Capítulo 4

106 6 6
                                    

Al día siguiente me levanto con el mismo buen humor que ayer. Empieza septiembre, y aunque a mucha gente eso le provocaría desesperación y depresiones, a mí no me importa. Puede que sea el último septiembre de mi vida, tengo que aprovecharlo. Me siento genial. Sí, aún me preocupo por el tiempo que me queda, pero llevo esos pensamientos a la parte más profunda de mi mente, para que no salgan a flote.

Otra vez soy la única despierta de mis hermanos, así que tengo la casa para mí sola. Me gustaría hacer algo de mi lista, pero quiero esperar a Víctor. Aunque ayer me mostara reacia a cumplir mis objetivos con él, no me parece mala idea. Ahora solo espero que me llame pronto, o moriré de desesperación antes que de cáncer. 

A media mañana suena el teléfono. Lo cojo rápidamente, pues lo tenía cerca para tardar lo mínimo posible.

-¿¡Sí?! -pregunto con un toque nervioso en mi voz.

-Cristina, soy mamá -responde mi madre. Mi excitación disminuye considerablemente.

-Ah, hola.

-¿Esperabas la llamada de alguien? -pregunta con curiosidad.

Podría decírselo, pero, ¿y si Víctor no me llama? Quedaría como una tonta, siendo tan orgullosa como soy.

-No, no -intento parecer despreocupada-. ¿Qué tal por el trabajo?

Mi madre trabaja como profesora en un colegio privado al que han ido mis hermanos, y yo hasta los siete años. Ella es la tutora de segundo de primaria y puedo aseguraros que más de una vez se ha quedado dormida en el sofá a las ocho de la tarde por lo cansada que vuelve a casa.

-Bien, ahora están en el recreo, doy gracias por este corto momento de descando. Te veo animada, así me gusta, cariño.

-Sí, lo estoy.

-Tengo que despedirme, que la campana de final del recreo está a punto de sonar. Después nos vemos.

-Adiós -me despido.

Antes de comer estoy escuchando música en mi habitación tumbada en la cama. Aunque estallase una bomba al lado de mi casa, por el ruido no me enteraría, porque tengo la música puesta a tope en mi iPod. 

Julián abre la puerta y me quito los cascos.

-¿Ya ha venido mamá? -pregunto.

Pero me fijo en el teléfono que tiene en la mano. Cruzo los dedos rogando que sea Víctor.

-Es para ti -responde mientras me tira el teléfono a la cama y sale de mi habitación cerrando la puerta.

Lo cojo y me pongo.

-¿Diga?

-Hola, soy Víctor -su voz es inconfundible. Y algo sexy, debo decir.

-¡Hola! -mierda, he hablado demasiado alto y demasiado animada. 

-¿Has comido?

-Pues... aún no.

-Vale, ve al hospital -me responde-. En cuanto puedas, porque yo ya estoy aquí. Ah, y tráete la lista.

Nos despedimos, yo sin dejar de sonreír. Puede que me meta en un lío por irme a comer por ahí con un chico al que conocí ayer y sin pedir permiso a ninguno de mis padres, pero tampoco me importa mucho. Me visto con algo de la poca ropa que tengo, comprada por mi madre días antes de que me dieran el alta, aunque tengo que decir que son de mi estilo. Me peino el poco pelo que tengo -me llega por las orejas-, y salgo de casa pitando, avisando a Julián de que como fuera y que se lo diga a mamá.

Llego al hospital en diez minutos, andando lo más deprisa que puedo con mi pierna ortopédica. Y allí está, en la puerta, con una camiseta de rayas y unos vaqueros gastados. Demasiado guapo para cualquier chica. 

-Hola -le saludo.

-Hola. ¿Tienes la lista? -me pregunta.

-Sí.

-Vale, eso es lo importante.

-¿Más importante que venir? -pregunto divertida.

-Casi, pero no tanto.

Le pregunto que dónde vamos a comer y me responde que al Mc Donald's, pero que eso no es lo importante, sino empezar con "nuestra" lista. Por el camino vamos en silencio. Le observo y parece concentrado, como pensando en algo muy importante para él y, para mi desgracia, me pilla mirándole.

-¿Qué? -pregunta intentando leerme con la mirada.

-¿Jugamos a las preguntas?

-¿Cómo se juega a eso?

-Es muy fácil. Yo jugaba con cada nuevo compañero de habitación que tenía, siempre que no tuviese un mal día, que era la mitad. Yo te hago una pregunta, tú respondes. Tú me haces una pregunta, y yo respondo. Sobre lo que sea. Ah, y hay que ser sincero. Y, en esta ocasión, está prohibido preguntar o responder sobre el cáncer o la muerte.

-Demasiadas normas, pero me apunto. Las damas primero -hace una reverencia.

No me hace falta pensar mucho, porque ya sé lo que quiero preguntarle.

-¿Cuántos años tienes? Porque parece que eres mi edad, pero eres muy maduro, y no sé, los pocos chicos que he conocido de dieciséis años parecían críos.

-Veintidós.

La sonrisa se desvanece de mi cara. ¿Veintidós? ¿Los dos patitos? Me saca seis años. De repente la idea de comer con él no me parece tan buena idea. ¡Si aparenta dieciséis o diecisiete!

Rompe a reír.

-Tendrías que haber visto tu cara. No, tengo diecisiete -hago como que suspiro aliviada-. Me toca. ¿Tienes novio? Y no me refiero a Nacho.

La pregunta del euromillón. ¿Por qué los chicos tienen que estropearlo todo preguntando eso? No he conocido a muchos chicos, pero en mis nueve años dentro de un hospital he tenido distintos compañeros de habitación. Empezaba a llevarme bien con ellos, me preguntaban que si tenía novio, me pedían salir, les rechazaba, no volvíamos a ser amigos. Fin. Yo sólo quiero ser su amiga, le conocí ayer. Aunque sea uno de los chicos más guapos que he visto últimamente.

-No, ni ahora mismo quiero. No puedo hacer que alguien me quiera para después abandonarle como si nada -respondo muy seria, aún más viendo que no he cumplido mi prohibición de no hablar sobre la muerte. Él no dice nada, así que cambio rápidamente de tema-. ¿Y tú, que tienes cara de rompecorazones? ¿Tienes novia?

Espero que no suelte ninguna de las chorradas que salen en las series o películas cursis como "no, pero mi futura novia se llama Cristina", porque entonces me llevaré una gran decepción, pero no, responde lo que menos me esperaría:

-Sí, se llama Anabel.

Before we dieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora