Había pasado un año desde que vio por vez primera a ese matrimonio.

Daniel y Ana, él y ella. Así de simples eran sus nombres, y de gran tamaño sus corazones. Aquel que quiera verificarlo eche un vistazo a su hijo, el dulce, inteligente, divertido y cariñoso niño de tres años..., por lo menos tres años tenía esa noche.

La joven viajaba desde la facultad hasta su casa. El cielo estaba oscuro.

Quizá ella era demasiado lista para leer perfiles, o el matrimonio era muy predecible. Solo Dios sabe.

En fin. El auto estaba en su peor estado. Algunos dicen que fue casualidad que el vehículo se haya detenido justo frente a la casa de los Mancini, pero esos algunos suelen equivocarse.

-¿No arranca?- preguntó Daniel desde la puerta de su casa.

La joven sabía que debía responderle. Si decía que sí, él preguntaría qué hacía entonces quieta frente a la casa; si decía que no, él seguramente jugaría a ser el mecánico.

''Todo me anda mal en la vida'' pensó la joven.

-Parece- fue su sarcástica respuesta.

-Ora- dijo Daniel.

La joven sopló su flequillo. Tan predecible era Daniel que mucho antes de que salga esa pequeña palabra de su boca la joven ya la había escuchado.

Embrague y llave girada. El auto seguía sin arrancar. ¿Qué pasaba? Nadie sabía. La joven sentía vergüenza porque Daniel estaba observando cómo iba el asunto del arranque. ''Tengo que hacerlo bien, está mirando'' se repetía la chica.

-Está por llover. Entra- dijo Ana.

La joven estaba cansada, demasiado cansada. Había sido un día largo, muy largo. Quería llegar a su casa. Pero obedeció a las palabras de la mujer; siempre fue así, y la joven nunca supo por qué.

Doce pasos hasta la entrada, se saludaron correctamente, cerraron la puerta, se largó a llover.

''¿Habrán cenado ya?'' pensó la joven.

-Estábamos por cenar- dijo Ana cuando estaban los cuatro en la cocina- Hay una silla para vos, siempre va a estar.

La lluvia se tornó tormenta. El auto estaba bajo las ramas de un árbol, el cual podía caer si el viento decidía rugir con fuerza.

-Mi auto puede ser aplastado- pensó la joven en voz alta.

-Ora- dijo Daniel.

¿Orar para que el auto se mueva? ¿Orar para que la lluvia pare? ¿Orar para qué?


Una noche con los ManciniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora