I got your back (Cap.2)

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- ¡Lana! ¿Puedes ir corriendo a buscar un carrito? Sino, no podremos con tanta maleta! ¿Sabes dónde están? Ahí, al final del pasillo, a la derecha. Date prisa, que nos esperan los tíos! Yo te espero aquí, corre – le ordené-

Lana pasó a formar parte de mi familia hace dos años.

Con 5 años su madre desapareció y como nunca se supo de la identidad del padre, finalmente, nos la acabamos quedando. La madre de Lana se trataba de la hija de una tía lejana de mi madre. En pocas palabras, la hermana de mi bisabuela, quien cuidó de mi madre al fallecer la que sería hoy mi abuela. Supongo que por eso la acogimos, porqué mi madre sentía que le debía algo a la familia de la persona que la cuidó, su familia, además de que no tenía a nadie más que a nosotros. Éramos o nosotros o el Estado.

Al principio, no se adaptaba a nuestra casa, echaba demasiado de menos a la suya. De su madre sólo le quedaba su osito de peluche y el vacío en el corazón que le había dejado. Por mucho que fuera pequeña entendía que algo no iba bien y su cabeza formulaba la mismas preguntas que todos nos hacíamos. Aun así, los primeros meses no le pudimos arrancar ni media palabra y la tuvimos que llevar al psicólogo.

Fueron varios meses de terapia, parecía no poder confiar en nadie. En nadie, excepto en mí. No pudiéndole dar su propia habitación en nuestro pequeño pisito le dimos una cama, justo debajo de la mía. Sin embargo, muchas noches me despertaba cuando subía por la escalerilla de la litera y se recostaba a mi lado, abrazada a su peluche.

Al cumplir medio año y dos meses desde su llegada empezó a hablar. En cuanto comenzó a emitir sus primeras palabras ante nosotros (señal de que se iba recuperando de su trauma) decidimos apuntarla al colegio el año siguiente.

Hasta el momento le pudimos pagar un tutor particular especializado en este tipo de circunstancias, recomendado por su psicólogo infantil, para que no perdiera tiempo de aprendizaje. Mientras tanto, nosotros, le dábamos toda la atención y el cariño que podíamos para demostrarle que nunca le íbamos a faltar, que éramos una familia, su familia. Al fin y al cabo por mucho que Lana fuera mi prima por ley, la sentía como si de mi hermanita pequeña se tratase.

Lana tiró de mi camiseta, ya tenía el carrito y al parecer maletas al azar empezaban a asomarse por una boca expendedora que las arrojaría a una cinta corredera y que, finalmente, acabaría por devolverlas a sus respectivos dueños.

Cogí mi móvil y lo encendí. Tenía varios mensajes de whatsapp de mi madre, pero antes de responder debía avisar a mis tíos de que ya andábamos recogiendo el equipaje.

- ¿Tía? Hola! Soy yo, Maya~ Eh? Sí, ha sido un viaje tranquilo, sin turbulencias. ¿Lana? Ufff, está rota, pobrecita haha ... Sí, demasiadas horas de viaje. En fin, que ya estamos aquí, en cuanto tengamos las maletas salimos. ~ Ah? No, no te preocupes, creo que nos espabilaremos solas, sino ya pediremos ayuda por aquí haha~ De acuerdo, hasta ahora!

Colgué y le escribí a mi madre que el vuelo había ido bien, todo sin problemas, y que no, no nos habíamos perdido por el aeropuerto (dado la premisa de mi pésimo sentido de la orientación)

Al cuarto de hora ya buscábamos la salida para ir a encontrarnos con mis tíos.

"Malditas maletas... Args, como pesan, joder! Deberían hacer más grandes estos dichosos carritos..." – Pensé temiendo que las maletas, estando apiladas como estaban, no aguantaran el zarandeo del carrito-

- Lana, pégate bien a mí, así, agárrate de mí camiseta, no quiero que te pierdas; hay mucha gente por aquí.

Nos abrimos paso entre la muchedumbre de gente, divisando la salida en frente nuestro, y al salir no encontramos más que otro gran caos. Mucha gente buscaba taxi que los llevara a su destino y las largas colas de marea humana no hacían más que crecer e impregnar la acera.

Conseguí distinguir a la lejanía tres cabezas rubias, bueno, para ser exactos dos castañas claras y una rubia. Mis tíos y mi primo. Estaban al lado de un gran coche plateado multi plaza aparcado.

"Ah! Ahí están. Vaya, que alto se ha hecho Ryo" – Pensé-

Ryo era el primo más guapo que conocía. Era hijo del primo de mi padre, es decir de mi tío segundo, y este, hijo del tío de mi padre.

El tío de mi padre era un hombre de negocios, de espíritu aventurero, que se pasó gran parte de su juventud viajando. Muchas veces de pequeña, como si de un cuento de hadas se tratara, me contaron la historia de cómo en uno de sus viajes, encontró la mujer de su vida, una japonesa, y se casaron. Fruto de ese amor nació mi tío Ken, un hombre guapísimo de pelo castaño claro como su padre y ojos suavemente rasgados como su madre. Tío Ken pronto se convirtió en un hombre de provecho, y con el mismo olfato para los negocios que su padre, emprendió exitosos proyectos.

Viajando, tal y como le pasó a su padre, conoció a Rebecca, la que sería su futura esposa y madre de su único hijo. Rebecca, Becca para sus amigos, era una mujer americana talentosa, ambiciosa y con mucho carácter, además de hermosa. Su larga melena rubia y revuelta caía sobre las finas facciones de su cara y de su cuerpo, y sus exorbitantes ojos verdes brillaban con la misma intensidad que lo hacía su despampanante sonrisa. En pocas palabras, hacían la pareja perfecta.

Ryo no tardó en llegar después del feliz enlace de la pareja. Nació con el mismo pelo castaño que tanto caracterizaba a su padre aunque, eso sí, revuelto como el de la madre. Asimismo, compartía más rasgos con su progenitora, como las finas facciones de su cara y los mismos ojos verdes oscuros electrizantes. Pese a ello, no se le escapaba su acentuado aire asiático.

A medida que pasaba el tiempo todo el mundo se percató de que poseía una mente privilegiada. Es decir, que mi primo había nacido superdotado.

Lo que para todos nos parecía un don, para él supuso una maldición, apartándolo así del resto de la sociedad. Muchos lo envidiaban. Así pues, creció encerrado en sí mismo, convirtiéndose en un joven huraño.

Hace unos años, mis tíos y mi primo vinieron a España a vivir una temporada. (Digo una temporada, puesto que nunca paraban quietos, es decir, que desde que nació Ryo hasta el día de hoy, vivieron en América, Japón, España y otra vez en América en este mismo orden.) Ryo y yo, pues, cursamos el bachillerato juntos y me convertí en su única y mejor amiga. Costó arañar su coraza, pero detrás de esta se escondía un chico muy tierno y leal.

Sumergida en mis recuerdos, no me percaté del bache en el pavimento que, irremediablemente, haría perder el equilibrio de nuestras maletas y esparcirlas así por el suelo, desordenadamente, delante de mis tios y primo. Suerte tuvieron de pegar tal bote por el sobresalto, porqué de no haber sido así, seguramente alguna de nuestras voluminosas maletas hubiera acabado encima del pie de alguno de ellos.

- MIERDA! – Dejé escapar-

- Oh... – Respondió ante todo Ryo-

- Vaya, bueno no te preocupes, ahora lo recogemos todo haha – Rió tío Ken- Menudo desastre... No te has hecho daño, no?

- Nono, lo siento... – Dije agachándome para ayudar a recoger nuestras pertenencias- Estos carritos son una porquería.

Tras recoger todo nuestro equipaje esparcido por el suelo, procedimos a amontonarlo en el gran maletero del multi plaza. Lo que ahí no cupo, lo pudimos meter en los asientos que no ocupamos. Mis tios se sentaron delante, en el asiento del conductor y del copiloto, nosotros tres justo detrás de ellos. Lana iba al medio, entre Ryo y yo, y pronto cayó rendida. Nosotros, durante el viaje, charlamos jovialmente de un poco de todo, del viaje, de mis padres, de la familia, de la mudanza... Tía Becca dijo que la casa, nuestra casa, quedaba a una hora y media del aeropuerto, y que descansara.

Me acomodé en mi asiento, giré la cabeza hacía donde estaba mi primo y le vi mirándome fijamente. Le dediqué una débil sonrisa, y finalmente, me abandoné a un sueño profundo.

We are UNBREAKABLE.Where stories live. Discover now