El salón estaba lleno de personas desconocidas para mí, incluso la chica a mi lado, con la que se supone que vine. Todos a mi alrededor sonríen, hablan de temas extraños y nombran personas que en mi vida conoceré; yo debo sonreír y abrazar a la dulce dama a mi costado, es mi trabajo. Ella me abraza sutilmente y me da muestras de cariño frente a quienes supongo son sus compañeros de trabajo, me brinda un vaso de licor mientras me da un beso suave en los labios, yo lo acepto ambas propuestas y disimuladamente miro el reloj; aún falta mucho.
Fui al baño para refrescar mi espíritu, sin agua, sólo precisaba cerrar los ojos y recordarla, recordar a quién me encaminó a lo que soy hoy en día. Cierro con seguro la puerta del cuarto de baño, me recuesto sobre el lavabo y miro mi reflejo; apuesto, seguro, interesante, totalmente diferente a quién era hace varios años, cuando la conocí y la perdí.
En aquel momento tenía 16 años, era un chico muy precoz e ingenuo, con una novia hermosa y codiciada por varios caballeros a su alrededor. Nuestra relación iba viento en popa y los pronósticos eran positivamente prometedores, yo era el hombre más feliz del mundo.
Sabía que su familia me odiaba por no tener dinero y ser de una religión diferente pero mi mente positiva esperaba que ellos cambiasen de opinión; ¿Ya mencioné que era patéticamente ingenuo?
19 años y ya podía presumir de 3 veranos de excelente relación con planes de boda, hijos y quizás un perro pequeño, lo cual era un gran logro si tenemos en cuenta su odio natal a los amigos de cuatro patas; quizás proponerle tener una mascota en nuestro hipotético matrimonio fue lo que hice mal, no lo sé.
20 años y las bases que componían nuestra aparentemente fuerte relación estaban convirtiéndose en piezas de yenga expuestas a un huracán, el movimiento era tan fuerte que producía mareos, nadie podía ver claramente. Ella decidió de un momento a otro que mis encantos eran defectos y mis errores eran pecados, su madre era quien estaba tras esa hermosa títere.
Supliqué, lloré, grité No te vayas; los títeres no tienen oídos. Su madre se la llevó lejos, nunca supe dónde.
22 años y mi vida iba en decadencia, la nicotina era lo único que me recordaba que estaba vivo, al matarme poco a poco. Todas las noches subía al piso más alto de la Universidad y entre sollozos le reclamaba a Dios por mis desgracias, las blasfemias iban de cortesía. Una de esas noches la vi, más hermosa aún y con un caballero a su costado, se besaron y subieron a un auto muy costoso con calcomanías que profesaban su religión. Su madre había ganado; todos ganaron menos yo. Allí fue cuando decidí secar mis lágrimas saladas y terminar mi cigarrillo; mi nueva religión profesaba que el amor había muerto, sin opción a resucitar.
Era muy bueno con las palabras, sabía fingir muy bien y si podía ser muy sociable si me lo proponía. Recordé a mi amigo, el elegante del curso, me había ofrecido ser parte de su selecto grupo de caballeros mentirosos, acepté y ellos me entrenaron. Seis meses, 38 cigarrillos, treinta pesas y dos clósets pasaron, ahora podía alquilar cariño.
La música fuerte me regresó a la realidad, estaba en el cuarto de baño y mi cliente sumisa me esperaba. Me propuse a salir y continuar mi trabajo, ya faltaba poco. El temporizador del celular me dio ánimos y pude ser más expresivo con mi temporal dueña, sé que era la envidia de muchas chicas ya que las veía mientras secreteaban. Apreté muy fuerte su cintura y al oído le dije que el tiempo se acababa. Salimos directamente hacia su casa.
Al cerrar la puerta de su hogar debía ser otro, ya se acababa la ternura, precisaba ser salvaje. Ella caminaba por el pasillo mientras su vestido bailaba al compás de sus huellas; en el contrato indicaba "No precalentamientos, directo a la acción". La postré sobre la pared con mis manos sobre sus zonas erógenas, jugando y descubriendo puntos clave mientras mi boca saboreaba su cuello. Un gemido después, el vestido se había perdido entre el desastre del pasillo y mi ropa yacía sobre mis pies; no podía articular palabra puesto que mi mordaza tenía forma de pezón, igual a la que mi mano derecha estaba presionando.
Tres pasos, dos tropiezos y una risa, estábamos sobre su cama realizando una danza salvaje, pasional; mi lengua recorría toda su anatomía mientras sus manos empujaban mi rostro contra sus partes más privadas, estábamos a punto de llegar al clímax. Un grito, dos suspiros, tres besos; nuestra meta fue alcanzada, ello tuvo su noche triunfal y yo pude cumplir mi jornada laboral. Me despedí y salí de su casa.
Camino hacia el estacionamiento contaba los papeles de diferente denominación con una sonrisa en el rostro, la vida me ha tratado mucho mejor desde que omití el amor de mi sistema y dejé que ella siga viva en la parte amarga de mis pensamientos, el odio. Entre el rencor y la gratitud hay una estrecha línea y allí estaba escrito su nombre; gracias por hacerme caer tan bajo, por hacer mi vida miserable, gracias.
Al llegar a mi auto la pude ver de nuevo, debo decir que mis ojos son miopes y daltónicos, pero nunca había tenido alucinaciones, ella estaba frente a mí, con sus facciones desprevenidas y con un aire de madurez, o quizás vejez, que opacaba sus encantos. Me saludó.
-Hola Jonathan, tiempo sin verte.
-Hola, pues, me has puesto muy difícil la tarea de encontrarte.
Ella sonrió y me abrazó muy fuerte, cada gramo de presión me hacía más débil, más humano, lleno del apestoso amor. La invité a subir a mi auto para hablar sin interrupciones y una vez dentro comenzó a sollozar pidiéndome disculpas. Resulta que su madre la llevó para que se casara y con su actual esposo, un maltratador pero con dinero, que es lo que importa. Ella se dejó llevar por los argumentos banales de su progenitora y accedió a tomar una vida con alguien una década mayor, se suponía que el dinero compra felicidad, estoy de acuerdo con eso.
-El dinero en efecto compra la felicidad-le dije mientras apretaba su mano.
-No es así, yo tengo mucho de ello y aun así soy infeliz, te extraño mucho.
-Usa el dinero que tienes
-¿A qué te refieres?
Mi alma rota había esperado éste momento por mucho tiempo, hoy dejaba de ser el cordero para convertirme en cuchillo; hoy sería su verdugo. El amor ya no estaba dentro de mí, la frialdad ocupó su lugar. Busqué entre mi billetera una tarjeta de presentación azul mate, la extendí hasta sus débiles manos.
-Compra un poco de cariño. Ahora baja del auto, debo ir a una cita de trabajo.
En sus ojos pude ver como su alma se quebraba en miles de pedazos, polvo para mi desierto.
Llora un poco más, querida.
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Historias cortas; como el amor.
RandomNo puedo hacer nada para que vuelvas, porque nunca estuviste aquí. Morfeo y Cupido; los chivos expiatorios perfectos para poder tener un culpable, alguien a quien enfocar el odio, porque estoy seguro que no eres capaz de odiar a esa persona que te r...