Capítulo 23

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El fin de semana terminó demasiado rápido, y el tiempo que compartí con mi abuela no fue suficiente.

Era su consentida.

Sin darme tiempo de hacer preguntas, desplegó un abanico de historias referentes a mi madre.

Su relación madre-hija no fue la mejor, y muchas veces se culpaba por eso. Lo cierto es que tenía el mismo mal genio que su padre, motivo por el que la complicidad y confianza entre ellos siempre logró hacerla sentir fuera del cuadro familiar.

- ¿Te sentís bien? – preguntó María José a Javi.

- Es la alergia. – respondimos al unísono Cecilia y yo.

Desde que pusimos un pie dentro de su casa, los dos pastores alemanes quedaron embelesados por mi hermano. Cecilia tuvo que sacarlos a la calle pocos minutos después, cuando los estornudos se intensificaron.

- ¿Y Saul? – pregunté al notar que caída la noche no regresó a su casa.

Cecilia le dio un sorbo al café, mientras que María José se incorporó y me hizo señas para que la siguiera hasta el cuarto que perteneció a mi madre.

Observé alrededor con la esperanza de que su historia pudiese formar parte de mi propia historia, y así continuarla.

- Una mañana de enero, mientras colgaba la ropa en el patio, escuché el teléfono. – volví mi vista a ella, y me senté a su lado sobre la cama. – Lo dejé sonar, hasta que se detuviera. Luego, casi de inmediato, tuve un presentimiento. – suspiró. – Corrí al escuchar nuevamente el teléfono. – sujetó mis manos y fijó sus brillosos ojos almendra en los míos. – Era Lucía. No podía creer que me llamara después de todo lo que le dije la última vez que nos vimos.

- ¿Discutieron? – indagué.

- No, cariño. – sonrió. – Puede sonar a excusa, pero intenté persuadirla de que estaba cometiendo un terrible error al irse con ese hombre mayor. Estaba en pleno divorcio, y su mujer llamaba todos los días para desahogarse mediante insultos. – suspiró nuevamente. – Ella, sin que nada de eso tuviese importancia, armó su bolso, le dio un abrazo a tu abuelo y, antes de marcharse, me dijo No espero que me entiendas, incluso yo no lo entiendo del todo, pero lo amo, y si no me arriesgo por lo que siento, ¿de qué sirve todo lo que me enseñaron ustedes?

- ¿No volvieron a hablar después de eso?

- Ella llamó a diario, pero nunca quise reconocer que tenía razón. – suspiró. – Lo que sucede es que no es fácil reconocer cuando nuestros propios hijos nos superan.

- ¿Era inteligente?

- Sí que lo era. – rió. – Pero no era aplicada en el colegio, así que daba más dolores de cabeza que alegrías esa chica. – suspiró. – Ella me llamó esa mañana, y me pidió que tomara asiento. – sus ojos se llenaron de lágrimas. – Me contó sobre la batalla que estaba perdiendo. – se tomó un segundo para continuar y acaricié sus manos.

- Quería volver a casa. – asintió sonriente.

- Es increíble la manera en que la cercanía con nuestra llamada al lado del Señor nos marca el camino de regreso a nuestros orígenes. – corrió una lágrima con orgullo. – Lo difícil fue poner al corriente a Saul. Sucede que ella siempre fue su consentida.

- ¿Cómo lo tomó? – rió.

- Él ya lo sabía. – se incorporó y tomó una foto del estante superior de la biblioteca. – Esos dos fueron cómplices desde el día en que se conocieron en el sanatorio. – me entregó la imagen de mi mamá sobre los hombros de un orgulloso hombre de pecho afelpado y tupidas cejas. – Él fue mi sostén luego de su partida, pero... – contuvo nuevamente las lágrimas.

Cartas a MilagrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora