Toda mi vida he sentido admiración por los ojos negros, pero los negros de verdad, tan oscuros como la noche y tan brillantes como las estrellas, expresivos y misteriosos, todo un paradigma.
Hasta el momento los únicos ojos negros que había conocido eran los de Sofía, mi vecina. La veía sacar su basura todas las noches, una chica muy amable pero con un novio muy problemático, golpeador y alcohólico, toda una joya. La policía acudía a mí al menos 3 veces por mes buscando declaraciones acerca de violencia intrafamiliar.
Mis días los ocupada siendo un repartidor de comida rápida usando mi vieja moto como medio de transporte, me gustaba mucho el trabajo ya que mientras manejaba podía pensar en muchas cosas: espacio, tiempo, futuro, pasado, muerte, vida, amor. Éste último tema me estaba poniendo nervioso cada día un poco más, estaba en cuenta regresiva según las normas sociales que se inferían, un caballero de 27 años debería estar casado, con hijos y deudas según los ejemplos y lineamientos impuestos a mi alrededor, quería seguir el flujo social, quería encontrar el amor. Pero, ¿Cómo lo voy a encontrar si soy muy tímido? Las únicas veces que podía tener la iniciativa era cuando entregaba los pedidos y tenía que cobrar.
Los ojos son ventanas al alma, eso dicen; eso es lo que creo. Horas, días, meses pasaron y las ansias ante seguir el protocolo social seguían afectando a mi atrofiada mente, necesitaba demostrar que también podía ser uno más del montón. No era creyente, pensaba que la religión se había inventado para darnos esperanzas y forzarnos a ser "buenas personas", pero la desesperación no conoce límites y cada noche doblaba mis rodillas al lado de la cama y torpemente trataba de establecer conexión con el ser supremo que tanto profesan; supongo que es un tipo muy ocupado porque nunca sentí su presencia.
Meses, días, horas corrieron y el cartel que avisaba la necesidad de una ayudante de cocina atrajo a una chica un poco menor que yo, hermosa y delicada, decidida y extrovertida; ojos tan negros como su cabello ondulado. Eliana, 25 años.
Jornadas normales de trabajo nos forzaban a tener contacto y yo estaba muy contento por esa casualidad, pero aun así necesitaba más. Necesitaba ser parte de su vida como ella ya lo era en la mía. Mi mente trabajaba muy fuerte en encontrar la excusa exacta para camuflar mis intenciones amorosas y poder entablar contacto más personal. Horas, minutos, segundos al día le dedicaba al mismo tema, estaba por darme por vencido hasta que por mensaje de texto me llegó un aviso del jefe; Fiesta el sábado en la noche, asistencia obligatoria. ¿Así por las buenas quién no iría?
7:00pm; estaba fuera del lugar de recepción con mi mejor atuendo, el que pensaba usar para la fiesta de navidad en casa de mis padres. Al entrar pude ver a todos los repartidores, vendedores y cocineros de toda la franquicia a nivel estatal, otros de mi especie; nadie hablaba con seguridad, sólo ella, la chica de ojos negros y labios rojos. Estaba muy maquillada y con un vestido escotado, hermosa. Trataba de establecer contacto con Pedro, el repartidor de la noche, un tipo más tímido que niño frente a un payaso, de noche. Me acerqué hasta ellos y saludé, ella notó mi cambio y hablamos un poco al respecto, no puse atención en sus palabras puesto que sus ojos inhibían todo tipo de ruido. Llegó la bandeja de licor, empezamos a contaminar nuestra sangre.
Las horas pasaban muy rápido, era media noche y estaba en el balcón, viendo la vista de la ciudad nocturna, algo totalmente hermoso solamente opacado por Eliana y sus ojos azabache. Hablamos de la vida, del amor y ambos acordamos que nos sentíamos solos, al parecer el licor en la sangre detonaba mi personalidad jocosa y atrevida; la besé y ella correspondió, reposé mi bebida en el barandal y usé mis manos para explorar el escote posterior de su vestido. Su piel suave y el perfume cítrico eran mi droga en ese momento, ella mordió suavemente mi oreja y me invitó a su casa. Fuimos.
El reloj despertador resonaba en toda la habitación, miré a mi alrededor y pude ver una silueta femenina desnuda a mi lado, la abracé y fui a preparar el desayuno. Ambos comimos entre besos y risas, cada segundo notábamos que éramos el uno para el otro. Había encontrado el amor, había encontrado a mis ojos negros.
