.

  —¿A qué te refieres? 

  —A tu noche.

 —¿En serio pensáis que pasó algo?

  —Todos lo hacemos, Sirius —añadió Remus, sin apartar la mirada del frente.

  —Bien, pues no pasó nada. ¿Me oís? Nada.

 —¿Y por qué no dormiste ayer en tu cama? —esta vez fue Peter quién habló.

  —¡No pude! Filch casi nos pilla cuando volvíamos de los terrenos. Y tuve suerte de que Peeves no apareciese y se pusiese a gritar en medio de los pasillos.

  —¿Y qué hacíais fuera tan tarde? —atacó de nuevo James.

  —Trasplantar Mandrágoras seguro—bromeó Remus.

Todos rieron. No sé que me impresionó más, si la imagen que tenían de mí mis propios amigos o que Remus hubiese hecho un comentario gracioso. Quizás fue por la segunda razón o tal vez por la primera, porque si la pensaban tenían toda la razón del mundo, pero me reí. Las risas no duraron mucho tiempo, pues una persona de pelo negro y grasiento, se cruzó con  nosotros. Él y James se miraron con profundo odio y siguió su camino.

—¿No has cambiado de opinión?—pregunté.

—¿Por qué debería hacerlo? Es solo Quejicus. No durará ni diez minutos.

— Lo que tú digas.

La verdad es que no esperaba que hubiese dicho lo contrario, es más, esperaba que se hubiese encarado conmigo. Por primera vez en todo el tiempo que llevaba en Hogwarts, sentía que mi amigo llevaba las de perder. Seguimos caminando hacia nuestra primera clase del día, aunque más serios que antes.

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