Capítulo 2

132 9 3
                                        

La luz de la mañana me despierta. Por primera vez en mucho tiempo me despierto por mí misma y no por los ruidos del hospital o porque sea la hora de tomarme alguna medicación. Miro la hora. Las once. No recuerdo la última vez que me desperté a estas horas, pero me siento bien por el cambio. Me sirvo el desayuno mientras veo la televisión. Se siente bien estar de nuevo en casa y hacer lo que me dé la gana.  Mis padres están trabajando y Tomás y Julián aún no se han despertado, así que se puede decir que estoy sola en casa. Y como no tengo nada que hacer, empezaré a cumplir mi lista.

No me cuesta convencer a Julián de que me lleve al hospital, total, nadie se negaría a una chica con cáncer terminal. No está muy lejos de casa, pero no puedo ir andando con tantas cajas. Una de las cosas de mi lista era donar algo a alguna asociación, y ya que no voy a usar mis juguetes ni libros infantiles, quiero donarlo al hospital, para que los niños enfermos puedan disfrutar de ellos.

-¿Necesitas que después te recoja? 

-No, volveré andando.

-¿Segura? -me pregunta poco convencido.

"Que aunque tenga cáncer tengo dieciséis años", me dan ganas de decirle. Y aunque es la verdad, me callo, porque yo no soy así, diciendo comentarios desagradables y no puedo dejar que el cáncer me transforme.

-Segura. Adiós.

Cojo las tres cajas y las monto una encima de otra. Llevo a la recepción del hospital que tanto conozco y saludo a Conchi, una mujer entrada en años con la que cogí mucha confianza y que saca mi mejor lado.

-Mira lo que he traído -la digo abriendo las cajas.

-Ay mi niña, ya verás lo que se alegran los niños. Eres un sol.

Me ruborizo y respondo:

-Van a ser más útiles aquí que en mi casa o en la basura.

Me despido de ella y subo a la planta de niños, mi antigua planta. Hay una sala común donde todos los niños y adolescentes acuden a pasar el rato. Todos menos yo, que durante años me negué y cuando empecé a querer ir, me daba demasiada vergüenza y creía que no me aceptarían.

A estas horas de la mañana la sala está más que llena. Hay niños jugando con coches, otros construyendo un gran castillo, niñas jugando con muñecas. Me acerco a la enfermera y la enseño los juguetes. Se la ve agradecida, no todos los días alguien se acerca al hospital a donar juguetes. 

-¿Te gustaría quedarte un rato? -me pregunta. Sabe mi historia, sabe que odio los hospitales o cualquier cosa que tenga que ver con el cáncer o la muerte, y aun así, me lo pregunta.

-Claro... -maldito corazón de mazapán.

Me siento en una silla mientras intento entablar conversación con un niño que tiene síndrome de Down.

-Hola -le digo con una amplia sonrisa.

-Hola.

Guau, qué cortante. No sé que decirle, ni qué preguntarle... Llevo demasiado tiempo hablando siempre con las mismas personas.

-Um, ¿qué estás dibujando?

-¿Y a ti qué te importa?

-Oye, solo preguntaba -le contesto haciendome la enfadada.

-La curiosidad mató al gato. A ti también te puede matar.

No sé si reír o llorar. ¿De dónde ha salido este niño? Aunque pensándolo bien no tiene por qué ser tan pequeño. Puede que tengar catorce o quince años, incluso mi edad. Voy a contestarle cuando un chico aproximadamente de mi edad o un poco más mayor se sienta a nuestro lado y me quedo con la palabra en la boca.

-Hola, Nacho -saluda el chico que acaba de llegar a "mi amigo".

-Ey tío -responde mientras chocan el puño.

Estoy a punto de irme a otro lado para no cortarles el rollo cuando el chico de mi edad dice:

-Nacho, no me habías contado que tenías novia. Y mucho menos que fuera tan guapa -me dice sin mirarme pero señalándome con la cabeza.

Rápidamente toda la sangre de mi cuerpo sube a mi cabeza y siento que mis mofletes están colorados. No sé qué decir y voy a negar que lo somos cuando Nacho se adelanta.

-Te la presento. Novia, este es Víctor. Víctor, esta es mi novia -le miro con la boca abierta mientras Víctor me da la mano.

Nacho es increíble, algo mentiroso y cortante, pero debo reconocer que me ha caído bien. Y su amigo también parece simpático, aunque a quién no se lo parecería. Tiene el pelo oscuro y los ojos marrones. Y es muy, muy guapo.

-¿Y desde cuándo estáis juntos? -pregunta Víctor divertido.

Noto como Nacho posa su mano sobre la mía. Mi cara debe ser un cuadro. ¡Vaya morro que tiene! Pero, por una vez, voy a divertirme un rato.

-Desde hace unos días, pero desde la primera vez en que le vi supe que iba a ser el amor de mi vida, ¿verdad, amorcito? -contesto dramáticamente.

Nacho asiente muy convencido. Seguimos hablando un rato, con la misma pantomima, hasta que la enfermera avisa a Nacho de que tiene unas pruebas y que tiene que irse.

-Adiós, Víctor. Adiós, novia -se despide.

-Adiós, pero me llamo Cristina -le respondo mientras sale por la puerta.

Víctor y yo nos quedamos solos. No sé que decirle así que observo a los niños que siguen jugando, todos tan felices y sin preocupaciones. Parece mentira que estén en un hospital.

-Nunca te había visto por aquí, ¿vienes mucho? -me pregunta.

-No sabes cuánto... De hecho, vivía aquí, pero nunca salía de mi habitación.

-Cáncer de pierna, ¿no?

-¿Cómo lo sabes? -¿Tanto se nota?

-Por tu manera de colocar la pierna. Ortopédica, si no me equivoco. 

-¿Y tú sabes eso porque...?

En vez de responde con palabras coge mi mano y la guía hacia su pierna derecha. La toco. Um, algo que tenemos en común. Aunque, sinceramente, preferiría que hubiese sido otra cosa. 

Before we dieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora