Vamos, Matías, cambia de tema, desvía tu atención, esto no te conviene, no lleva a ninguna
parte, maneja un poco más lento, ¿quieres? Hay algo en ti, una suerte de rabia, un odio, una
carencia, algo que te asusta, cualquier cosa, que no te permite entrar en el juego, dejarte
llevar, cerrar los ojos y disfrutarlo. Es por tu egocentrismo, recuerda. Si no fuera por él,
ahora estarías con la Antonia. Pero eso es imposible. No por ella. Por ti. Quizás tenga
razón. Tú eres el intolerante, el que no se entrega, o se esconde, o todos esos clichés que
siempre andan rondando, jodiendo, recalcando tu diferencia: eres un solitario, un
parqueado, un egocéntrico...
Basta. Esto no lleva a ninguna parte. O, por lo menos, a nada nuevo. Has caído en este
trance antes y siempre has salido peor de lo que entraste, ¿no? Entonces basta, cambia de
onda, de frecuencia, aléjala de tu mente, piensa en otra cosa...
Es de noche, la fiebre del sábado ya se desató, hay bastante tráfico en Las Condes, los autos
llenos de parejas que se besan en los semáforos. Tú estás solo, pero no por eso mereces
morir. Sientes que te miran desde los autos. Opinan:
re huevón, parqueado el sábado por la noche. Pero eso es solo la cascara. En realidad, no
ven, no ven absolutamente nada.
El Canta Gallo está a tu derecha y al otro lado el puente para cruzar el Mapocho y llegar al
Mampato. De ahí se sigue a oscuras en dirección a La Dehesa, donde tampoco hay nadie,
así que sigues derecho, rumbo a El Arrayán, sigues y sigues, pero no hay caso. El día te ha
parecido interminable. Eterno, inútil, traicionero.
Pero imagínate que estás en Rio, rumbo a Leblon, Sao Conrado, Tijuca, con la brisa
caliente que sopla dulce y... Basta... Aterriza.
Enciendes la radio: hay un jingle espantoso que llama a votar SÍ. Pero no, no más...
Votarías NO, lo sabes:pero te faltan cuatro meses... cuatro meses para la mayoría de edad.
O casi. Da lo mismo, te da absolutamente lo mismo. Cambias la radio. En la Carolina, Neil
Diamond canta September Morn. Lo dejas. No tienes ganas de oponerte, solo de seguir.
Pero el camino se acaba. Tan solo hay rocas y árboles y curvas y un acantilado; se oye el
río que cruza rápido bajo las piedras. Eso te asusta. Mejor volver. Bajar. Bajar hasta las
entrañas de esta ciudad amurallada que a veces desconoces y que no te sirve.
El reloj del tablero señala las 21:44. Tempranísimo. Demasiado tarde. No hay nada que
hacer. Te has quedado fuera. No sabes qué está ocurriendo, cuáles son los planes, qué
mierda han preparado los elegidos esta noche. Fiestas, reuniones, hotdogparties, orgías,
garitas de poker. Lata, lata, lata.
Pasas frente al edificio donde vives, pero sabes que no están. Las ventanas se ven oscuras,