Parte sin título 10

54 1 0
                                    


Después sigo rumbo a los quesos y las delicatessen en general. Pero me topo con la Pochi,

que avanza bamboleándose en dirección contraria. Freno el carro, me doy media vuelta,

corto por los detergentes y los fideos y regreso al mismo punto. La Pochi sigue avanzando,

pero ahora me da la espalda. Lleva un abrigo azul marino al que se le adhieren pelusas. La

banda, entretanto, toca marchas militares.

La Pochi dobla e ingresa al pasillo de los tragos y se acerca a la promotora del Martini

italiano. Algo sucede porque en vez de hablar, discuten. La Pochi agarra su cartera y,

escudándose en ella, empuja a la mina a un lado, aprovechando el segundo de desconcierto

para tomarse un vaso entero de Martini Bianco. La promotora se enoja y llama a las otras,

que se notan también alteradas. Las tres le hablan al mismo tiempo pero la Pochi se larga a

reír a carcajadas. Se ríe tan fuerte que yo bajo la cabeza en señal de piedad. Ella sigue

riéndose y tomando Martini Bianco.

—Señora, por Dios, basta —le grita la del Pisco

Capel.

—Verónica, llámate al señor Iñíguez. Apúrate. La Pochi para de reír y mira a las promotoras con la

misma cara con que miró a mi padre. Esta mujer está loca, pienso. Tiene las mejillas rojas y sus

ojos ahora hinchados no perdonan.

—Infelices —les chilla—. Creen que no sé a lo que

se dedican realmente.

Y parte, dejándolas atrás, no sin antes empujar una de las mesitas, haciendo caer todas las

botellas de pisco al suelo. El estruendo es cristalino. Y retumba en todo el lugar.

Me cuesta creer lo que veo. La Pochi se echa a correr con sus tacones altos, que le crean

problemas, arrastrando la cartera como si fuera un perro que se niega a salir a dar un paseo.

—Esa mujer está borracha —me dice la de los Martini—. Se lo ha tomado todo. Ésta es la quinta

vez que viene en diez minutos.

Miro hacia adelante pero la Pochi ya no está. Empujo el carro con todas mis fuerzas y

termino corriendo por el pasillo mientras, por los parlantes, la banda toca a todo lo que da

una salsa o cumbia que me altera aun más. Llego adonde están las cajeras pero no veo a la

Pochi. Un montón de gente apiñada frente a los dulces y mermeladas confirma mi

sospecha: la Pochi está dando un espectáculo público.

Avanzo lento, para no delatar mi conexión con ella, pero hay tanta gente murmurando y la

música suena tan fuerte que debo dejar el carro a un lado e integrarme a la muchedumbre a

empellones. Y ahí está: sobre una tarima verde con un lienzo que dice «Felices Fiestas

Patrias les desea Hipermercado Jumbo». La banda toca ahora esa canción del limbo y la

Pochi, ante mis ojos y los de los demás, se larga a bailar, a mover las caderas y los hombros

en perfecta sincronía. Pero eso no es todo: está bailando con un tipo disfrazado de elefante.

La Mala OndaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora