La luz de la mañana me despierta. Por primera vez en mucho tiempo me despierto por mí misma y no por los ruidos del hospital o porque sea la hora de tomarme alguna medicación. Miro la hora. Las once. No recuerdo la última vez que me desperté a estas horas, pero me siento bien por el cambio. Me sirvo el desayuno mientras veo la televisión. Se siente bien estar de nuevo en casa y hacer lo que me dé la gana. Mis padres están trabajando y Tomás y Julián aún no se han despertado, así que se puede decir que estoy sola en casa. Y como no tengo nada que hacer, empezaré a cumplir mi lista.
No me cuesta convencer a Julián de que me lleve al hospital, total, nadie se negaría a una chica con cáncer terminal. No está muy lejos de casa, pero no puedo ir andando con tantas cajas. Una de las cosas de mi lista era donar algo a alguna asociación, y ya que no voy a usar mis juguetes ni libros infantiles, quiero donarlo al hospital, para que los niños enfermos puedan disfrutar de ellos.
-¿Necesitas que después te recoja?
-No, volveré andando.
-¿Segura? -me pregunta poco convencido.
"Que aunque tenga cáncer tengo dieciséis años", me dan ganas de decirle. Y aunque es la verdad, me callo, porque yo no soy así, diciendo comentarios desagradables y no puedo dejar que el cáncer me transforme.
-Segura. Adiós.
Cojo las tres cajas y las monto una encima de otra. Llevo a la recepción del hospital que tanto conozco y saludo a Conchi, una mujer entrada en años con la que cogí mucha confianza y que saca mi mejor lado.
-Mira lo que he traído -la digo abriendo las cajas.
-Ay mi niña, ya verás lo que se alegran los niños. Eres un sol.
Me ruborizo y respondo:
-Van a ser más útiles aquí que en mi casa o en la basura.
Me despido de ella y subo a la planta de niños, mi antigua planta. Hay una sala común donde todos los niños y adolescentes acuden a pasar el rato. Todos menos yo, que durante años me negué y cuando empecé a querer ir, me daba demasiada vergüenza y creía que no me aceptarían.
A estas horas de la mañana la sala está más que llena. Hay niños jugando con coches, otros construyendo un gran castillo, niñas jugando con muñecas. Me acerco a la enfermera y la enseño los juguetes. Se la ve agradecida, no todos los días alguien se acerca al hospital a donar juguetes.
-¿Te gustaría quedarte un rato? -me pregunta. Sabe mi historia, sabe que odio los hospitales o cualquier cosa que tenga que ver con el cáncer o la muerte, y aun así, me lo pregunta.
-Claro... -maldito corazón de mazapán.
Me siento en una silla mientras intento entablar conversación con un niño que tiene síndrome de Down.
-Hola -le digo con una amplia sonrisa.
-Hola.
Guau, qué cortante. No sé que decirle, ni qué preguntarle... Llevo demasiado tiempo hablando siempre con las mismas personas.
-Um, ¿qué estás dibujando?
-¿Y a ti qué te importa?
-Oye, solo preguntaba -le contesto haciendome la enfadada.
-La curiosidad mató al gato. A ti también te puede matar.
No sé si reír o llorar. ¿De dónde ha salido este niño? Aunque pensándolo bien no tiene por qué ser tan pequeño. Puede que tengar catorce o quince años, incluso mi edad. Voy a contestarle cuando un chico aproximadamente de mi edad o un poco más mayor se sienta a nuestro lado y me quedo con la palabra en la boca.
-Hola, Nacho -saluda el chico que acaba de llegar a "mi amigo".
-Ey tío -responde mientras chocan el puño.
Estoy a punto de irme a otro lado para no cortarles el rollo cuando el chico de mi edad dice:
-Nacho, no me habías contado que tenías novia. Y mucho menos que fuera tan guapa -me dice sin mirarme pero señalándome con la cabeza.
Rápidamente toda la sangre de mi cuerpo sube a mi cabeza y siento que mis mofletes están colorados. No sé qué decir y voy a negar que lo somos cuando Nacho se adelanta.
-Te la presento. Novia, este es Víctor. Víctor, esta es mi novia -le miro con la boca abierta mientras Víctor me da la mano.
Nacho es increíble, algo mentiroso y cortante, pero debo reconocer que me ha caído bien. Y su amigo también parece simpático, aunque a quién no se lo parecería. Tiene el pelo oscuro y los ojos marrones. Y es muy, muy guapo.
-¿Y desde cuándo estáis juntos? -pregunta Víctor divertido.
Noto como Nacho posa su mano sobre la mía. Mi cara debe ser un cuadro. ¡Vaya morro que tiene! Pero, por una vez, voy a divertirme un rato.
-Desde hace unos días, pero desde la primera vez en que le vi supe que iba a ser el amor de mi vida, ¿verdad, amorcito? -contesto dramáticamente.
Nacho asiente muy convencido. Seguimos hablando un rato, con la misma pantomima, hasta que la enfermera avisa a Nacho de que tiene unas pruebas y que tiene que irse.
-Adiós, Víctor. Adiós, novia -se despide.
-Adiós, pero me llamo Cristina -le respondo mientras sale por la puerta.
Víctor y yo nos quedamos solos. No sé que decirle así que observo a los niños que siguen jugando, todos tan felices y sin preocupaciones. Parece mentira que estén en un hospital.
-Nunca te había visto por aquí, ¿vienes mucho? -me pregunta.
-No sabes cuánto... De hecho, vivía aquí, pero nunca salía de mi habitación.
-Cáncer de pierna, ¿no?
-¿Cómo lo sabes? -¿Tanto se nota?
-Por tu manera de colocar la pierna. Ortopédica, si no me equivoco.
-¿Y tú sabes eso porque...?
En vez de responde con palabras coge mi mano y la guía hacia su pierna derecha. La toco. Um, algo que tenemos en común. Aunque, sinceramente, preferiría que hubiese sido otra cosa.

ESTÁS LEYENDO
Before we die
Teen FictionSinopsis: "Me voy a morir. Tengo dieciséis años y estoy enferma de cáncer de brazo desde los siete. No tengo brazo izquierdo. Hace unos meses parecía que por fin el cáncer había sido eliminado de mi cuerpo, pero no ha sido así. Por eso, después de p...