Asher tenía que marcharse.
Por primera vez desde que Mel estaba en su casa, se dio cuenta de que no le había contado absolutamente nada. Le había parecido impensable desde el principio. La primera regla de los portadores de muerte era no contar a nadie su condición.
Sin embargo, ahora que se tenía que marchar, no podía hacerlo sin más, sin ninguna explicación.
-Me voy a ver a mi madre, está enferma.
Asher se arrepintió de soltar aquella estúpida mentira. Mel no era tonta, y sabía cuándo la mentían. Sin embargo, Asher usó su tono de siempre, sin ningún indicio de estar ocultando algo, y pareció que había colado, porque ella llegó incluso a preocuparse.
Realmente, Asher había matado a su madre a los tres años de edad.
Y ahora se encontraba en Washington, después de once horas en el avion, aunque quizás fueron doce, o trece, o tres días. Fuera como fuera, se le habían hecho eternas. No había una cosa que odiara más que los viajes. Estar sentado sin hacer nada productivo, durante un periodo de tiempo interminable, sin duda era lo peor.
Buscó con su GPS las coordenadas exactas. Lo que se solía hacer era celebrarlo en un lugar bajo tierra, un lugar excavado para la ocasión. Esta vez fue como siempre.
Bajó un ascensor, y llegó hasta una especie de cine enorme, donde todos los portadores estaban sentados hablando. Habría unos seiscientos. Donde tendría que haber una pantalla de cine había un escenario de piedra. Como no podían instalar una instalación eléctrica para solo una tarde, estaba iluminado por antorchas, lo que le daba un aspecto bastante lúgubre. Sin embargo lo que mayor miedo producía era la figura del Custodio en el escenario, quieto y tieso como un palo. No se le veía el rostro, ya que estaba tapado por una capucha, pero estaba claro que su cara era seria.
-Sentaros-dijo de pronto el Custodio
Todo el mundo, como robots, se sentaron en el primer lugar que vieron. En vez de asientos, había gradas de piedra.
-Ya ha llegado mi hora, por lo que tendré que escoger a un heredero.
No se oía ni una mosca.
-Ese heredero es uno de vosotros. Esa persona es...
Asher no conocía a muchos portadores, pero había oído hablar de Shia, una niña que solo con doce años sabía usar su poder de manera casi innata. Ella tenía muchas papeletas.
-Shia.
Aquí no existía la intriga. Simplemente se decía y ya. Todo el mundo aplaudió. Shia subió al escenario. El Custodio sacó de dentro de su capa una bola del tamaño de una pelota. Era transparente, y en su interior se veía una sustancia azul y brillante.
Le dio la bola a Shia. Esta se la guardó en la sudadera. Después se quitó la capucha. El Custodio colocó sus manos en la frente de Shia, y la transmitió algo. En el momento en el que se lo transmitió, cayó al suelo, muerto.
Fue un proceso mecánico, como si ya supieran desde hacía mucho tiempo todo lo que tenía que suceder. Era la primera elección de Custodio que veía Asher, y pensó que seguramente no vería ninguna más.
La multitud aplaudía y hablaba. Asher divisó a Sayla un poco más alante, y se acercó a su sitio.
-¡Hola! -Dijo esta, entusiasmada.
-Hola.
-Se veía venir que fuera Shia. Esa niña es la mejor en todo.
-Lo sé.
-Y tú, ¿Qué tal?
Sayla parecía estar de buen humor. La idea de "estar de buen humor" o, simplemente, "estar de alguna manera" resultaba casi inconcebible para cualquier portador. ¿Por qué actuaba así?
-Bien. Ya se está haciendo tarde. Tengo que irme.
-¡Espera! Asher, ¿qué tal si voy a tu casa? Podríamos hablar, pasar el rato... Como antes.
-Antes no pasábamos el rato hablando. De todas formas, mi respuesta es no.
-¿Por qué no? Eso es absurdo. ¿Acaso tienes algo mejor que hacer?
Asher pensó en Mel. Sayla no podía verla. Un portador no podía andar con humanos, era una humillación, y en ese caso le tratarían como un renegado.
-No. Pero prefiero estar solo. No me gusta la compañía.
Sin dejarla terminar, se marchó. Rumbo a su piso. Rumbo a Mel.
Sayla le conocía. Antes habría dicho que sí. ¿Por qué actuaba así?
Los dos tenían secretos.
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42.[editando]
ParanormalAsher se había pasado lo que quedaba de noche encima de una silla y de cuclillas, mirándola. Le gustaba mirarla, y no le importaba casi el dolor que, al mismo tiempo, sentía.