Capítulo 5

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Los gritos de Lady Gaga, provenientes de la planta baja, le daban batalla a mi pobre cerebro.

Intenté, por todos lo medios, concentrarme en las últimas páginas de El Túnel.

Lo cerré. Una vez más, agotó mi paciencia.

Dejé entrar al sol por mi ventana, y Nicolás llamó a mi puerta.

- ¿Te gustó?- hizo alusión al libro sobre mi cama.

- Sí, pero todavía no logré terminarlo. ¿Te molestaría prestármelo unos días más? Quiero leerlo desde el principio otra vez.

Sus ojos brillaron. – Por supuesto. Además es una excelente excusa para que volvamos a vernos. – y ambos sonreímos.

Camila golpeó su cabeza con un peluche que él ganó para ella en una maquinita del centro. – ¿Terminaste de guardar tus cosas?

- Si.

- Entonces podés ayudarme con las mías. – sujetó su mano.

Observé cómo era raptado sin oponer resistencia.

Caprichosa y dominado.

En seguida noté que Javi también los observaba. - Necesito hablar con vos.

- Tengo cosas que hacer. – y cerré la puerta. No estaba lista para enfrentarlo.

La sola idea de que me hablara sobre el amor que aseguraba sentir por mí me resultaba incómodo.

Desde la noche en que me besó, no fui capaz de quedarme a solas con él. Ahora era mucho más consciente de su presencia.

Ingresó de todos modos.

- ¿Podrías por lo menos ponerte en mi lugar? – permanecí en silencio, y continuó hablando. – ¿Tenés idea de lo que me costó aceptar lo que sentía por mi hermana? – su voz comenzó a apagarse. – Sentí un gran alivio cuando logré que papá te contara la verdad. Hice lo posible por esperar, pero seguías viéndome como a tu hermano, así que me armé de coraje y regresé a la casa. Te juro que no quise asustarte. – se quebró. El sacudir de su cuerpo iba cobrando fuerza a medida que cubría su rostro.

Lo contuve entre mis brazos. No estaba acostumbrada a verlo llorar. Creo que nunca lo había hecho delante de mí.

Sus lágrimas descendieron por mi espalda. Sollosó por sólo unos segundos, pero fue suficiente para que me sintiera culpable.

Quiero que sea feliz.

Quería gritar. Me invadía la imperiosa necesidad de romper algo, o todo.

Realmente deseaba que todo fuera producto de una pesadilla.

Odiaba verlo sufrir, cuando no lo merecía, claro está, ¿pero qué podía hacer al respecto?

Aceptar sus sentimientos...no. Eso definitivamente estaba fuera de discusión.

- Leí el papel. – mencionó adivinando mis pensamientos. Me alejó lentamente de su cuerpo. Sus ojos enrojecidos dejaron escapar una última lágrima. – Hay una forma de que cumplas ese deseo. – sentí un pequeño vértigo en la boca del estómago. – Quiero que te olvides de todo lo que te dije. Quiero que borremos ese día y hagamos de cuenta que nunca sucedió.

- Pero...- Posó su índice sobre mis labios para evitar que objetara su decisión, y luego abandonó el cuarto.

¿Cómo podía tener el tupé de hacerme semejante pedido?


Cuando por fin logré reaccionar, me encontré sola. Busqué el papel dentro del cajón de la mesita de luz y bajé a trote las escaleras.

Me dirigí hacia la cocina y encendí la hornalla.

El olor a papel quemado alertó a papá, que regresaba de la calle junto a su amiga.

- ¿Qué se supone que tratás de hacer ahora, quemar la casa?

- Claro, ¿no? Echémosle la culpa de todo al ratón de biblioteca.

- Mejor medí tus palabras. No voy a tolerar que me contestes de ese modo.

- ¡Pero si tengo razón! Todo lo que hago y dejo de hacer va en contra de lo que ustedes esperan de mí. Siempre hacen todo lo que se les antoja, a pesar de que pueda estar en contra. Si Javier se manda una cagada, logra hacerte creer que fue un error del que puede aprender. Si decidís que querés estar con alguien, ni siquiera te detenés a preguntarte si a la pobre huérfana le molestaría convivir con totales extraños. – papá interrumpió mi verborrágia con un fuerte cachetazo.

Nunca antes me había levantado la mano. En toda mi vida, nunca sentí semejante humillación.

Él miró hacia un costado. Estaba claramente arrepentido de haber reaccionado de ese modo. – Salí de mi vista.

Era consciente de que exploté en contra de la persona que me había cuidado todos estos años.

Me desquité con mi padre. Podía sentir el dolor atravezar su corazón. Lo herí muy vilmente.

Nunca llegaría a ser una buena persona.

No lloré. Mi orgullo impidió que cayera más bajo, mostrando la vulnerabilidad de mi propio ser autodestructivo.

Esa noche no bajé a cenar.

Varias veces Javier llamó a mi puerta. Nunca respondí.

Lo odiaba por amarme. Lo odiaba por haberme besado y pedirme que lo olvidara. Odiaba odiarlo.

La verdad detrás de varias horas de escudriñar todos los laberintos dentro de mi cabeza fue que en realidad no lo odiaba en lo absoluto.

Tengo miedo.


Desperté a raíz de la voz de Muriel, sentada a mi lado.

A pesar de las horribles cosas que dije en su presencia, seguía brindándome el más cálido trato. – Espero que te sientas mejor. Hice wafles.

- ¿Por qué sos tan buena conmigo? Ni siquiera me conocés.

- Creo que es porque entiendo por lo que estás pasando. – respondió y volvió a sonreír. – Mi papá murió cuando yo tenía catorce años, y estaba convencida de que mi mamá nunca amaría a alguien como a él.

Dos meses después contrajo matrimonio con un contador que también resultó ser un compañero de trabajo.

Me sentía traicionada. Hice mucho más que ser mal educada. – aclaró señalando mi comporamiento. – Resultó ser un hombre muy bueno, y un excelente compañero para mi mamá. Ellos fueron y son muy felices hasta el día de hoy.

Noté la manera en que brillaban sus ojos, y descubrí de inmediato el amor y orgullo que sentía por su familia.

Era el mismo brillo que se posaba en papá cuando me saludaba cada mañana, y el que Javi mostraba a diario, cuando nadie estaba cerca.

También recordaba haber visto esa misma expresión en los gemelos, cuando se referían con clara devoción el uno al otro.

Así que de esto se trata. 

Es fácil encontrar amor en el rostro de las personas que se permiten ser honestas consigo mismas.

Deseé borrar el dolor que ocacioné el día anterior, y comprendí lo que mi hermano me había pedido, que olvidara mi propio dolor.


Cartas a MilagrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora