Capítulo 9

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Al mediodía del día siguiente a San Valentín, cinco horas después de haber despertado sola, Lali estaba sentada en el sofá, cambiando de un canal a otro del televisor. Vestida con un chándal viejo y unos calcetines gordos de lana, se sentía tan desaliñada como estaba. El cielo gris del exterior reflejaba lo que pasaba en su interior.

Había quedado desolada al descubrir que él ya se había ido, pero el sentido común le decía que era lo mejor. Le había ahorrado el bochorno de lo que sin duda se habría convertido en una despedida con lágrimas. Con un suspiro, apagó la tele y se obligó a reconocer la razón de su abyecta tristeza, porque sólo podía haber una explicación de por qué sentía como si le hubieran extirpado el corazón.

Se había enamorado.

-Lali: ¡Argh! —cerró los ojos y dejó caer la cabeza en el respaldo del sofá.

«Fantástico, Lali». Si enamorarse en el momento inoportuno del chico inoportuno fuera una prueba olímpica, ella ganaría la medalla de oro. Su única esperanza era que ese ataque de amor se desvaneciera pronto. Quizá un baño caliente y un poco de chocolate la ayudaran a superarlo.

Oh, sí… eso la ayudaría. «No». En su mente se materializó una imagen de los dos en la bañera y gimió. Y probablemente durante los próximos cincuenta años, cada vez que comiera chocolate pensara en Peter. Suspiró, se puso de pie y fue al cuarto de baño, decidida a echarse agua fría en la cara y despertar de una maldita vez. Tenía que leer un capítulo antes de su clase de esa noche. No había nada como un par de horas de química orgánica para apartarle la mente de Peter y su corazón maltrecho. Se concentraría en la universidad y se olvidaría de él. Era un plan excelente.

Entró en el cuarto de baño, encendió la luz. Luego miró el espejo. Y reculó aterrada. Parecía algo que ni siquiera los cachorros querrían enterrar en el patio. Su pelo era el nido de una rata, salía erizado en todos los ángulos. Tenía los ojos hinchados con manchas de rimel debajo. Piel pálida, con surcos de lágrimas, la nariz roja… cielos. Seguía aterrada cuando sonó el timbre. Los cachorros comenzaron a ladrar con furia y los oyó correr hacia la puerta.

-Lali: Tranquilos —dijo al entrar en el pequeño recibidor.

Como era su costumbre, miró por las ventanillas que flanqueaban la puerta. Y se quedó helada. Durante unos tres segundos.

Luego abrió y miró a Peter en mudo asombro.

Mientras los cachorros lo recibían alborozados, ella logró decir:

-Lali: Hola.

-Peter: Hola —se subió las gafas y parpadeó— ¿Estabas mirando una película de miedo?

-Lali: ¿Una película de miedo?

-Peter: Tienes ese aspecto de pelo de punta —le miró el chándal viejo y sonrió— Estás…

-Lali: No lo digas.

-Peter: … hermosa.

Antes de que ella pudiera hacer algún comentario, Peter cruzó el umbral, esquivó a los cachorros saltarines, la tomó en brazos y le plantó un beso que le hizo ver las estrellas.

-Peter: Hermosa —repitió, besándole el cuello.

-Lali: Debes de tener las gafas empañadas —se sintió impulsada a señalar, aferrándose a sus hombros para no deslizarse al suelo.

-Peter: No. Debían de estarlo antes, pero no ahora. Todo es perfectamente claro ahora.

Ella se echó para atrás en el círculo de sus brazos.

-Lali: ¿Qué haces aquí?

En respuesta, él cerró la puerta, la tomó de la mano y luego la condujo a la sala de estar. Los cachorros los siguieron antes de continuar hacia la cocina en busca de algo de comida en sus cuencos.

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