Meses pasaron y nuestra relación crecía, compartíamos fiestas familiares y hablamos sobre un vestido blanco y anillos de oro. En mi baño podía encontrar dos cepillos dentales y mi ropero se veía compartido, mis camisas tenían un olor cítrico y mi billetera una foto de pareja. Ella era mi mundo y todas las noches lo recorría un poco más; sus montes aceleraban mi corazón y sus cascadas refrescaban mi alma.
Noviembre 23, cumplíamos dos años de ser felices y completos. En mi mano reposaban sus flores favoritas atadas a los chocolates que tanto la enloquecen, dentro de uno de ellos se escondía un pedazo de oro blanco en forma de círculo, con la piedra de su signo zodiacal. El corazón latía a ritmos irregulares, supongo que trataba de tocar una canción, no lo sé. Entré al departamento totalmente oscuro, quizás aún no llegaba del trabajo.
Minutos pasaban y las luces de mi pequeño hogar iban cobrando vida. Las flores cayeron junto con los chocolates. ¿Me devolverán el dinero por el anillo? La puerta se abrió lentamente por la poca fuerza que mi mano ejerció, de manera tan dramática que combinaba con la escena a contraluz que mis ojos estaban viendo. Me encantaba ver su cuerpo desnudo, admiraba cada curva, pecas y lunares de su cuerpo, 25 contando los de su cuello, pero ésta vez todos esos sentimientos se transformaron en uno, decepción. Un tipo danzaba sexualmente con ella, ambos gemían y derrochaban pasión en la misma cama donde yo soñaba con hacerla la mujer más feliz del mundo. Ella me vio y escondió su cuerpo desnudo, no importaba porque ya lo conocía perfectamente. Salí con paso veloz hacia la terraza.
-Cuando vuelva los quiero fuera- fue lo único que pude pronunciar.
Subí al piso superior, la brisa invernal ya se sentía y de mi bolsillo saqué mis cigarrillos, preciado veneno que estaba a punto de dejar. Mis lágrimas acompañaban al humo a salir de mi cuerpo, sentía rabia, odio, impotencia. Nunca he sido un tipo violento, simplemente me marcho y dejo todo botado, esa es mi filosofía, no puedes forzar a nadie, ni tratar mal a alguien por buscar su felicidad, así sea a costa de otro. Sentí el olor cítrico a mis espaldas, un suspiro le siguió y poco después una mano sobre mi hombro anunciaba su llegada. Ella lloró, me pidió disculpas y mil dagas perforaron mi alma cuando en su confesión incluyó el tiempo del crimen; llevo un año siendo un iluso y ella estaba embarazada, el bebé no era mío.
Mi mente se nubló por varios minutos, entre sollozos, suspiros y lamentos escuchaba su propuesta de olvidar todo y mudarnos a otro lugar, empezar desde cero criando al hijo de su amante. Yo la miré a los ojos, la amaba y mi corazón quería empezar desde cero. Cerré mis ojos y expulsando todo dentro de un suspiro, me acerqué y la besé.
....
Años han pasado desde ese día fatídico en mi antiguo departamento. Abro los ojos, es domingo pero la rutina me acostumbró a despertar temprano. A mi lado las sábanas dibujan una silueta femenina, seguramente ella está haciendo mi desayuno; ¡Cómo la amo!
Salí de la habitación y pude verla en la cocina, ella volteó y sus ojos negros me enamoraron una vez más. Su vientre se veía lleno de vida, me acerqué y la abracé. Recordando cómo toda ésta nueva vida inició.
Ese día en la terraza, cerré los ojos y besé a Eliana, acto seguido bajé las escaleras lleno de dolor y con la decisión de abandonarla, Sofía salía a tirar la basura; me vio llorando y me preguntó qué estaba pasando. Tuvimos una conversación larga, muy amena hasta que su novio gritó para llamarla, estaba ebrio y seguramente la iba a golpear. Le propuse que nos fugáramos y empezáramos una vida en otro lugar, ella lo pensó por dos segundos y salimos corriendo a mi auto. Nunca me arrepentiré de esa decisión.
Te amo Sofía, pronto seremos padres.
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Historias cortas; como el amor.
De TodoNo puedo hacer nada para que vuelvas, porque nunca estuviste aquí. Morfeo y Cupido; los chivos expiatorios perfectos para poder tener un culpable, alguien a quien enfocar el odio, porque estoy seguro que no eres capaz de odiar a esa persona que te r...