Capítulo 1

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Capítulo 1: "Mi vida, mi desgracia".

Las gotas resbalan por el cristal de la ventana del coche. Hoy es un día lluvioso, sí. Parece que el cielo compartiera mis sentimientos, porque así es como me siento ahora mismo. No suelo ser muy pesimista, pero hoy es uno de esos días en los que lo ves todo oscuro, sin salida. Aunque mi vida ha sido así, un tunel sin escapatoria.

Yo era una niña feliz, llamada Cristina, que vivía sin preocupaciones. Tenía unos padres que me querían y que no estaban divorciados, al contrario que los padres de muchas de mis compañeras. Tenía dos hermanos, uno dos años mayor y otro cuatro años menor, a los que quería con todo mi corazón. Tenía amigos. Y tenía cáncer, aunque no lo supimos hasta que cumplí siete años. A partir de entonces, dejé de ir al colegio, dejé de tener amigos e incluso la relación con mis hermanos dejó de ser la misma, porque no sabían cómo hablarme, y a mí no me gustaban sus miradas de compasión. Todo empeoró, apenas salía del hospital, estaba demasiado débil. El cáncer de pierna me estaba matando, y al final la perdí.

Pero lo peor fue llegando cuando crecí. Ya no era que estuviese enferma, sino que me habían quitado la libertad y nunca podría ser como una chica normal. Nunca tendría amigas a las que les contaría los secretos. Nunca tendría novio. Nunca iría de compras. Nunca, nunca, nunca. Todos eran nuncas. Pero hace unas semanas parecía que después de tanto tiempo las cosas mejoraban. Dejaron de darme quimio, mi pelo volvió a crecer.  Me dieron esperanzas de que podía estar curada y volver a mi casa y olvidarme para siempre del cáncer, dentro de lo que cabe. Y cuando me hicieron la prueba final, ¿me dijeron que estaba curada? ¿Que podía irme a casa? ¿Que estaba limpia? ¿Que podría ser una chica normal? No. No me dijeron eso. Seguía enferma con este maldito cáncer. Y peor que nunca. Los médicos nos dijeron que con quimioterapia podría vivir durante dos años, pero que mi cuerpo no lo soportaría más. "¿Y sin quimioterapia?", pregunté. Un año, me respondieron.

Y así he acabado. Hoy me han dado el alta con el consentimiento de mis padres. Con una pierna ortopédica que nunca será como una pierma real. Viviré un año, pero ese año le viviré como una chica normal. No, mejor que una chica normal. Voy a hacer todas las cosas que siempre he querido hacer y nunca he podido. Grandes cosas, como viajar a la torre Eiffel o teñirme el pelo de un color llamativo. Pero también las cosas cotidianas que toda chica hace, como darse el primer beso o pasar la Navidad en casa, con mi familia.

-¿Vas bien? -me pregunta mi padre.

-Perfectamente. Estoy fuera -respondo intentando sonreír mientras le miro.

Como se nota que soy hija de mi padre. Tengo los mismos ojos azules que él y el mismo pelo castaño. Él es mucho más moreno que yo, pues mi tez blanca la he heredado de mi madre, pero es de las pocas cosas de las que me distingo de él.

-No pareces muy contenta.

-Un mal día.

Llegamos a nuestra casa, si es que esa es una buena palabra para definirla. Sería mejor "la casa de mi familia" o "el sitio donde tengo una habitación con una cama en la que llevo nueve años sin dormir". Es grande, aunque no tanto como la recordaba. La fachada es blanca y el tejado de pizarra. Entramos en casa. Mi madre está trabajando y mi hermano mayor, Julián, saliendo con sus amigos. Sólo el pequeño, y no tan pequeño, está en casa, aprovechando los últimos días de calor en la piscina del patio trasero. Metemos en casa el poco equipaje que llevo y salgo a saludar a Tomás, que sale de la piscina en cuanto me ve.

-Hola -le saludo.

-Ey.

No sé qué mas decirle. Esto es demasiado incómodo. Esto es lo que pasa cuando ves a tus hermanos una vez cada mes, si no es menos. Y cuando cada vez que los ves o no tienes fuerzas ni para hablar o estás demasiado deprimida para que te apetezca. Veo que no puede evitar mirar mi pierna falsa.

-Bueno... Voy a ver mi habitación. Si me acuerdo de dónde está -intento parecer divertida-. Después nos vemos.

-Vale -responde antes de tirarse a la piscina de bomba.

Subo a mi habitación torpemente y me sorprendo al ver que está igual que siempre, y me temo que algo anticuada. Encima de la cama hay un cuadro de un unicornio de distintos colores. En la estantería sólo hay libros donde hay más dibujos que páginas con letras. E incluso el baúl está lleno de juguetes. 

Me pongo manos a la obra y en lo que queda de tarde tranformo una habitación de princesa en un dormitorio de una adolescente normal, lo que siempre he querido ser. He imprimido fotos bonitas, ya que no tengo fotos con amigas que no existen y en la mayoría de las que tengo salgo sin pelo, y las he pegado donde estaba el cuadro del unicornio. He vaciado el baúl de los juguetes y en la librería he colocado todos los libros que tenía en el hospital. 

A la hora de cenar nos sentamos todos juntos en la mesa de la cocina. Mis padres y hermanos me preguntan algunas cosas, pero sé que no se les aparta de la cabeza que he decidido morir. O mejor, morir viviendo, porque vivir en el hospital sí que era la muerte. Terminamos y me subo a mi habitación, que ahora se ha convertido en mi guarida después de estar media vida compartiendo habitación con otra persona. 

Me tumbo en la cama, por primera vez en mucho tiempo y dejo la mente en blanco. No quiero pensar en la muerte, ni en lo que haya después, en nada. Solo quiero vivir lo poco que me queda de vida, pero el saber el tiempo que me queda consigue quitarme las ganas de todo. Saco esos pensamientos de mi mente y cojo un cuaderno y un boli de la mesa y empiezo a hacer una lista. Una lista de todas las cosas que tengo que hacer antes de morir.

Before we dieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora