VI

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La noche había caído, y Daniel y Lisset se encontraban encerrados en la habitación donde habían decidido esconderse. En secreto, Daniel había conseguido comida de la cena para ella.

-Cuando mi padre llegue, preferiría que me arrojaras por la ventana -dijo ella, sentada en la cama, atormentada por sus pensamientos.

-No pasará nada -respondió Daniel despreocupado, mientras miraba la televisión.

-Así que me observabas desde aquí -comentó ella al levantarse y mirar por la ventana hacia el jardín de su casa de campo.

-Sí, y extrañamente nunca vi a tu hermanito.

El comentario le resultó desagradable, lo que la llevó a acercarse a él de manera lenta y amenazante. Se colocó frente a él, impidiéndole seguir viendo la televisión. Sacó una pequeña álbum de fotografías de la mochila que llevaba en la espalda y que hasta ese momento no había abierto ni tocado.

-¡No tiene brazos ni piernas! -exclamó el joven, pálido de asombro.

-No los tiene, pero es mi hermano y lo quiero -afirmó Lisset.

-Entonces, ¿es por eso que nunca crece?

-No -lamentó ella, su tono comenzaba a quebrarse-. Mi mamá no deja de tenerlos, está maldita. Mueren a los pocos meses y vuelven a nacer una y otra vez. Hasta ahora ha tenido veinte, pero este último ha vivido más de un año y por eso lo quiero tanto.

-¿Mueren a los pocos meses? -Daniel comenzaba a sentirse perturbado.

Las lágrimas de la joven resonaron fuertemente. Sacudió la cabeza en señal de negación.

-Mi papá los mata -dijo sollozando-. Los entierra en el jardín de la casa.

Daniel estaba horrorizado, pero al ver a la desconsolada muchacha llorando sin parar, se apresuró a abrazarla con fuerza.

-Tranquilo -dijo, separándose de ella-. No es algo a lo que no esté acostumbrada -su tono fue frío y lúgubre, lo que hizo que Daniel se sintiera aún más nervioso.

-¿Por qué no lo denuncias entonces? -preguntó, intentando fingir calma.

Lisset no respondió. Acomodó su cabello hacia atrás y tomó las manos de Daniel con ternura.

-Gracias, de verdad, gracias. Nadie me ha tratado así antes.

Se acercó a él y lo besó. Fue un beso largo, con pequeñas pausas que les permitieron calmarse después de las horribles confesiones. Lisset volvió a tomar el rostro de Daniel entre sus manos y lo besó nuevamente. Luego desabrochó el primer botón de su escote.

-¡Ignorante!

-¡Aquí está mi hija! ¡Si no me traes a mi hija, te mueres! ¡Juro que te mueres!

Los gritos en la entrada de la casa resonaron hasta la habitación de Daniel, en el segundo piso. A pesar de estar lejos del bullicio amenazante, no pudo escapar del sonido. El ruido interrumpió la escena atrevida.

-¡Mi padre, mi padre! ¡Te dije que vendría! -advirtió Lisset, muy nerviosa.

-Cálmate, iré a ver.

Daniel salió de la habitación y observó por las escaleras. Su padre, el señor López, estaba amenazando al padre de Lisset, el señor Velásquez, con una escopeta. Velásquez era un hombre enorme y moreno, corpulento en comparación con el de Daniel, lo que explicaba por qué había sacado una escopeta para intimidarlo.

-¡Niño, entrégame a mi hija o lo lamentarás! -gritó Velásquez, ferozmente, al ver a Daniel en la escalera-. ¡Es por tu maldito bien, hijo, entrégamela!

El sonido del disparo de la escopeta del señor López calmó la situación.

-¡Aquí no está tu hija! ¡Vete, o la próxima vez juro que el disparo no irá a la pared!

Velásquez acomodó su saco y se marchó, sin quitarle la mirada de encima a Daniel. La esposa del señor López llevó a su marido a la habitación para calmar sus nervios. El hombre estaba tan alterado que no notó a su hijo, quien lo observaba desde las escaleras.

Daniel subió rápidamente, entró a su habitación y cerró la puerta con llave. Vio cómo Lisset miraba oculta entre las cortinas de la ventana, mientras su padre se dirigía furioso hacia la casa.

-Gracias -le dijo ella, tan feliz que su sonrisa no cabía en su rostro. Se abalanzó sobre él y continuó besándolo.

Daniel, aunque ya no estaba convencido de lo que estaba sucediendo, correspondió al beso irresistible y extasiado. Esta vez fue tan apasionado que la joven no tardó en empezar a desabrocharse el vestido, dispuesta a quitárselo sin pero alguno.

-No -le dijo, separándola de él.

-Lo siento -agregó ella avergonzada.

-Descansemos, mañana veremos qué hacer.

Daniel le besó la frente con ternura, y Lisset aceptó impotente la propuesta. Se recostó en el lado izquierdo de la cama, dejando un espacio para que él se acostara a su lado. Sin embargo, Daniel ignoró la invitación y sacó una manta del armario, la extendió en el suelo y apagó la luz.

Él si quiso lo que tú noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora