Capìtulo 22

5 0 0
                                    

- Por favor, no tengo a nadie más a quien pedírselo.

- ¿Nunca escuchaste hablar del karma? – preguntaba Cecilia a medida que avanzaba hacia la salida de su oficina. – Creí que ya lo había pagado en esta vida.

- Pensá que es una compensación por ausencia y abandono del hogar.

Se detuvo en seco frente al ascensor. – ¿Eso es lo que les dijo Marce? – mofó y subió.

Se abrieron las puertas y la seguí hasta la calle, insistente en mi pedido. – ¿Qué opina tu papá sobre esto?

Nicolás aguardaba junto a su Citroën. Acomodó sus lentes y nos dedicó una de sus encantadoras sonrisas. – Damas.

Cecilia casi parecía sonrojarse al observar nuestro cruce de miradas cómplices. – Perfecto. – se dio por vencida.

Escaparme del colegio no era una opción sustentable esta vez. No con papá controlándome en todo lo que hacía o dejaba de hacer. Y la simple idea de involucrar a Sebas a costa del posible problema al que sería arrastrado si mi papá hablaba con los suyos, me hizo pensarlo dos veces.

A pesar de todos los inconvenientes no fue difícil armar una coartada.

Nicolás era, además de encantadoramente seductor, un muy hábil mentiroso.

Se encargó de pedirle permiso a mi papá para llevarme a una convención de cómics en La Plata.

Cómics. ¿Pueden creerlo? Ni a mí se me hubiese ocurrido algo tan ingenioso.

Es muy crédulo. ¿Ni siquiera sabe que no me gustan?

Si quedaban dudas respecto al lastimoso tiempo que este hombre pasaba con sus hijos, ahora habían sido completamente despejadas.

El paseo nos llevaría prácticamente todo el día, por lo que disponíamos del tiempo suficiente para hacer una pequeña visita.

Cecilia intercalaba la vista entre el tránsito y el espejo retrovisor. Era evidente que estaba fichando al chico rubio que dormitaba en el asiento de atrás. – ¿Otro amigo? ¿Qué sucedió con nervios de acero?

Volteé a verlo. – Nicolás insistió en acompañarme. – realmente parecía cansado. 

Levanté la vista hacia ella, quien me sonreía con sus propias conclusiones a la mano. – Nada mal.

Me acomodé en el asiento. – ¿A dónde estamos yendo? – noté que nos aproximábamos a la autopista.

- Mar Del Plata. – mis ojos se abrieron por completo. – ¿No fue lo que me pediste?

- ¡No! – respiré con un poco de esfuerzo.

Nicolás se incorporó de golpe, a causa de mi sobresalto. – ¿Qué sucede?

Cecilia aparcó en la banquina. – A ver si logramos entendernos. – fijó su vista en mí. – Me pediste conocer a aguien que pudiera contarte más cosas sobre Lucía.

Nico seguía contemplando la autopista. – Yo digo que sigamos adelante.

- Me agrada este chico. – señaló Cecilia.

- ¿Pero qué excusa tengo para ausentarme tanto tiempo?

Se miraron durante un segundo y luego ella dio arranque al auto.

- ¿A dónde estamos yendo ahora?

- A casa. – respondió Nicolás. – Tenemos que hacer las cosas bien. No hay otra forma. – volteé a verlo. ¿Acaso había perdido la cabeza?

Cartas a MilagrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora