Capítulo 2

133 4 1
                                    

Corregido por Alina Eugenia

Eran las 6:30 am cuando Kim llamó a mi puerta para recordarme que en una hora tenía clase de Historia antigua.

Lo que más odiaba de mi misión era que me habían convertido en humana; sentía sueño, cansancio y necesitaba dormir. Estaba empezando a entender porqué las personas se irritaban tanto. La falta de sueño los hace volátiles, pensé.

—Nos hace más volátiles —me corregí en voz alta.

Cuarenta minutos después nos encontrábamos en el aula 104 de la facultad de historia. Había un clima húmedo y frio, como todos los días, lo que causaba que mi pelo se esponjara; por esa razón lo dejo riso y sin peinar.

Vagaba en mis pensamientos sobre cómo lucía ésta mañana cuando lo vi entrar, con su mirada en el piso. Su aura se sentía mas triste y apagada que ayer, pero aun tan pura; pude sentir su culpa, su tristeza, su confusión…, su desesperación por enmendar lo que hubiera causado su estado, pero sin saber cómo hacerlo.

Se sentó en la esquina más lejana y escondida del curso; se hundió en el escritorio y cubrió su cabeza con sus manos. Se veía tan atormentado, tan dolido.

Unos minutos después la señorita Foster empezó su larga, aburrida y poco interesante clase. Lo último que escuche fue algo sobre el Imperio Romano antes de que mi alma fuera transportada a los dominios de mi madre, en el Olimpo.

—Adara —dijo mi madre en un tono que no pude descifrar si estaba entre cariñoso y enojado o simplemente enojado.

—Madre —respondí neutramente—. ¿Se ha acabado mi tiempo? Si mal no me informaste el día que me desterraste del Olimpo, no tengo derecho a estar aquí hasta cumplir mi misión.

—Sé lo que dije y, técnicamente, no he roto esa regla, ya que solo he traído tu alma y he dejado tu cuerpo en transe.

—Bueno, ¿alguna otra condición para agregar a mi misión, madre?

—No estás en condiciones de desafiarme con ese tono, señorita. Debes aprender a elegir tus batallas, hija mía y, como podrás darte cuenta, no ganarás ninguna de las que mantengas conmigo. Sé que los poderes de las koris que te acompañan fueron restaurados —palidecí—. Debería castigarte por ello, pero no lo haré. Tus poderes serán restaurados, pero no todos. No tendrás derecho a venir al Olimpo, tus llamados serán escuchados pero por mí nunca serán respondidos. Los Destinos han jodido bastante al humano que siempre vigilas —dijo, reflejando imágenes en mis ojos—. Su nombre es Marco Saelli, único sobreviviente de un dramático accidente en el que murió su familia. ¿Por qué te interesa tanto, Adara?

—No tengo ningún interés en él, madre —dije, apartando la vista— es sólo un humano mas, que no merece vivir según tus propias palabras, madre.

—Eso no es lo que Agatha me ha dicho, Adara. Tengo entendido que, cuando ibas a refugiarte a los dominios de Artemisa, pasabas la mayor parte del tiempo vigilándolo. ¿Entonces Adara, qué tiene él en especial? —preguntó con ojos inquisitivos.

—Nada, sólo me resulta curiosa lo triste y cambiante que es su aura.

—No pierdas el tiempo Adara, tu cuenta regresiva a comenzado y, aunque no lo creas, me destruiría tener que entregar a mi hija en sacrificio a Zeus.

—No lo pensaste el día que me castigaste —dije, sin poder ocultar la irritación y el dolor en mi voz.

—Sí lo hice —respondió con la voz rota, levantando su mano para acariciar mi mejilla, hasta que recordó que no podía hacerlo dejándola caer—. Pero tú me obligaste a hacerlo; me humillaste frente a Zeus y mis hermanos —añadió irritada.

—No lo hice madre, pero para ti siempre ha sido más importante lo que piensen los demás y qué tan mal te haga quedar frente a “Oh, los grandes y temibles dioses del panteón Griego y el Oh Gran Zeus”. Sé que estabas supuesta a ser una diosa virgen. Pero caíste en la tentación de un humano, al que mataste cuando Artemisa te informo que estabas embarazada. Sé que odias a los Destinos por hacerte esto, sé que mi existencia sólo te dejó en ridículo ante Zeus. Pero yo no soy responsable de ello y, aún así, él me odia —respondí, sonando más dura de lo que pretendía ser.

—Eso no es cierto —susurró.

—Sabes que es verdad, estarás más que feliz de matar a tu propia hija ante Zeus —dije, sintiendo cómo la ola de poder azotaba mi cuerpo—. Ahora, si me disculpas, debo volver a ese asqueroso mundo que quieres destruir —añadí antes de cortar el trance y volver al salón de clases.

Cuando abrí los ojos la clase ya había terminado y todos salían estrepitosamente del aula.

—Nunca he comprendido porqué el tiempo es más lento en el Olimpo —susurré, levantándome de mi asiento seguida por Kim y Agatha.

Volvimos al apartamento y, cerrando la puerta de golpe haciendo uso de la telequinesis, me giré hacia Agatha.

—Artemisa, te necesito aquí, A-HO-RA —grité furiosa.

Al instante la hermosa diosa de la caza se encontraba entre nosotras.

—¿Qué sucede? —preguntó irritada.

—Ella —dije señalando con mi vista iracunda a Agatha—. Ella ha estado informándole a mi madre todas y cada una de las cosas que he hecho y en las que tú y Perséfone me han ayudado. ¡¿No se supone que juran lealtad y sólo responden ante ti?! —pregunté, alzando mi voz.

—Agatha, un par de días en el Tártaro te harán bien, ¿cierto querida? —dijo Artemisa en un tono peligroso.

—Ella es su madre, no creí que hubiera problema en responder algunas preguntas —respondió Agatha en un susurro, asustada—. Mis disculpas.

—No la quiero aquí; no quiero a ninguna otra maldita kori. Deberías empezar a revisar qué tantas cosas andan diciendo tus doncellas fuera de tus dominios, en el Olimpo. Creo que algunas de ellas no son siquiera vírgenes y se supone que deben serlo —dije irritada—. Solo quiero a Kim; siempre supe que algo andaba malditamente mal con Agatha, pero no hasta éste punto.

—Agatha, a mis dominios, ahora —dijo en el mismo instante en el que Agatha desaparecía de la habitación—. Cariño, siento mucho esto —dijo más calmada, acercándose a mí.

—Habla con Hades, Perséfone debe estar de vuelta en el Olimpo en un par de días y tal vez el dios necesite una mujer que cubra sus necesidades —dije, aún enojada—. Ahora, si me disculpan, estoy realmente cansada y necesito dormir antes de perder la paciencia. Kim, tienes el resto del día libre —dije entrando a la pequeña habitación, dejándome caer en la cama.

Cloto debía odiarme parar haberme confinado a esta vida. Los dioses se apiadarán de mí; la idea de ser entregada a Zeus era realmente tentadora en estos momentos.

Hija de un humano al que nunca conocí, de una diosa que me odia desde el momento de mi concepción. Un humano huérfano tiene más suerte que yo.

Lo siguiente que supe fue que me había quedado dormida y que escuchaba la voz de Kim y una voz masculina que no conocía…

Daughter Of OlympusWhere stories live. Discover now