Parte sin título 9

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Como hoy.

He subido las persianas y el sol irrumpe aquí frenético, iluminando el encerado del parquet,

entibiando mi cubrecama azul cobalto. En el deck he puesto Permanent Waves de Rush. En

el velador, bajo el poster de Farrah Fawcett con los pezones apretados bajo la polera roja,

un vaso con un resto de vodka y jugo de limón reposa.

Estoy en la cama, tumbado, raja, pegoteado por la transpiración y el Hawaiian Tropic,

desnudo excepto por mis calcetines grises, sin fuerzas siquiera para limpiar las manchas

blancas y tibias que saltaron sobre mi pecho y comienzan ya a secarse, mientras yo caigo,

apresurada y convencionalmente, en un sueño que espero sirva de algo, me devuelva a un

estado que me haga sentir mejor. Mucho mejor.

Cierro los ojos.

El aroma es intenso, hormonal.

El sol se siente bien. Taladra, atonta, vuela.

Estoy en Rio, Ipanema, frente al número Nueve. En la costa norte de Maui, El Cementerio

de Reñaca, Malibu o Zuma, en las playas pedregosas de la isla de Malta.

Estoy en Santiago.

Estoy en la cama, tumbado, raja, pegoteado por la transpiración y el HawaüanTropic, que

ya está logrando su efecto.

Olor a carne quemada, olor a la Cassia, olor a mí.

Estoy en Santiago. Solo. Pero estoy.

El Lerner apareció tipo seis y te despertó. Lo atendió tu hermana Bea. Te vestiste lo más

rápido posible, porque ninguna de las excusas que se te ocurrieron servía para explicar tu

soleada y mojada siesta. Le pasaste la Rolling Stone: pusiste el disco de The Blues Brothers

y te fuiste a duchar, rápido. Te lavaste dos veces el pelo, con un bálsamo importado que tu

padre compró porque retarda la calvicie.

—Vamos a la casa del Rusty. El Papelucho se consiguió unos cogollos muy buenos. Todo el mundo

va a estar ahí.

—Pensaba ir al cumpleaños de la Rosita Barros.

Le mostraste el disco de Christopher Cross.

—¿Por qué? ¿Qué onda tienes con ella?

Quisiste decirle: más onda que con el Papelucho y el Rusty, definitivamente más que con el

Nacho.

Pero dijiste:

—No, ninguna. Es por hacer algo.

Y agregaste:

—Además va a ir la Antonia.

—Olvídate de esa mina. No vale la pena. Es última. No es para ti. Ni para nadie. A mí siempre me

ha apestado. No le creo ni lo que reza.

—Puede ser. Pero igual quiero ir al cumpleaños.

—Anda después. Nos fumamos unos joints y así llegas más relajado. De repente hasta te

La Mala OndaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora