Sin mirar

171 11 2
                                    


NOTA DE LA AUTORA

Debo decir que estoy más que agradecida con todos ustedes. ¡Se acuerdan de esta historia! No pasó ni un minuto de haberla publicado cuando puff, tenía 10 leídos y 3 votos el prefacio. Hago esto porque es una nueva edición, ¡sí! Pasé mucho tiempo tratando de componerla y acá está.

Peeero, debo pedirles paciencia. Estoy en las últimas semanas de la universidad y casi no tengo tiempo ni de ir al baño. Subiré en cuánto pueda. 

Por lo pronto no desesperen, Abril volvió con todo.

Disfruten.

— ¡Voy a llegar tarde! —le grito al sudoroso chofer del taxi de mediana edad.

—Era más bonita cuando no hablaba —escucho que masculla el hombre.

—Sí, sí, eso dicen todos. Ahora métale el acelerador a fondo o dele un permiso a mi abuela para que conduzca.

Es tan fácil presionar a la gente para que hagan lo que quiero. Puedo ser angelical. Angelicalmente manipuladora; después de todo descubrí que tengo un don. Algo que es bastante estúpido pero útil: saber mentir y manipular como una niña de tres años.

El hombre tomó un atajo y en un dos por tres vi a René en la esquina sosteniendo mi agenda y un café. Ahí estaba, lo que he estado construyendo durante casi la mitad de estos años sin él: la fundación literaria. ¿Qué hacemos? Recoger libros de editoriales y regalarlos a los niños de orfanatos.
¿Por qué lo hago? Tendría que contar la historia de mi vida. No obstante, la visión es clara: esparcir la educación en el mundo.

—Querida, en el salón de belleza aún no han abierto. No he podido constatar una cita —René me sigue hasta el edificio envejecido, con fachada en ladrillos y una escalerilla metálica para subir hasta la puerta.

—No importa, total no creo que tenga tiempo hoy —se hacen 2 años de aquel día y me obsesionado con estar hermosa este día en especial, aunque por lo visto este año no podré. Vah, no necesito un día al año cuando puedo ser hermosa todos los días de mi vida.
Camino por el recibidor iluminado por las luces blancas incandescentes y una que otra fotografía de niños sonrientes con libros distintos. Me detengo frente a la pared en un vistoso azul, observo las sonrisas que he creado y miro a René, quien me mira con sus ojos avellana casi preguntando si estaba cerca de mis días.

—Ahora repacemos la agenda de hoy ―musité siguiendo adelante sobre mis botas de tacón alto hasta mi oficina; un cubículo con paredes en vidrio y adornado con sofás en color crema y flores frescas. El temible escritorio me espera, porque no es que hago solo esto; también me dedico a escribir y modelar.

―A las diez de la mañana, debes ir a una entrevista para un periodicucho que quiere hablar sobre tu «aparición inesperada». El problema con eso es que a las diez treinta llega un cargamento de libros para el orfanato ―mi pintoresco amigo con cejas más perfectas que las mías, se me queda mirando con un gesto que solo puede pertenecer a él; su ceja izquierda se levanta, sus ojos se achican y sus labios se extienden con lentitud en una sonrisa―: Si alguien no me presta atención es porqué...

― ¡No! ―grito con una voz casi ahogada―, de ninguna manera ―René parece un niño en una librería (sí, de pequeño le gustaba leer más que comer dulces) ―. No hay nadie que siquiera me ponga a pensar en amor o corazones, es solo que no sé qué haré sin ti ―suspiro mientras acomodo mi codo cubierto por mi suéter tejido sobre el frío vidrio de mi escritorio.

Se irá. La única persona con la que he contado hasta para no contar, se irá. ¿Motivos? Quiere casarse y cumplir su sueño de viajar por el mundo. ¿Cómo puedo detenerlo? ¿No sería un acto egoísta?

René resopló y se sentó en la silla para invitados ―: Estarás bien, cariño.
Al escuchar esas palabras, un nudo se me arma en la garganta y solo digo ―: Claro.

Pero lo cierto es que me caigo a pedazos, por una vez me he puesto a pensar en que de verdad estoy sola. Me levanto y para alejar todo pensamiento de mi cabeza, saco un bolígrafo de las gavetas de mi mesa de trabajo, busco en mi bolso el móvil que tomo entre blancas manos y sacudo en el aire ante la mirada atónita de René ―: Manda por texto la dirección del periódico. Nos vemos ahí. Tengo compras que hacer.

No quería hacerlo, en serio que no necesito ser egoísta; he pasado mucho tiempo alentándolo a cumplir sus sueños, a ir detrás de quien ama. Pero, cuando los amigos y la familia se van, ¿qué queda? ¡Dinero por ser empresaria, compras y comida!

¿Qué va? Salgo a la fría calle de Brooklyn y una ventisca me golpea haciendo que mis cabellos vuelen por todos lados. Odio que pase eso, tomo una liga de mi bolso mientras camino por la acera y mientras tanto de acomodar el desastre con vida propia, que dice llamarse cabello, un susto me recorre al ver la muerte casi de frente.

Iba a cruzar la calle sin ver y un camión a toda velocidad, pasa casi pisando mi pie con su rueda. Mi primer instinto es gritar, el otro maldecir y el siguiente maldecirme mientras lloro.

― ¡Serás idiota! ―me digo más a mí que a otra persona, pero entonces un hombre me responde desde mis espalda―: Es su culpa, señorita.

Volteo y me encuentro con un par de ojos color hierba, una nariz respingada y un cabello despeinado por la ventisca. Quedo neutra, sin nada más que quedarme como un Dori, la de buscando a Nemo: tarada y boqueando, sin recordar siquiera como hablar.

El chico solo me mira con algo vacío dentro de él y murmura ―: ¿Está bien?

Vuelvo en mí y digo con voz seca ―: He estado mejor ―doy la vuelta y sin dejar que él hable cruzo la carretera negándome a mirar hacia atrás.

Haciendo jugo con mi media naranjaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora