Cuando llegué al tercero medio C, sentí que el mundo se derrumbaba. Yo, que venía del María Auxiliadora, de un colegio de niñitas "bien", había venido a parar a este liceo con números y letras, que parecía un antro de mala muerte.
En dicho curso estábamos todas las expulsadas, las que habían repetido, las que estaban embarazadas. La escoria que nadie quería recibir, el excremento de la educación chilena.
Yo había sido expulsada.
Mi papá trabajaba en ese tiempo para el Palacio de la Moneda en empaste de documentos de la oficina de extranjería y cuando hubo cambio de gabinete, al primero al que despidieron fue a él.
Adiós buena vida, adiós colegio caro. Y como las monjitas son tan dulces con la gente pobre, a la primera, me sugirieron cambio de colegio, a uno que estuviera a "nuestra altura" monetaria.
Si eres una pobre rata, no puedes estudiar en un colegio de niñitas bien.
En definitiva llegué a este liceo inmundo, que estaba inmerso en un barrio industrial, repleto de galpones, tiendas, mugrerío y sitios eriazos, casi atrapado entre la nada.
El primer día de clases fue horrendo. Todas me miraban con cara de querer devorarme, yo que tenía mis útiles nuevos, gomitas de hello kitty, cuadernos con forro reluciente... ellas con suerte llevaban un cuaderno para todas las asignaturas y un lápiz pasta mascado.
Tenía compañeras punks, metaleras, cumbiancheras, flaites (si no sabes que es un flaite, pues es la peor escoria de la sociedad chilena, ladrones, con cara de malos, que oyen cumbia villera y actualmente reggaetón). En pocas palabras, mi curso era una real mierda.
Todos vivían su mundo propio, armando mini grupitos en donde se asociaban por gustos musicales, donde definitivamente yo, no cabía.
Todos tenían a alguien menos yo.
Yo y ella.
La chica que se sentaba sola al fondo del salón y que definitivamente nadie, pero nadie se le acercaba.
Se llamaba Bárbara. Por lo menos, eso decía su cuaderno. Tenía un corte de pelo masculino, frenillos, y todo el tiempo vestía con chalecos y chaquetas negras, en vez del azul correspondiente al colegio. Nadie le decía nada, ni siquiera los profesores.
Un día, sentí su mirada sobre mí, de alguna forma parecía respirar sobre mi nuca constantemente.
Giré la cabeza y su mirada se encontró con la mía. Sus ojos enrojecidos, inyectados en ira, parecían decirme que algo malo me ocurriría.
- Carolina Cortés –dijo la profesora en voz alta, dirigiéndose a una compañera- Pase adelante a mostrar su disertación.
La voz de la maestra interrumpió la horrible mirada de Bárbara. Una mirada que hasta el día de hoy, no puedo olvidar.
Los días siguientes ya no fueron tan terribles, conocí a un par de chicas, Carmen y Solange, además Carolina también se me acercó y su trato fue bastante amigable.
Caminábamos por el recreo entablando diversas charlas, principalmente sobre los chicos del Barros Borgoño, colegio que quedaba a pocas cuadras del nuestro.
- Oigan, ustedes... ¿qué piensan de Bárbara? –dije, tímidamente.
- ¿De quién? –dijo Solange.
Justó sonó el timbre. Y la inspectora a quien le decíamos la "Pecho de Paloma", debido a su voluminoso busto, empezó a enviarnos "rapidito" a la sala.
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Bárbara.
Horror¿Hasta donde puede llegar la crueldad de una chica? Valentina ha sido expulsada de su colegio anterior, llegando a una nueva escuela de pésima reputación. Ahí encontrará a alguien inesperado, una muchacha que parece estar pendiente de su vida día y...