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Era tarde cuando ella pedaleaba apresurada y él trataba de seguirla, sorprendido por la fuerza que esa delicada joven tenía en las piernas. Finalmente, llegaron a un pozo de agua cristalina donde ella decidió detenerse.

—No sabes a dónde vas, ¿verdad? —preguntó Daniel convencido.

—Solo no quiero volver con mi padre.

—Podría pasarte algo malo si digues sola.

—Igualmente me pasaría algo malo.

Daniel bajó de la bicicleta y se sentó exhausto en el suelo. Aunque el barro seguia humedo, no le importó ensuciarse los pantalones. Se colocó frente a la laguna artificial, cuyas aguas lucían hermosas.

—Es curioso cómo lo han construido —dijo ella al bajar también de la bicicleta—. Han puesto un borde al pozo para evitar que el barro se mezcle con el agua —se sentó a su lado—. Mi mamá también es curiosa, hace nidos para las aves y los conejos.

—Tu mamá podría ayudarte.

—No, ella está enferma... Por cierto, a pesar de saber quién soy, no me has preguntado nada.

—Pienso que los rumores son producto de la envidia hacia tu poderosa familia.

—Tengo un hermano y me daría mucha pena dejarlo. Quería hacer algo bonito con él, pero mi profesor no me dejó y aprovechó la situación para acercarse a mí, tomarme de los brazos y presionarme el pecho —las lágrimas volvieron a sus ojos—. Agarré una escoba y lo eché de la casa— rió para no llorar.

—¿Por qué simplemente no le cuentas a tu papá lo que pasó?

—No lo conoces, no has visto cómo me golpea.

—Sí, lo he visto...

Ella apartó la mirada y la dirigió hacia la laguna. Se acercó al borde y metió los pies en el agua.

—Pero esa agua es potable —advirtió él, sonriente.

—Y qué importa, acompáñame. Quítate los zapatos, arremángate un poco los pantalones y sumérgete, se siente delicioso.

Daniel dudó un poco, pero finalmente lo hizo.

—Ya no veré más a mi hermano —se lamentó ella.

—Dicen que tu hermano nunca crece.

—Aseguraste que no creías en los rumores.

—Claro, pero...

—¿Cómo se les puede ocurrir eso?

—Por supuesto.

Daniel quería preguntar sobre la presunta deformidad del niño y sus hábitos alimenticios, pero la pregunta se le atascó en la garganta.

—Eres muy fuerte, pedaleas muy rápido, y eso que no sueles practicar ni siquiera en tu jardín.

—Claro, mira —Lisset buscó en el suelo con las manos y encontró una piedra, la arrojó hacia la laguna, creando una onda en el agua.

—¡Qué poder! —rió Daniel.

—A ver tú.

Daniel replicó la acción de su compañera, pero la onda que logró fue mucho más pequeña en comparación.

—Como ves —dijo, un tanto avergonzado—, al menos en los brazos no tengo tanta fuerza.

—Sí, se te ve muy delicado —sonrió y se mordió suavemente el labio inferior.

—Mi... quiero decir, mi papá no le agrada que sea tan tímido y frágil. Nunca me ha golpeado, pero a veces no me tolera.

—Y sin embargo, no tienes miedo de que te hagan problemas por estar aquí conmigo —dijo ella, tratando de animarlo—. Veo que tratas de cuidarme, tal vez, quién sabe, porque te gusto o quizás solo sientes lástima por mí.

—No, yo... no es que simplemente no podría permitir que alguien lastime a una chica... —bajó la cabeza.

—Eres muy delicado —comentó burlona.

—Sí, y si nos quedamos por aquí y pasa algo malo, no podría protegerte —la sonrisa volvió a su rostro.

—¿Entonces? —dijo ella, aparentemente un poco dudosa.

—Regresa a mi casa. Al menos por hoy; le diremos a mi papá...

—No —interrumpió ella entusiasmada —. Mejor escóndeme allí.

—¿En la habitación de huéspedes?

—O en tu habitación, soy un poco miedosa.

Él la observó sorprendido por su carencia de temor hacia su persona, aunque en el fondo sospechaba la pretención de aquella jovencita.

—Bueno... aprenderé a dormir en el suelo para que tú puedas dormir en la cama.

Lisset sonrió y meneó la cabeza en señal de negación.

—Qué loco, hacemos todos estos planes y ni siquiera sé tu nombre.

—Daniel —dijo él, extendiendo su mano.

—Y yo me llamo Lisset, un gusto.

Se tomaron las manos con delicadeza y se quedaron contemplandose. Daniel dejó de mirarle los ojos y pasó a obsevarle los labios, ella giró su rostro al notarlo y tomó otra piedra del suelo.

—Intentémoslo de nuevo, esta vez hazlo más fuerte— le dijo.

Ambos lanzaron con fuerza sus respectivas piedras al agua, pero una voz a lo lejos se acercó corriendo hacia ellos. Era un anciano con un palo en la mano y dos perros delante de él. Estaba dispuesto a correrlos.

—Mocosos del demonio... Esa agua está limpia, no la ensucien... Malditos mocosos, ahora verán lo que es bueno.

Los jóvenes salieron asustados, se pusieron de pie como pudieron y montaron en sus bicicletas. Los perros los seguían mientras escapaban pedaleando con fuerza y riendo.

Él si quiso lo que tú noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora