Escríbeme por favor. Mi mente repetía esa oración decenas de veces al ver su estado de En Línea de WhatsApp. Al final de mi último mensaje se dibujaban dos palomillas azules que indicaban el completo interés de ella hacia lo que yo le había dicho. No te vayas, por favor.
Faltaban pocos días para que ella se marchara del país y se llevara mi alma entre sus perfumes y ropa sucia. No te vayas, por favor; me animé a dejarle ese último mensaje e inmediatamente las palomillas se tiñeron de azul, o al menos eso se suponía ya que mi daltonismo me jugaba malas pasadas con los colores, pero estoy seguro que ya lo había leído. Quizás estaba muy ocupada empacando sus cosas, arreglando papeles, besando otros labios. Quizás le habían robado el celular, una sonrisa, un suspiro, una noche. A ciencia cierta no lo sabré, pero la frase "En Línea" seguía fija allí, al lado de su foto, la que le tomé cuando salimos juntos a tomar un helado mientras usaba el vestido rosa que tanto le luce, con el que nos dimos nuestro primer beso.
Habían pasado ya cuatro días desde la última vez que nos vimos y francamente no sé qué hice mal; reímos, tonteamos, nos besamos; fue un día sumamente perfecto y terminó con la promesa de ir a respirar el aire salado de la costa. Ese último beso no me dio indicios de nada raro, todo parecía normal, incluso el cielo nocturno que nos acompañaba, todo era típico.
Soy un cobarde, no tengo las fuerzas, el valor para ir a su casa y encararla; y es que ¿Qué le voy a decir si no somos nada? Ella es libre como el viento y yo seguía siempre su flujo, detrás de su sombra. No quería perderla pero tampoco quería hacer el ridículo y encontrarla con las manos en la masa, o en algún chico. Las dudas me atacaban y yo me dejaba acribillar, necesitaba respuestas a pesar de saber que al escucharlas sólo un cigarro me calmaría. La nicotina que me mata y me revive.
Mis llaves, el casco, la billetera con más papeles que billetes. El motor rugía mientras las ráfagas de viento golpeaban mi pecho, estaba a pocas cuadras de llegar. Disminuí la velocidad, bajé cambios y con el pie derecho me apoyé en el piso aún con la moto encendida y rugiendo tanto como mi estómago, producto de los nervios. Jonathan, ¿Qué estás haciendo? Mi mente trataba de responder a una auto pregunta, ya sabía la respuesta, sin embargo necesitaba verla con mis ojos rojos.
Veinte pasos, tres suspiros. Estaba frente a la puerta de su casa totalmente oscura y sin vida; me senté a esperar en la acera. El frío se intensificaba al igual que mis nervios, ya no tenía uñas para morder y mis labios morados eran pesa de mi ansiedad, mordidos hasta sangrar un poco. Podía percibir su perfume, ese caro que compró en el centro comercial, conmigo. Su esencia aún estaba allí. Mi teléfono sonó.
-Hola, disculpa por la demora. Acabo de llegar :) espero que no perdamos contacto.
Dos lágrimas resbalaron de mis miopes ojos, me quité los lentes y acerqué el teléfono un poco más a mi rostro. Allí, a escasos 10 centímetros de mis córneas estaba la razón por la que vivía entre las sombras. Se veían felices, se veían completos. Al fin llegaron a su nueva vida; no me invitaron a la boda.
El humo del cigarrillo llenó mis pulmones y vació mis ansias, poco a poco la nicotina me hacía entrar en calor, el reloj marcaba las 1am y tenía que regresar a casa.
Sin camisa ni pantalón. Recostado en mi cama, pensé en cómo el dinero puede comprar el amor y cómo el amor se deja comprar por papeles de diferente denominación. El celular sonó, era una llamada, un número internacional.
-¿Estabas dormido?
-Estaba extrañandote.
-Perdóname, lo nuestro es algo de niños.
-Puedes jugar conmigo cuando quieras.
-Te extraño.
-Entonces ven, ya conoces mi casa.
-Estoy muy lejos, tontito.
-Entonces quédate allí.
Tuve que colgar para que mis patéticos sollozos no se escucharan. Ella nunca más me volvió a llamar y yo nunca más supe de ella, aunque aún la sueño todas las noches.
-
Cuatro años han pasado y yo sigo viniendo a la acera de su vieja casa, cada vez más muerto por su ausencia. El cigarrillo terminará su trabajo; o quizás lo haga el calibre veintidós que llevo conmigo.
Sequé mis ojos rojos.
Bang.
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Historias cortas; como el amor.
RandomNo puedo hacer nada para que vuelvas, porque nunca estuviste aquí. Morfeo y Cupido; los chivos expiatorios perfectos para poder tener un culpable, alguien a quien enfocar el odio, porque estoy seguro que no eres capaz de odiar a esa persona que te r...