CAPITULO 5

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La mayoría de la gente le teme a la oscuridad, tienen la firme creencia que todo lo malo pasa solo en presencia de la luna y las estrellas. Y de cierto modo es así. Desde siempre he amado la oscuridad, me acostumbre tanto a ella que se volvió mi cómplice y aliada a través de los años al igual que la soledad.

Me dirigía a la vieja carretera que llevaba a las afueras de la ciudad, nadie la utilizaba ya. Era vieja, llena de baches y casi siempre fungía como punto de reunión para los delincuentes.

Entre por una desviación de terracería, conduje al menos 12 km más y llegue al punto de reunión. Hace como 3 años había encontrado esa vieja casa abandonada, y era perfecta para mis trabajos nocturnos. Por fuera lucia como eso, una vieja casa abandonada, los vidrios de las ventanas estaban rotos, le faltaba la puerta principal, la madera no tenía ya rastro de pintura y había moho y humedad en todos lados. Pero en la parte de atrás había una entrada a un sótano, que yo misma me encargue de reparar y adaptar para mis comodidades. Deje mi moto al frente de mi casa y me encamine hacia donde sabia me estaban esperando. De mi mochila saque un pasamontañas negro y me lo coloque antes de entrar.

Estaban ahí 3 de mis hombres, y el objeto de mi diversión esta noche. Yo sabía que tenía cierto desequilibrio mental, pero lo aprovechaba para fines benéficos. Mis chicos estaban sentados en un sofá viendo un programa de TV sobre subastas o algo así. En cuanto me vieron apagaron el televisor y se acercaron a mí.

–Serpiente -Me saludo uno de ellos –Tenemos todo listo, solo esperábamos por ti.

-¿Dónde está mi niña? –Pregunte secamente

-Está en su hábitat, cuando la necesites la traemos. –Contesto otro de ellos.

-Quiero a Dulcinea en 15 minutos en el salón de juegos. –Conteste mientras caminaba al salón. –Y no la hagan enojar si no ustedes la pagaran.

Entre en el salón de juegos. Mi salón de juegos. No había muñecas, pelotas ni mucho menos inflables. Lo que si abundaba ahí eran las cuerdas, cuchillos, navajas, martillos, tubos, sopletes y bueno, una cantidad de cosas con las que alguien pudiera infringir dolor.

En medio del salón había una mesa y una silla. Atado a la silla estaba Hernán Jones, jefe de policía de la ciudad y la mayor alimaña de esa ciudad. El hombre era conocido por su actitud prepotente y déspota. Se le había acusado de golpear a varias mujeres, de desviar fondos de la policía a sus cuentas personales y de tener tratos con los delincuentes más peligrosos de la ciudad. Era un pendejo al que nadie iba a extrañar.

Al verme entrar levanto la cabeza, y como había pedido, nadie lo toco, solo estaba ahí, esperando lo peor, y eso no era nada con lo que podía experimentar junto a mí. Lo tome del cabello e incline su cabeza hacia atrás para que pudiera verme a los ojos.

-Hola pequeña e insignificante escoria. Espero la estés pasando bien –Sus ojos gritaban pánico

-¿Quién...quién eres? ¿Qué quieres? ¿Acaso no sabes quién soy yo?

-Veamos... umm...si, si lo sé. Eres el mayor cabron hijo de puta de esta ciudad.-Solté su cabello, tome una silla que estaba pegada a la pared y me senté frente a él.

-¿Quién eres? –Pregunto otra vez. Siempre la misma pregunta.

-Solo porque hoy estoy de buenas contestare a lo que me preguntes.

-Entonces hija de...

-Shh shh shh... -Coloque un dedo índice en su boca. –No tan rápido campeón, vamos a hacerlo divertido. –De una caja que estaba dentro del salón saque un pequeño soplete de cocina. -¿Ves este pequeño e insignificante soplete? Bueno, yo haré una pregunta, y si no me contestas quemare alguna pequeña parte de ti, y si me contestas bien te dejare que me hagas una pregunta.

La Serpiente NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora