Capítulo 2

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Kimberly estaba descolocada, no sabía cómo reaccionar ante lo que vio. Franco se ofreció a darles un recorrido mientras estaba lista la comida, pero su madre se excusó diciendo que prefería hablar con Elena para saber si podía quedarse con ellas.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó al chico.

—Es una mujer de provincia, no está acostumbrada a tratar con extranjeros.

Ella se molestó ante la absurda respuesta pero no dijo nada. Se dirigían hacia el jardín cuando escucharon un fuerte graznido y un cuervo se lanzó en su dirección, solo pudo tirarse al suelo, cuando vio a su alrededor no había nada.

—Vaya ¿pensará que quieres robar alimento? —dijo el joven fingiendo diversión pero su voz se notaba forzada y la veía con inquietud.

—No sabía que un cuervo fuese tan mezquino —expresó molesta. Limpiándose el pantalón corto y las piernas regresó al castillo. Franco la siguió sin decir nada.

—¿Tú te quedas? —preguntó ella notando la mueca de disgusto en él.

—Depende de nana y de tu madre. El acuerdo fue que solo les dejaría el auto y regresaría en unos días.

Cuando entraron a un salón el aroma a comida los guio a uno de los comedores. Su madre ya se encontraba allí junto a Elena que en ningún momento elevó la mirada hacia ella. Los cuatro se sentaron a comer en silencio hasta que Franco le preguntó a Olivia si le gustaba el lugar a lo que la mujer contestó emocionada que era mejor de lo que esperaba.

Kimberly estaba incómoda por la reacción de la señora e hizo de todo por lograr ganársela, comió de todo lo que había en la mesa alabando el sabor, aroma y la calidad de la comida para sorpresa de su madre, ya que la joven no acostumbraba a comer demasiado. Su sacrificio valió la pena, cuando Elena paso a su lado para recoger los platos esbozó una insipiente sonrisa.

Dentro del castillo estaban acondicionadas cuatro residencias, ellas se quedaron en la más grande, decorada con muebles de época. Después de la comida, entró a una de las habitaciones. Al desvestirse se sintió observada, sentía la cabeza enorme y no tenía el valor de voltear, no se escuchaba nada pero sentía algo... no sabía qué. Casi corriendo entró al baño, abrió la llave y ésta hizo un sonido extraño como si dentro de las tuberías había algo. Se quedó viendo fijamente la salida de agua pues no salía nada, hizo un gesto de impaciencia. De pronto, un chorro fuertísimo de agua le dio en pleno rostro, sacándole una maldición. Ya odiaba el lugar y no había pasado ni un día.

Al terminar de arreglarse, pasó por un salón y vio a alguien de perfil sentado en un sillón de una plaza. Pensó en asustar a Franco, dio un paso más y el muchacho la llamó desde atrás. La confusión la invadió, cuando volteó hacia la silla no había nadie. Hizo un gesto de angustia que provocó una sonrisa en el italiano.

—Nunca había visto comer tanto a una chica de tu tamaño —contestó con burla y luego ofreció —Puedo mostrarte el resto del castillo si quieres.

—¿Te quedarás? —interrogó esperanzada, no quería estar sola en ese tenebroso lugar.

—Tu madre no me necesita hasta dentro de unos días y tengo cosas que hacer.

No podía explicar la sensación de desolación que sintió ante sus palabras. Asintió, despidiéndose para luego ir por su madre.

Compartieron varias horas, cenaron juntas y después se despidieron de Elena para ir a dormir.

Se durmió casi de inmediato y despertó tiempo después al recordar que no había hablado con su amiga para contarle sobre su llegada. Resopló molesta al comprobar que no tenía señal. Quiso volver a dormir pero no pudo, encendió la lámpara al lado de su cama y buscó su libro por toda la habitación sin éxito. Volteó a la ventana, un hermoso gato estaba sentado en el alféizar, se acercó y al extender su mano para tocarlo, el animal se erizó y bufó fuerte saltando hacia el patio. Impresionada se asomó por la ventana, a pesar de estar en el primer piso era bastante alto pero no logró ver nada en la oscuridad.

El CamafeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora