-¿Cómo sabías que estoy despierta?- preguntó la joven.

-Nosotros tampoco podemos dormir- dijo Daniel- No estás tranquila, eso nos mantiene despiertos.

-No quiero ser una carga para ustedes- confesó la joven.

-¿Pensas que el auto se paró frente a casa por casualidad?- preguntó Ana.

-Estamos para escucharte- dijo Daniel.

-Hoy, mañana y siempre- acotó Ana.

En la oscuridad era más fácil ser sincera. La joven empezó a narrar sus problemas con lujo de detalle. Eran los típicos problemas de cualquier joven, nada nuevo en realidad. Ninguno de los tres veía la cara del otro; solo sabían que estaban cerca por el volumen de las voces.

La joven terminó su relato con las siguientes palabras:

-A veces me pudro. Siento que nunca me voy a sentir cómoda en este mundo.

-Es difícil- dijo Ana.

-Nunca te vas a sentir cómoda en este mundo- dijo Daniel.

-Porque no sos de este mundo- dijo Ana.

-Sos hija de Dios- dijo Daniel.

-Sos extranjera en esta Tierra- dijo Ana.

-Si te sentís cómoda en ese mundo...- dijo Daniel.

-... no vas a querer ir al Cielo- dijo Ana.

-Porque te conformarías con este lugar...- dijo Daniel.

-...que no es nuestro hogar- dijo Ana.

-Nuestro hogar es la Eternidad- dijo Daniel.

-Por eso nunca nos vamos a sentir llenos en la Tierra- dijo Ana.

La joven lo entendió. Todas las dificultades eran para formar su carácter. El poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad.

''El dolor es el megáfono de Dios'' dijo alguien alguna vez; estaba en lo cierto.

-Lo importante es que sepas que no estás sola- dijo Daniel.

-Vos ora- dijo Ana.

-Dios escucha- dijo Daniel.

-Y responde- dijo otra voz masculina totalmente desconocida.


Una noche con los ManciniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora