Desesperación

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La jornada escolar había concluido y una chica de una larga cabellera con tonalidad marrón se dirigía retorno a su hogar. Transitaba con la espalda erguida, con confianza y seguridad. No le quedaba demasiado para llegar a su morada, es más, debía quedar un kilómetro para llegar a la abertura de su comunidad.

Frente a ella se encontraba el umbral de verja que separaba las calles con su comunidad. El diseño era agraciado, los barrotes de la reja eran delgados y negros. Seguramente era un deleite a la vista de cualquier individuo, pero a Alice le repugnaba, quizás no era el diseño lo que mantenía su desagrado, pero el simple hecho de recordar que modelo de persona se encontraba dentro, era suficiente para que su bilis quiera devolverse.

Retiró la mochila que se encontraba en su espalda y la situó en su abdomen. Revisó el interior del bolsillo inferior, su mano se revolvió dentro del bolsillo buscando las benditas llaves.

No lograba encontrarlas.

¿Las había traído, no es así?

¡Por supuesto, era ilógico que nos las tuviera!

Además, podía recordar a la perfección el preciso instante cuando las ingresó a su bolsillo.

¿Entonces, por qué no podía encontrarlas?

No había dejado en descubierto en bolsillo en ninguna situación, y este día sus amigos no se la habían despojado para fastidiarla.

No quería creer que aquel hecho era cierto. Sus preciadas llaves se le habían quedado en su hogar en la mañana antes de irse.

Suspiró.

Dejó de revolver el interior del bolsillo y volvió a situarla en la espalda.

Por reflejo, comenzó a acariciarse la mandíbula.

Tenía dos opciones. Una era cruzar la alambrada por encima, pero corría el riesgo de ser atrapada por algún residente del condominio, si eso llegaba a pasar quedaría marcada con el alias de "chica mono" y no era su afán ser recordada por esas personas, y menos, con un apodo estúpido. Su segunda alternativa era permanecer a la espera de que alguien, eso palmariamente estropearía su orgullo, ser ayudada por las personas con las cuales mantiene una animosidad exorbitante, la proeza de cavilarlo le generaba náuseas.

Rápida, simple y segura.

Decidió utilizar la primera opción.

De nuevo volvía a remover la mochila de su sitio. Una vez que la retuvo en sus manos, la impulsó hacia atrás y con todas sus fuerzas lanzó su mochila al otro lado de la cerca. No trasportaba nada endeble, así que no había riesgos de destrozar algo.

Ahora era su turno.

La excitación de realizar aquel acto se sumergió en su cuerpo.

Frotó sus manos. Estaba impaciente.

¡Por fin era su oportunidad de comprobar si las púas eran reales o sólo para intimidar!

Su última acción estando es esa posición fue asegurar el perímetro. No quería ser confundida con un ladrón.

Gravitó su pie sobre la estructura de metal más reducido. Ejerció presión y con un impulso de su pie logró mantenerse solamente arriba de aquella estructura. Registró con su mirada su entorno, buscando una barra que lograra alcanzar sin inconvenientes. La localizó, no se hallaba muy apartada y la podría alcanzar con facilidad. Extendió su pie y lo ubicó asuso de la barra. Precisaba de un último avance. Cuando lo obtuvo, realizó el mismo procedimiento anterior.

El Comienzo de una LágrimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora