No recuerdo muy bien que pasaba por mi mente, pero sentía una tristeza enorme en mi interior. Hacía semanas que no estaba mal, no estaba mal desde que conocí a Dante. Lo cuál fue el mismo día en que sufría por mi situación con Flynn.
Esto no me podía estar pasando, ni siquiera me acordaba de la existencia de ese chico del pasado hasta que dieron las cuatro de la madrugada y llegaron los recuerdos. Traté de concentrarme en mis planes para el día siguiente; me juntaría con mis amigos, con Dante.
Un terror increíble me recorrió de pies a cabeza, nunca conseguiría nada con Dante. Yo me estaba ilusionando demasiado, y de seguro él no quería algo serio. O quizás sería al revés, quizás yo era la que no quería nada.
Esas eran las contradictorias dudas que daban vueltas y vueltas en mi cabeza. Al cabo de una hora, mi angustia era tan grande que le dije a Paulette que no podría juntarme con ella y los chicos, seguido de esto desconecté todo medio de comunicación que ellos tuvieran conmigo.
Fue una pésima noche. No lograba quedarme dormida y cuándo lo hacía mis pesadillas me devolvían a la realidad.
Al día siguiente, me había transformado en un muerto vivo.
Me levanté más temprano de lo habitual para escapar de los sueños feos. Fue exactamente la misma rutina de siempre, pero con menos motivación.
Durante toda la mañana evité mirar el reloj, tratando de convencerme de que no estaba arrepentida de haber cancelado los planes. Pero hasta mi madre se daba cuenta de que algo andaba raro.
—Pensé que te juntarías con alguien— me comentó sigilosa.
—Yo igual— respondí.— Pero decidí quedarme en casa. Estoy muy cansada.
Mi mamá no se tragó la excusa, pero entendió que no hablaría del tema.
Preparamos el almuerzo juntas, conversando y riendo. Me estaba sintiendo mejor de ánimo; y todo esto se complementó cuando horas más tarde escuché el timbre.
Traté de no ilusionarme, lo juro. Se me hizo imposible, lo juro.
Corrí hasta el citófono.
—¿Quien es?— pregunté.
—Eh...— la voz de Betancourt sonó nerviosa.— Somos amigos de Adia y queremos saber si está bien.
Me apreté los labios para que no se escuchara mi risa.
—¿Le pasó algo malo?— reformuló la pregunta.
—Soy yo, par de idiotas— les dije y salí al parque a la velocidad de la luz para verlos.
Paulette— como siempre— fue la primera en tirarse a mis brazos. Luego siguió Betancourt, después Dante. Lo mejor para el final.
Hicimos la misma rutina de siempre; caminamos por calles y parques, la pareja de novios siempre adelante y Dante y yo siempre atrás, tocando el violín.
—Qué triste será cuándo decidan terminar—susurré más para mí misma que para él, mientras observaba la linda escena romántica que se desarrollaba frente a mis ojos.
—Sí, ambos estarán destrozados— me respondió Dante.
—No lo decía sólo por eso— me tomé una pausa.— Me refiero a nosotros, como amigos. Es natural que ellos estén mal, pero nosotros también lo estaremos.
Debido a la cara del chico, deduje que desconocía las razones, por eso seguí dando a entender mi punto de vista.
—Somos un grupo de amigos. Somos tan amigos de Betancourt como de Paulette. Al igual que ellos— situé mi mirada en el suelo.— Los conocemos, sabemos que ya no será lo mismo de antes. Ellos no se querrán ver y pasaremos de un grupo de amigos a desconocidos.
Al terminar mi frase, Dante siguió caminando como si yo no hubiera dicho nada, como si fuera poco factible. Seguimos así unos segundos, hasta que volvió a hablar.
—Entonces aprovechemos este tiempo.
Y sí que lo hicimos.
Ese día lo recuerdo con mucha felicidad, pero lo mejor fue cuando fuimos al parque situado afuera de mi departamento. Ahí nos despedimos de Paulette que se iba temprano, y de Betancourt que la acompañaba hasta su casa. Nos tiramos en el pasto y comenzaron los momentos que más adelante serían lindos recuerdos.
Tenía que estar de vuelta en mi casa a las 6.00pm y llevábamos acostados en el pasto aproximadamente una hora y media más de lo que tenía permitido. No quería irme, estábamos conversando de cosas banales, riéndonos y haciendo gestos cariñosos; tenía que ser el momento.
—¿Estoy muy despeinada?— le pregunté de la nada.
Desde ese momento en adelante, quería que todo resultara lo más lindo posible y sobre todo, no quería espantar a Dante con mi aspecto.
El chico se levantó unos centímetros para verme desde un mejor ángulo. Quedamos nariz a nariz.
—No estás mal.
Pero tampoco estoy bien, reflexioné mentalmente. Pero ya no era momento para preocuparse por detalles, estaba sucediendo. Nuestros labios se tocaron sutilmente, en ese momento Dante me miró a los ojos como pidiendo permiso. Ese gesto tan dulce me enardeció.
—Estoy mascando orbit— le advertí, aunque no parecía un gran inconveniente.
—No me importa.
Y me besó. Su lengua penetró mi boca de la forma más tierna del mundo, y bailaba al compás de la mía. Lo que comenzó como un tierno beso, se fue transformando en algo mucho más apasionado, y fue ahí dónde la goma de mascar nos interrumpió.
Me atraganté y me separé bruscamente de Dante para buscar algo de oxígeno y tirar el orbit hacia cualquier lugar donde no estorbara, tosí un par de veces y cuándo estuve mejor, dirigí mi mirada al chico. Nos reímos de la situación y volvimos a besarnos.
Me sentí trasladada a un universo de delirio, lo que pasaba dentro de mí era algo extraño, algo completamente incomprensible, me asustó lo potente que éramos.
Nos dimos una media vuelta en el pasto y quedé arriba de Dante, quien acomodó sus manos en mi cintura y me atrajo hacía su cuerpo. Estaba tan encantada que no me hubiera separado de él si mi celular no hubiera comenzado a vibrar.
Cerré los ojos, suspiré fastidiada y contesté.
—¿Aló?
—Hija, te estoy esperando hace dos horas, ¿dónde estás?— mi mamá no sonaba preocupada ni enojada, sino cansada.
—Estoy a un par de metros de distancia de la casa, pensé que no te importaría si me quedo un rato aquí.
—Tienes que comer, por favor llega en dos minutos.
Colgué el teléfono y me acerqué a Dante para susurrarle en sus labios.
—Gracias por esto, fue muy lindo, pero me tengo que ir.
— Yo igual, cuídate, Adia.
Nos dimos un corto beso de despedida y nos fuimos a nuestras respectivas casas. Al llegar mi madre me llamó la atención por la hora, no obstante al contarle la situación me entendió. La adoro por eso, hace un rol de madre excelente.
Volviendo al tema de Dante, los siguientes días que nos juntamos hicimos cómo si nada hubiera pasado, tratábamos de esconder nuestra atracción. Sin embargo, cada vez se hacía más y más fuerte, algunas veces nos besábamos como si no hubiera mañana y al otro día nos saludábamos con un beso en la mejilla. Supongo que ninguno quería ponerle un nombre a la relación, aunque fuera el título mas común de "amigos con ventaja".
A veces éramos sólo amigos, a veces algo más. Y me encantaba.
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Siete mil millones.
Teen FictionDante Anderson era un soñador, tenía toda su fé depositada en mí para formar una encantadora historia y quedar eternamente enamorado. Lamento desilusionarlos desde el principio, pero por muy bonita que sea una historia, siempre tiene un final. No so...