Capítulo 4 - Inicio del viaje.

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Narra Alec.
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Volver a tener ese sentimiento de estar vivo. Amar. Llorar. Reír. Vivir. Sentía un pesado dolor de cabeza, como si tuviera resaca. Estaba tumbado sobre algo blando, como una cama o sofá. No abrí los ojos. Escuchaba el dulce golpeteo de la lluvia contra la ventana. Me apasionaban esos pequeños placeres de la vida. Por mis párpados se filtraba poca luz, por lo que debía estar atardeciendo. Finalmente, abrí los ojos y le eché una nueva mirada al mundo. Era mi antiguo cuarto. Vacío, tal y como lo dejé años atrás. Estaba limpio y sin polvo, debieron de arreglarlo para que descansara aquí. Me levanté de la cama. Llevaba puesta la túnica de Hermano Silencioso. Supongo que ya nunca la volvería a usar. Sobre el escritorio de madera de enfrente habían dejado ropa. Fui a por ella y me cambié. Vaqueros negros, sudadera azul marino y deportivas negras. Me percaté de que era mi antigua ropa. Fui al baño para ver mi aspecto verdadero por primera vez en años. Encendí la luz. Sentía miedo de dirigir mi mirada hasta el espejo y asustarme. Pero fui valiente. Seguía con el mismo aspecto anterior a Hermano Silencioso. Mis ojos volvieron, y eran más azules que nunca. Los finos labios que tenía mostraban mi anhelo. Y las dos runas de las mejillas habían desaparecido. Era sorprendente y a la vez triste. Sorprendente por volver a ser yo, y triste porque seré así eternamente. Al volver a ser cazador de sombras a manos de la Reina Seelie no había eliminado mi inmortalidad. Lo que en el pasado me pudo hacer feliz, ahora me consume en el presente. Algún día me petrificaría, al igual que los brujos, y entonces dejaré de ser libre.
Tomé valentía de mi interior y salí de la habitación. El pasillo estaba en penumbra y no se escuchaba ningún ruido. ¿Dónde podría encontrar a alguien? Continué caminando por el frío corredor ligeramente iluminado por la luz del atardecer. Continué inspeccionando aquel lugar tan familiar para mí, pero a la vez diferente. No sé a dónde ir. Escuché un pequeño ruido proveniente de atrás mía.

- ¿Hola? - Pregunté - ¿Hay alguien? - Continué.

Una pequeña cabeza pelirroja asomó por la esquina.

- Clary. Siento haberte seguido. Solo tenía curiosidad - Se acercó con cuidado hacia mí, al igual que acercas la mano para a acariciar a un cachorro para no asustarlo - Es extraño tenerte así, ¿no crees? - Agarró el anillo de los Herondale que tenía en el cuello con sus dos pequeñas y pecosas manos.

- ¿Dónde... están todos?

- En Idris. Pero tranquilo, mañana sobre las nueve estarán aquí - Dijo al ver mi cara de angustia - Querían avisar de todo lo ocurrido al Cónsul y al Inquisidor, además, quizá traigan algunos refuerzos.

- ¿Por qué te has quedado?

- A parte de para cuidarte, pues hemos dejado a los chicos aquí, para que se relajen y preparen tranquilamente.
- Ehhh...

- Hace un momento la encontré en la sala de armas tomando flechas. Me dijo que iría a su habitación. Supongo que estará sola.

- Gracias, Clarissa - La agracé con todas sus fuerzas. Sentía el calor de su piel. Era reconfortante. La solté y me fui directo a buscar el dichoso cuarto.

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Narra Lorena.
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- Maldita sea - Di una patada a la cama.

- Oye, oye. Eso te lo guardas y se lo das después a la tuya - Dijo Ela indignada.

- ¿Por qué nos han dejado aquí? Sigo sin entenderlo.

- Lo primero: somos críos. Segundo: molestaríamos. Tercero: no merece tampoco la pena ir - Se estiró en la cama.

- Sí ya. Porque tu lo digas... - Continué dando vueltas a la habitación.

- Para ya... Me estás mareando - Continué dando vueltas por la habitación - Lorena - La miré asustada por el tono que usó para decirlo - ¿Te gusta Jonathan?

Cazadores de Sombras : Ciudad del Vacío.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora