Las sospechas de James

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A la mañana siguiente, aún seguía dándole vueltas a la conversación que habíamos mantenido James y yo hacía apenas unas horas. No quería creer las sospechas de mi amigo. Simplemente, no podía.
James había estado frío y distante toda la mañana. Casi no hablaba y más de una vez, le había pillado mirando a Remus disimuladamente, con el ceño fruncido. Era una locura y estaba seguro de que esto, tarde o temprano, nos pasaría factura a todos nosotros.
Ya era la quinta vez que intenta hablar con él, pero me rehuía una y otra vez. ¿Es que yo había hecho algo? No.
Pero James era así. Se enfadaba con alguien y lo pagaba con todos los que estábamos alrededor. Parecía un huracán que nos arrastraba a todos con él.
Gracias a sus ganas de ignorarme, el segundo día había sido más pesado que el anterior. Incluso, consiguió que yo me enfadase. Y ese no era mi plan, porque se suponía que hoy podríamos por fin, saludar a Snape. Pero claro, el señor Potter tenía otras cosas en las que pensar. Unas estúpidas paranoias que se había montado él solo en su cabeza, sin venir a cuento.

La primera clase después de comer era Encantamientos. Algo bueno para distraerme. La clase estaba cerca de la biblioteca, por lo que la mayor parte de la casa Ravenclaw estaría por allí. Y, por primera vez en mi corta vida, no me apetecía nada ver a Elisa. Tendría que aguantar sus preguntas y sus miradas acusadoras durante la clase y, quién sabe si también durante la hora de cenar. Pero me arriesgaría.
Entré rápido en la clase, y me senté en la mesa que compartía con Remus. Delante nuestra estaban Peter y James. Éste último no se había dado la vuelta para hablar mientras venía Flitwick. Y lo mejor era, que Lupin y Pettigrew se empezaron a dar cuenta de que algo pasaba con nosotros.

—¿Qué os traéis vosotros? —preguntó Colagusano.
—Nada.
—No me lo creo —insistió—. Cuéntame qué pasa, ¿os habéis vuelto a pelear por una tontería?
—No pasa nada, Peter. Estoy cansado, eso es todo.

Sin creerse mi palabra se giró y comenzó a sacar el material para la clase. James se revolvió el pelo al ver pasar a Lily a su lado. Se paró a unos pocos metros de Potter.

—A las nueve en la puerta de la Sala Común, James.
—Allí estaré —respondió con la voz ronca. Parecía mentira que hubiese hablado. Creo que fue la primera vez que había abierto la boca en los que llevábamos de día.

Por un momento desconecté y mi cuerpo actuó por sí solo. Mis ojos, cautelosamente, se dirigieron a mi compañero de mesa. Miraba el lugar donde unos minutos antes había estado Lily. Después retiró la mirada de allí y ladeó la cabeza.
Fue entonces cuando las palabras de James volvieron a repetirse en mi cabeza. Pero no podía ser. Remus nunca le haría eso a unos de sus mejores amigos. Y aunque apoyará firmemente mi palabra, sentía que se debilitaba un poco.
Sacudí de inmediato la cabeza, ¿cómo podía yo pensar eso?

La clase se empezaba a llenar y por suerte, no vi a Elisa. Supondría que estaría en una de las mesas del fondo. Tampoco giré la cabeza para comprobarlo.

—Muy bien, sacad las varitas y los libros. Todos, señor Potter. Siento el retraso. Al parecer los de tercer curso han tenido problemas con unos cuantos... En fin, comencemos la clase.

¿Sabes esa sensación de repetición, cuándo estás dando algo que ya sabes? Pues así me sentía yo en la mayoría de las clases. Podría sonar egocéntrico, pero qué le hacía yo si gozaba de aquel privilegio. Los profesores me decían que era hereditario, que toda mi familia había sido así y que yo, obviamente, no iba a ser una excepción. Aunque me tendría que sentir alagado, sólo sentís repugnancia y vergüenza de pertenecer a la familia a la que pertenecía. Mis padres eran unos monstruos, que interponían la sangre antes que sus propios hijos. Y mi hermano... 

—¿Qué haces, Sirius? —susurró Remus.

Me miré mis manos y comprobé lo fuerte que estaba agarrando la pluma. De inmediato dejé de pensar en aquello, que lo único que hacía era ponerme peor.

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