Una suave llovizna caía sobre Seren, la metrópoli de Kérkeros, y había bajado el tránsito en las calles a causa de ello. Unos pocos automóviles a vapor circulaban por las carreteras y algunas personas caminaban apresuradamente por las veredas, iban de aquí para allá, como si fueran a disolverse bajo las gotas de unas pocas nubes que se cernían sobre la ciudad, intentando amenazar. Leopold se había despedido del sargento Martin cuando salieron del cuartel, que era uno de los edificios más importantes de la capital y, por supuesto, su fachada al estilo neoclásico la hacía sobresalir de todas las demás infraestructuras adyacentes. El edificio del cuartel ocupaba seis manzanas completas, y estaba casi al centro de Seren.
El teniente miró el cielo nocturno mientras se acomodaba su uniforme, divisó un dirigible con la imagen de un hombre de semblante serio, y bajo él, una leyenda con letras grandes y relucientes.
NUESTRO CAMINO ES LA VERDAD, LA JUSTICIA, Y LA PAZ
JOHN A. FALKER
Leopold levantó la ceja y volvió a bajar la vista mientras cruzaba la calzada, ¿de verdad era ese el camino por el que iba su nación? Pensó, mas bien dudó. Pero recordó que estaba prohibido dudar de las decisiones del presidente y sus asesores, sobre todo si se tenía un cargo militar, así que dio un suspiro y sacudió la cabeza como si de ese modo se pudiera quitar esa pregunta de la mente. Pero lo cierto es que aquellas palabras se quedaron haciendo eco en su mente durante todo el trayecto hacia su casa.
La temperatura había bajado bastante y el teniente se vio obligado a cubrirse las manos con sus guantes de cuero negro, un accesorio que también formaba parte del uniforme militar. Lo hubiera pensado mejor antes, y se hubiera traído su gabardina. Pero como había salido apurado para alcanzar el camión que los llevó hasta Galil, sólo alcanzó a vestirse con una camiseta ceñida al cuerpo, la chaqueta cruzada color carbón junto al cinturón de cuero que rodeaba su cintura, y su pantalón de tela negra junto a sus botas militares.
Dio un suspiro y su respiración se transformó en un gélido vaho que ascendió y desapareció unos segundos después frente a su cara. ¿A cuántos grados estaban? Leopold sentía que las mejillas se le estaban quemando y apenas podía mover los dedos. Se había olvidado completamente de los cambios abruptos de temperatura en Seren. Sí, se había olvidado de nuevo.
—¡Leo!
Una exclamación, el teniente se detuvo y volteó a ver quién era. Un sujeto con gabardina y una bata de médico por debajo, una sonrisa de oreja a oreja y un cabello ondeado y demasiado rubio caminaba rápidamente hacia él, mientras agitaba un brazo en un gesto de saludo.
—¿Ethan? —Leopold levantó las cejas y una sonrisa se dibujó en sus labios—. ¿Qué haces a estas horas, vago?
—¿Vago? —Ethan se jaló la bata y entrecerró los ojos, mientras entreabría la boca como si fuera a protestar—. También trabajo, ¿sabes?
El teniente rió por lo bajo.
—En fin —el joven médico se cubrió apenas la frente de la llovizna—. Te estaba buscando, Leopold, debemos hablar, pero vamos a un sitio más acogedor, que hablar de lo que quiero en una calle, a estas horas y con este tiempo no es beneficioso —bromeó, y luego comenzó a caminar junto al soldado.
Pasaron varios minutos hasta que llegaron a la casa del teniente, un sitio bastante sencillo por fuera pero lujoso por dentro. Leopold se dirigió inmediatamente a su dormitorio y se cambió, luego puso a lavar su uniforme y regresó a la sala, en donde lo esperaba Ethan, sentado en un sofá revestido de terciopelo negro.
—Vale, ¿de qué querías hablar? —inquirió el teniente, al tiempo en que se sentaba en el sillón que estaba frente al otro mueble.
—Leopold, tuviste esa pesadilla de nuevo, ¿verdad? —el otro tragó saliva y permaneció en silencio—. Leopold, contesta.
—Sí —asintió, mientras se apoyaba bien contra el respaldo del sillón—. Ayer en la noche, tuve esa pesadilla de vuelta. Sentí que se me quemaba la piel. Y todos esos pájaros...
—¿Pájaros? —Ethan ladeó la cabeza y levantó una ceja, mientras se acomodaba el cuello de su pulóver.
—Pájaros, aviones —susurró el teniente—. Son lo mismo, completamente negros, arrasando con toda una ciudad y graznando, anunciando desgracia a todos, muerte, pérdidas, fuego, humo, sufrimiento —apoyó una mano sobre su propia frente y dio un suspiro, mientras cerraba los ojos—. No quiero hablar de eso, Ethan.
—Si sigues guardándote las cosas de ese modo, acabarás por explotar, metafóricamente hablando —el médico negó—. Ve con un especialista, o al menos cuéntame a mí, desahógate Leopold, sé que fue una etapa dura, pero no puedes guardártelo para siempre.
—¿Sabes qué pasaría si hablo, verdad?
—Lo sé.
—No se lo digas a nadie, se supone que no debo contarle estas cosas a nadie —el teniente miró hacia la ventana y se quedó en silencio.
Ambos quedaron en silencio, pero no fue nada incómodo. Hasta que un estrépito interrumpió aquella calma. Alguien tocaba la puerta.
Pero eran las 11:30 p.m. ¿Quién llegaría a esas horas?
Ambos se miraron. Conocían acerca de ciertos trabajos sucios, y últimamente los "anarquistas" (o así había dictaminado el gobierno) comenzaron a asesinar a funcionarios y miembros de los distintos departamentos del Estado.
De nuevo golpearon, esta vez con más violencia.
Leopold se puso de pie y se acercó a la puerta, apoyó la oreja en la madera pero no alcanzó a escuchar nada. De nuevo golpearon, con mayor insistencia.
Debía abrir.
Ethan tragó saliva del otro lado.
El portillo fue girándose lentamente, y entonces Leopold abrió la puerta.
ESTÁS LEYENDO
Leopold
Ficção CientíficaLa tensión entre la Unión Diplomática y el Archipiélago de Adil crece ante el rechazo de este último a un tratado en donde, a cambio de apoyo monetario para el desarrollo de nuevas tecnologías en la zona, debe ceder gran parte de sus tierras para la...