Capítulo 2 - Necesito hablar contigo.

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Narra Jonathan.
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Me sobresalté al escuchar un pequeño crujido en la biblioteca. Abrí mis ojos de golpe, y ahí estaba, mirándome con sus azules ojos llenos de preocupación.
-¿Alejándra?
Suspiró al escucharme. La había dejado sin palabras.
-Siento haber molestado.
-Nunca molestas. Eres mi parabatai - Me senté un poco más al borde de la silla y la hice un gesto para que se sentara conmigo.
Se acercó caminando mientras se abrazaba el cuerpo con sus pálidas manos. Se sentó junto a mí y se quedó mirando fijamente al piano.
- Estás helada - Dije al tocar su brazo - ¿A quién se le ocurre salir así en pleno enero?
- Estaba durmiendo así, el piano me desveló y salí tal cual.
- Chica valiente.
- Aunque le temo más a un resfriado que a un demonio mayor - Y soltó acontinuación una tímida carcajada sin posar su mirada en mis ojos todavía.
Me levanté del asiento y me deshice de la sudadera verde que llevaba encima.
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Narra Ela.
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- ¿Qué haces?Vas a enfermar - Le regañé al ver como ponía su sudadera sobre mis hombros y se quedaba en una camiseta de manga corta blanca.
- Es el deber de un parabatai - Puso sus manos sobre mis hombros - Protegerte.
- ¿Y de qué te defiendo yo?
- De mí mismo.
- No se si hago bien ese trabajo... - Solté con sarcasmo.
- ¿A qué viene eso, mocosa?
- Lo primero: ¿Mocosa? ¿En serio? Y lo segundo: Hacía mucho que no tocabas el piano, bueno, que yo sepa.
- ¿Qué tiene de malo tocar el piano? Muchos lo hacen.
- A diferencia de esos muchos, tú, y solo tú, tocas el piano cuando te escondes de algo.
- Si me estuviera escondiendo de algo no le llamaría la atención haciendo ruido - Rió.
- Sabes a lo que me refiero Jonathan.
- Deja mi vida amorosa a parte.
- Jonathan llegara el día.
- Por favor... - Giré mi cabeza para verle como me observaba con sus ojos dorados al igual que un cachorrito abandonado - Además, no soy yo el que tiene más problemas de los dos.
- ¿Qué insinúas? - Me levanté ante el comentario.
- ¿Acaso no te das cuenta? Tu padre no deja de venir todos los días al Instituto desde la Ciudad Silenciosa por algún "tema privado". Y está claro que tiene que ver con tu madre. Y esa es la razón por la que estás tan rara e insoportable.
- ¡Jonathan William Herondale! ¡No tienes ningún derecho ha hablar sobre mi vida privada!
- ¡Soy tu primo! ¡Nos hemos criado juntos como hermanos desde hace catorce años! Deberías plantearte madurar y plantarle cara a tu padre de una vez.
- Es mi vida - Susurre con las lagrimas queriendo salir de mis ojos.
- Ela. No sabes el nombre de tu padre, como es, quien fue, con quien te tuvo, el por qué de ser un Hermano Silencioso, el TODO.
- Me prometió que ese TODO me lo contaría pronto, y que -
- ¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Por qué este escándalo? - Un Simon apareció por la puerta con cara de pocos amigos - Chicos no me gusta regañaros, pero si no quereis que mañana Jace os ponga un castigo iros a los dormitorios.
- Perdón Simon. Vamos - Me dijo y avanzó hacia la puerta.
Jonathan salió por delante mía y se fue por el oscuro pasillo, pero antes le dio una palmada a nuestro tío en el hombro. Nunca entenderé el lenguaje se los hombres.
- Simon - Me paré antes de salir delante de él - ¿Puedo hablar contigo?
- Si son cosas de chicas será mejor que hables con Izzy. Yo no soy el adecuado, ya sabes...
- No creo ni que Izzy ni Jace me contesten.
- ¿Y Clary?
- A parte de que estará dormida, se lo contará luego a Jace.
- ¿Qué trastada has preparado ya señorita? - Me miró con una sonrisa, de esas que te dan tus padres.
- Preferiría que fueramos a mi cuarto. Aquí nos podrían escuchar.
Caminamos por el pasillo intentando hacer el menor ruido. Entramos a mi habitación y cerré con pestillo.
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Narra Simon.
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Encendí la luz de la habitación. Hacía mucho que no entraba allí. Cuando era pequeña era distinto, ya que casi siempre tenía pesasillas y nos llamaba para que fueramos a dormir con ella. La sala era muy grande y de color lila, la cama era de matrimonio y con un edredón y almohada blancos. Encima de ella había sos cojines fuxias y un osito de peluche enorme. La habitación tenía cuarto de baño  propio, y al lado de la puerta de este estaba un gran armario de madera junto a un espejo con los bordes azules, y al otro lado un escritorio blanco con una silla negra y una enorme estantería repleta de libros. Se acercó al escritorio y encendió el flexo.
- Apaga la luz - Obedecí y me senté en su cama junto a Ela.
- Y bien, ¿qué es tan importante pequeña? - Me descalcé y crucé mis piernas sobre la cama.
- ¿Fuiste amigo de mi padre? - "¡Qué directa!" Pensé para mis adentros.
- Sí. Lo conocí.
- ¿Cómo era? En cuanto a carácter ya sabes.
- Pues un chico difícil. Tenía su genio, pero era muy valiente y no le tenía miedo a nada. Nunca fuimos grandes amigos, pero se podría decir que nos llevábamos bien.
- ¿A qué edad se hizo Hermano Silencioso?
- A los veinte años, casi veintiuno.
- ¿Mi madre está muerta?
- Que nosotros sepanos, no.
- ¿Y dónde está?
- No lo sabemos. Se la llevaron.
- ¿Quién? ¿Por qué?
- No te lo puedo decir.
- Siempre con secretismos. Es mi familia, mi madre Simon - Sus lágrimas contenidas comenzaron a caer por el rostro - Mi mamá.
- Sé que es duro. Pero no seré yo quien te lo cuente.
- Al menos, ¿puedes decirme el nombre de mi padre? Y no vale Hermano Rafael.
- Te diré como le solíamos llamar.
- Eso me consolaría un poco - Sonrió, mostrando una ortodoncia con gomitas azules.
- Alec, su nombre de "Hermano Rafael" es una forma de mostrar honor ante un antiguo amigo.
- Gracias - Se limpió las lágrimas con la mano - Ya puedes irte, o Isabelle se enfadará.
- Estaba dormida, no se habrá enterado - Me levanté y me dispuse a irme, pero unos brazos me atraparon.
- Buenas noches.
- Buenas noches enana - La dí un beso en la cabeza, quité el pestillo y me fui.
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Narra Ela.
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Alec. Alec. Alec. Alec. Alec. Alec. Alec. Ya tengo algo. Tomé mi móvil de la mesita para iluminar la sala mientras iba a apagar el flexo. Dejé la sudadera de Jonathan sobre la silla, ya se la daría mañana, y me tumbé boca arriba sobre la cama. Intenté dormirme mientras observaba las pegarinas de estrellas, planetas y demás objetos, que brillaban en la oscuridad, pegados en el techo. No me relajaba, tomé el teléfono y llamé a un amigo.
- Moshi moshi...
- ¿Qué haces?
- Dormir, como la gente normal hace. Bueno, mejor dicho, dormía. ¿Ha pasado algo?
- No consigo conciliar el sueño.
- Señorita, son las cinco de la mañana. ¿Qué andabas haciendo?
- Nada morboso. Pervertido... Necesito alguien con quien hablar.
- ¿Quiéres venir aquí?
- Escucharán la puerta y me echarán la bronca.
- Podría abrir un pequeño portal por unos segundos con mi magia.
- ¿Lo dices enserio?
- Si.
- Me voy a vestir y te mando un mensaje cuando esté.
- Vale señorita.
Colgué y encendí la luz del cuarto. Escarbé en mi armario buscando algo presentable. Vaqueros negros, playeras blancas, una camiseta azul con la cara de algo a lo que llamaban los mundanos "El Monstruo de las galletas" y mi cazadora de cuero. Cepillé mi pelo, ya estaba muy largo, era hora de cortarlo un poco. Lo até en una coleta y me lavé la cara. Tomé mi móvil y escribí un mensaje a Michael: "Ya estoy :b". Y antes de nada me puse mi cinturón y colgé de el dos cuchillos serafín, tomé mi arco y unas cuantas flechas; desde pequeña me habían enseñado que a pesar de todo seguía siendo una cazadora de sombras. Tal y como Michael dijo abrió un portal en una de las paredes de mi cuarto. Pasé por él.
- Buenas noches-días - Me dijo un brujo sentado en un sofá negro delante del portal que se cerraba.
- Lo mismo digo.
- Vas armada hasta los dientes. No me voy a comer a nadie - Señalaba con un dedo mi cinturón.
- Yo no puedo defenderme con magia como tú.
- ¿Café, chocolate, una copa...?
- Café por favor.
- Voy, voy. Sientate, como en tu casa, bueno, como en tu Instituto.
Mike era un gran brujo que se transaladó a Nueva York hace un par de años. Tenía cerca de doscientos años según me había contado. Era muy alto, como casi un metro noventa, y tenía los ojos lilas con pupilas de gato. Su pelo era castaño y lo llevaba despeinado en ese momento. Mientras preparaba el café me fijé en su vestimenta. Unos pantalones negros de pijama y una camiseta blanca de una marca rara llamada "Kukusumusu"(?) creo.
- Sé que soy guapo, pero a este paso me vas a desgastar con la mirada Lightwood - Me sonrió con unos dientes perfectamente alineados.
- Mike, te lo tienes un poco creido.
- Solo un poquitín - Dejó una taza con la silueta de un bigotito negro sobre la mesa - Sin leche y sin azucar para la dama - Dejó otra con el bigotito de color blanco al lado - Y esta para el caballero - Se sentó a mi lado, tomó la tazá entre sus manos y cruzó las piernas - Cuentame mi damisela en apuros.

Cazadores de Sombras : Ciudad del Vacío.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora