La noche había caído, y Daniel y Lisset se encontraban encerrados en la habitación donde habían decidido esconderse. En secreto, Daniel había conseguido comida de la cena para ella.
-Cuando mi padre llegue, preferiría que me arrojaras por la ventana -dijo ella, sentada en la cama, atormentada por sus pensamientos.
-No pasará nada -respondió Daniel despreocupado, mientras miraba la televisión.
-Así que me observabas desde aquí -comentó ella al levantarse y mirar por la ventana hacia el jardín de su casa de campo.
-Sí, y extrañamente nunca vi a tu hermanito.
El comentario le resultó desagradable, lo que la llevó a acercarse a él de manera lenta y amenazante. Se colocó frente a él, impidiéndole seguir viendo la televisión. Sacó una pequeña álbum de fotografías de la mochila que llevaba en la espalda y que hasta ese momento no había abierto ni tocado.
-¡No tiene brazos ni piernas! -exclamó el joven, pálido de asombro.
-No los tiene, pero es mi hermano y lo quiero -afirmó Lisset.
-Entonces, ¿es por eso que nunca crece?
-No -lamentó ella, su tono comenzaba a quebrarse-. Mi mamá no deja de tenerlos, está maldita. Mueren a los pocos meses y vuelven a nacer una y otra vez. Hasta ahora ha tenido veinte, pero este último ha vivido más de un año y por eso lo quiero tanto.
-¿Mueren a los pocos meses? -Daniel comenzaba a sentirse perturbado.
Las lágrimas de la joven resonaron fuertemente. Sacudió la cabeza en señal de negación.
-Mi papá los mata -dijo sollozando-. Los entierra en el jardín de la casa.
Daniel estaba horrorizado, pero al ver a la desconsolada muchacha llorando sin parar, se apresuró a abrazarla con fuerza.
-Tranquilo -dijo, separándose de ella-. No es algo a lo que no esté acostumbrada -su tono fue frío y lúgubre, lo que hizo que Daniel se sintiera aún más nervioso.
-¿Por qué no lo denuncias entonces? -preguntó, intentando fingir calma.
Lisset no respondió. Acomodó su cabello hacia atrás y tomó las manos de Daniel con ternura.
-Gracias, de verdad, gracias. Nadie me ha tratado así antes.
Se acercó a él y lo besó. Fue un beso largo, con pequeñas pausas que les permitieron calmarse después de las horribles confesiones. Lisset volvió a tomar el rostro de Daniel entre sus manos y lo besó nuevamente. Luego desabrochó el primer botón de su escote.
-¡Ignorante!
-¡Aquí está mi hija! ¡Si no me traes a mi hija, te mueres! ¡Juro que te mueres!
Los gritos en la entrada de la casa resonaron hasta la habitación de Daniel, en el segundo piso. A pesar de estar lejos del bullicio amenazante, no pudo escapar del sonido. El ruido interrumpió la escena atrevida.
-¡Mi padre, mi padre! ¡Te dije que vendría! -advirtió Lisset, muy nerviosa.
-Cálmate, iré a ver.
Daniel salió de la habitación y observó por las escaleras. Su padre, el señor López, estaba amenazando al padre de Lisset, el señor Velásquez, con una escopeta. Velásquez era un hombre enorme y moreno, corpulento en comparación con el de Daniel, lo que explicaba por qué había sacado una escopeta para intimidarlo.
-¡Niño, entrégame a mi hija o lo lamentarás! -gritó Velásquez, ferozmente, al ver a Daniel en la escalera-. ¡Es por tu maldito bien, hijo, entrégamela!
El sonido del disparo de la escopeta del señor López calmó la situación.
-¡Aquí no está tu hija! ¡Vete, o la próxima vez juro que el disparo no irá a la pared!
Velásquez acomodó su saco y se marchó, sin quitarle la mirada de encima a Daniel. La esposa del señor López llevó a su marido a la habitación para calmar sus nervios. El hombre estaba tan alterado que no notó a su hijo, quien lo observaba desde las escaleras.
Daniel subió rápidamente, entró a su habitación y cerró la puerta con llave. Vio cómo Lisset miraba oculta entre las cortinas de la ventana, mientras su padre se dirigía furioso hacia la casa.
-Gracias -le dijo ella, tan feliz que su sonrisa no cabía en su rostro. Se abalanzó sobre él y continuó besándolo.
Daniel, aunque ya no estaba convencido de lo que estaba sucediendo, correspondió al beso irresistible y extasiado. Esta vez fue tan apasionado que la joven no tardó en empezar a desabrocharse el vestido, dispuesta a quitárselo sin pero alguno.
-No -le dijo, separándola de él.
-Lo siento -agregó ella avergonzada.
-Descansemos, mañana veremos qué hacer.
Daniel le besó la frente con ternura, y Lisset aceptó impotente la propuesta. Se recostó en el lado izquierdo de la cama, dejando un espacio para que él se acostara a su lado. Sin embargo, Daniel ignoró la invitación y sacó una manta del armario, la extendió en el suelo y apagó la luz.
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Él si quiso lo que tú no
Короткий рассказTodo el mundo conoce que en la casa de campo de los Spencer suceden cosas abominables. En las haciendas vecinas, es más, en todo el pueblo se sabe que la señora Spencer Lewis está maldita y su esposo, un desgraciado, pasó de victima a victimario. El...