Tomé un gran trago de ron y sonreí. Empecé a dudar si podría cumplir con mi objetivo. Empecé a dudar si algún día lograría superar a ese chico.
Estaba muy mareada como para caminar, así que me senté a observar el paisaje. El otoño estaba recién comenzando y las hojas secas complementaban los alrededores.
Estaba más nerviosa de lo habitual, así que prendí un cigarro para calmarme. El plan original era reunirme con mis amigos, pero parecía que no llegarían y me quedaría con la deprimente compañía de una botella vacía. Hasta que mi teléfono comenzó a vibrar.
—Me dejaron botada, par de inútiles —me quejé por el micrófono. Sabía que habría más de una persona escuchando.
—Mira a tu izquierda, idiota —era la voz de mi mejor amigo.
Giré mi cabeza lentamente para no marearme, y a lo lejos divisé a siete personas muy borrosas.
—¿Porque son tantos?—le pregunté a Betancourt.— ¿Acaso me traes a un chico con el que pueda tener sexo? Si es una chica, tampoco me importaría —bromeé.
El ignoró por completo mi pregunta:
—¿Estás borracha?
Y de hecho, no me extrañó que preguntara, porque normalmente soy demasiado tímida para hacer una broma de ese tipo. Sólo el alcohol me hacía actuar de esa forma.
Iba a negarle a mi amigo, aunque hubiera sido obvio que estaba mintiendo, pero sin querer finalicé la llamada telefónica. No me importó, sólo me faltaban unos metros para seguir conversando. Fuí saludando uno por uno, y efectivamente había alguien a quien no conocía. Simplemente lo saludé, ni siquiera tuve tiempo para preguntarle el nombre porque ya me estaban quitando la botella.
—¿Te la tomaste tú sola?— Paulette me miró extrañada.
—No—reí. Era obvio que no podía yo sola con una botella de ron.— Betancourt y yo, la compramos ayer... Bueno, él pagó, pero yo estaba así que igual cuenta. El punto es que ayer tomamos un poco y esta tarde me la pensaba terminar...
Se me enredaba la lengua con cada palabra que trataba de formular, no sabía si reírme o desesperarme, así que me reí desesperadamente.
Como es de esperarse, la gente siempre aprovecha cuándo estás ebrio para sacarte secretos, sobre todo a los 14-15 años. Mis mejores amigos no fueron la excepción y mientras caminábamos al centro del parque, me bombardearon de preguntas. La mayoría era preguntas privadas, hasta que una se sale de la rutina.
—...¿Q-qué haces si ves a Flynn en este preciso momento?—me cuestionó Paulette con cautela.
Betancourt me observó inexpresivo. Supongo que los demás notaron que se venía algo interesante cerca nuestro, ya que un par se dieron vuelta y Chloe se unió a la conversación.
—¿Qué pasa?—dijo la castaña.
Todos la ignoramos.
—Eh, no sé...— tibuteé.— Lo saludaría, le preguntaría como está y después me iría.
Paulette y Betancourt se dieron una mirada cómplice. Me encantaba que tuvieran una hermosa conexión de pareja, pero a veces me estresaba no saber que se transmitían mentalmente.
—¿Segura?
Las tres personas que contemplaban de cerca lo que pasaba miraron hacia mi derecha. Efectivamente, ahí estaba Flynn. Suspiré mentalmente con desprecio, no quería que pensaran que era mal educada, pero tampoco tenía muchas ganas de saludarlo. Estaba cansada de que todos a cada rato me preguntaran sobre él o si seguía triste. La respuesta era obvia: "sí, estoy triste, pero no es por él. Estaba triste antes de conocerlo, y ahora lo sigo estando. Él no cambió nada". Pero no estaba de ánimo para responder la misma frase una y otra vez.
Salí de ese círculo y me fuí hacia los demás.
Las cuatro personas del otro círculo de conversación estaban tan entretenidas en su tema que ni notaron mi presencia, o quizás sí, pero no les pareció relevante unirme al debate. Creo que tampoco me importaba, yo me limitaba a analizar a mi chico desconocido.
Me dieron unas repentinas ganas de besarlo y luego ocupar la típica excusa del alcohol, sería algo de un sólo día, algo de dos adolescentes hormonales sin compromiso. Pero no.
Y ahí estaba yo, perdida en sus ojos concentrados en cualquier parte menos en mí. Esperé un poco de contacto visual para respirar hondo y preguntar:
—¿Cuál es tu nombre?
El chico me sonrió, quizás fue porque me había dicho y yo no me había dado cuenta, no obstante de todas formas me respondió.
—Dante—sus ojos seguían fijos en los míos.
—¿Apellido?— sentía la necesidad de indagar más sobre él.
—Anderson. Dante Anderson.
Juré que iba a seguir hablando, lamentablemente alguien más lo hizo.
—Te apuesto una lata de cerveza a que mañana no se acuerda.— le dijo Fer a su novio.
No me lo decían a mí, y probablemente tampoco iba con la intención de ofenderme, pero en parte lo hizo. Le grité a Paulette que viniera.
—¿Andas con un plumón permanente?— mi amiga asintió extrañada.— Sácalo, por favor.
La rubia abrió su mochila y rebuscó entre las cosas. Sacó un sharpie negro de su estuche y me lo tendió.
—¿Que vas a hacer?— Chloe se estaba acercando.
—Me voy a anotar el nombre de Dante en la mano, así mañana me acordaré— la idea no sonaba tan disparatada.
—No te vas a acordar que está ahí y lo vas a borrar apenas te laves las manos, mejor escríbetelo en la frente— esa idea fue la disparatada.
Les juro que en ese momento no pensé en lo ridículo que era, sólo quería recordar su nombre. Había algo en él que hacía algo en mí. No hablo de amor a primera vista, ese es un mito pero, ¿acaso nunca han mirado a alguien a los ojos y han pensado "quiero significar algo para él"?
Eso fue lo que sentí cuando ví a Dante, un chico de un poco más de un metro setenta, cabello castaño claro y aura misteriosa. Quería conocerlo, formar lazos con él... o quizás no era eso, pero si algo sabía era que lo iba a averiguar.
Y esa es la única parte que— yo, Adia Calder— recuerdo de esa tarde y la explicación de porqué al día siguiente tenía un nombre escrito en mi frente.
![](https://img.wattpad.com/cover/47499201-288-k521641.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Siete mil millones.
Ficção AdolescenteDante Anderson era un soñador, tenía toda su fé depositada en mí para formar una encantadora historia y quedar eternamente enamorado. Lamento desilusionarlos desde el principio, pero por muy bonita que sea una historia, siempre tiene un final. No so...