Capítulo 4

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Dentro de mí siempre fui fanática del fútbol, sólo que a veces no lo demostraba. Pero lo que nunca pude ocultar fue mi adicción a las apuestas o retos. Estas dos cosas combinadas eran lo mejor.
"¿Verás el partido?" el mensaje de Dante apareció en la pantalla. "" le respondí de vuelta. Estaba aburrida y no teníamos tema de conversación, tampoco nos habíamos visto en la semana, la situación resultaba deprimente.
Dante vio mi mensaje pero no lo respondió, supuse que tampoco sabía que decir.
"Hagamos algo" le propuse, no obstante no tenía ni una mísera idea de qué podría ser. "¿Con respecto a qué?" me cuestionó.
Llamé a Dante para explicarle, o quizás para que él me explicara lo que yo tramaba en mi complicada mente.
Me respondió al primer tono.
—Soy todo oídos— me dijo.
—¿Te parece si vemos el partido juntos?— solté.
Hubo un pequeño silencio.
—Hum...— era obvio que la respuesta sería negativa.— Lo siento, tengo planes familiares, Adia. Quizás el próximo.
Comencé a maquinar nuevas ideas pero, en ese momento mi imaginación era igual a cero.
—Podemos hacer algo después del partido. Algo creativo, algún tipo de reto— agregó Dante.
Y así fue como decidimos después de cientos de propuestas- que Dante se vestiría con mi ropa y viceversa si nuestro equipo ganaba.
El partido finalizó y resultamos ganadores. Nos juntamos al día siguiente en mi casa a cumplir el reto junto a Betancourt y Paulette, quiénes se nos sumaron un par de horas antes.
No había nadie en mi casa además de nosotros, lo cuál nos dio mucha más libertad. Éramos cuatro adolescentes en la sala de estar decidiendo que vestimentas se nos verían mejor y cuáles podrían ser nuestros nuevos nombres. Parecía un juego de niños de cinco años.
Al final, el resultado fue épico. Nuestros amigos se pusieron faldas y tops cortos, se aplicaron labial y máscara de pestañas. Y por nuestro lado, nosotras nos veíamos exactamente igual con sus pantalones apretados y sudaderas.
—Esto no se vale— eran las constantes palabras de los chicos hacia nosotras.— Ustedes se ven igual y nosotros parecemos prostitutas.
—No sean malhumorados— era nuestra respuesta.
Fue una tarde muy divertida y especial. Hubo risas, fotografías, amistad e incluso amor. Pero hay un recuerdo que destaca sobre los demás en mi memoria.
Recuerdo que estábamos todos jugando y riendo cuándo el celular de Dante comenzó a vibrar.
Dante se separó de nosotros para contestar.
—¿Quién es?— preguntó Paulette.
—Mi mamá— respondió el chico.
—No le contestes— le rogué.— Toda la diversión se irá.
Dante miró preocupado la pantalla. Siempre hubo algo en él que me llamó la atención, era muy cuidadoso; no cruzaba semáforos en luz roja, no nos dejaba beber mucho alcohol, siempre le contestaba a su familia, de seguro mi madre estaría mucho más tranquila con una hija así.
—No contestes— repitió Betancourt.
Y en el momento exacto en el que Dante iba a deslizar su dedo por la pantalla, me levanté del sillón, le quité el celular y salí corriendo por la casa.
Dante, me siguió el recorrido sorprendido y risueño. Bajamos por la escalera y terminamos en la pieza de mi hermana pequeña.
Al encontrarnos, chocamos debido a una falta de coordinación y ambos caímos sobre la cama. Estaba arriba de su cuerpo. Las risas fueron reemplazadas por un momento de silencio en el que me perdí en sus ojos castaño claro. No deseaba nada más que sus labios junto a los míos.
Pensé que Dante haría algo, lo que sea, pero no reaccionaba, estaba absorto en sus pensamientos entretanto su mirada conectaba con la mía. Decidí que tenía dos opciones: darle un beso y arriesgarme al rechazo que podría arruinar nuestra amistad o hacer caso omiso a mis impulsos.
Me acerqué hacia él, dispuesta a arriesgarme y me desvié a último minuto.
Hasta el día de hoy me arrepiento. Y Dante también confesó arrepentirse debido a que después de ese día, no se produjo ninguna instancia igual en las semanas siguientes, incluso en el mes.
Nos levantamos de la cama y subimos hacia nuestros amigos como si nada hubiera estado a punto de pasar. Nos encontramos con una linda sorpresa.
—Somos novios— declaró Paulette con una sonrisa enamorada.
Miré a la pareja extrañada, según lo que yo tenía entendido, ellos eran novios hace unos meses.
Paulette entendió mi duda.
—Ahora es oficial— sonrió.— Súper oficial.
Abracé a mi amiga y la felicité. Y ella se acercó a mi oído y susurró.
—¿Que ha pasado abajo?
—Nada. Absolutamente nada.

Siete mil millones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora