3. I'll help you.

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Capítulo tres.

I'll help you.

Miré a la jóven algo perplejo por lo que acababa de escuchar.

—¿Todas esas cosas existen? ¿Cómo es que tú sabes tanto?—le pregunté, Audrey suspiró.

—¿Por qué crees que esos hombres lobo nos atacaron a mi y a mis amigos? ¡Porque sabíamos mucho!—me dijo, yo intenté razonar pero seguía sin entender nada de éste extraño mundo sobrenatural, que según ésta chica, existe.

—¿Qué es lo que sabías?—volví a preguntar.

—Tu coheficiente intelectual equivale a un calcetín, ¿verdad?—me preguntó sarcastica. Yo la miré enojado.—¡Mataron a mis amigos porque sabían demasiado! ¡Y por poco no he muerto!—me grita la jóven de ojos oliva.—Si te digo algo, él se enterará. ¡Lo sabe todo!—parecía, nuevamente fuera de sí.

—Ah... Vale, creo que entendí.—le dije ya harto.—¿Cuándo es la próxima luna llena?—pregunté curiosa. Ella me miró, y se puso algo seria.

—La próxima semana.—afirmó la jóven de los cabellos castaños.—Debo salir de la ciudad antes de que me encuentren.—dijo. Sonaba algo asustada. Sólo un poco.

—¿Quienes?—le pregunté algo preocupado. Hablamos de hombres lobo, ví demasiadas películas de Sci-Fi como para saber que no son unas hermosas mariposas.

—La manada.—me dijo seca.—Y él. Él líder de la manada.—agregó. Sigo sin saber quién es “él” y porque la atemoriza tanto, al margen del hecho de que sea un hombre lobo, y lo más probable es que ella lo sea. Así que, es casi equivalente. Creo.

—Ugh.—dije.—¿Tienes idea de cuando te dan el alta?—le pregunté cambiando de tema. Hasta que ella no le den el alta, yo no podía irme.—Quiero irme ya.—me quejé.

—La doctora Carmichael dijo que si mis “heridas” sanan, podría mañana, o el jueves..—me dijo haciendo una sonrisa forzosa.—Él no puede entrar aquí. Supongo que estoy a salvo.—decidí no preguntar quien, ya que no quería que una ficticia manada de hombres-lobos me ataque. Se notaba en mi cara que no le creía ni una palabra.

—No le tengo miedo a “él”.—hice comillas con mis dedos.

—¿Te enfrentaste a un hombre-lobo alguna vez?—me preguntó curiosa, y a la vez asombrada.

—No, pero con pandilleros sí.—le dije totalmente convencido de mi fuerza y que esos lobos no existían. Ella dejó ver su decepción.

—¿No me crees ni una palabra, verdad Louis?—me preguntó capciosa.

—¿Cómo sabes mi nombre?—le pregunté astuto.

—La Dr. Carmichael lo dijo.—ella me aclaró.— Y no respondiste mi pregunta. ¿Me crees o no?—volvió a preguntar algo irritada.

—No, ¿vale?—admití.— Creo que la anestesia te afectó un poco mucho.—le dije después. Ella me fulminó con la mirada.—Duerme un poco a ver si recuperas la razón.— le aconsejé.

—¿Dormir después de una operación?— dijo Audrey. — Neh, eso es para tontos. Yo me largo de aquí.— dijo sacandose todos los cables que tenía conectados a su cuerpo.

—Vale, como quieras.— le dije desinteresado.— ¿Quieres que te alcanze a tu casa?— le pregunté. Supuse que me quedaba de camino.

—No, puedo ir sola.—respondió ella. La miré serio.

—Claro que no irás sola. Estás prácticamente herida, y no tienes auto.—le dije.—Mirá, yo no suelo ayudar...—comencé a decir.

—¿Entonces por qué intentas ayudarme?—me preguntó.—¿Acaso piensas que llevar a una loquilla a su casa te salvará del infierno?—me dijo burlona.— Pues no.—agregó.

—Primero, no voy a ir al infierno.—le dije.— Y te ayudo por que quiero.—le volví a decir.—Ahora, vámonos.—le dije.

—Em, disculpa pero tengo que cambiarme, vuelve en cinco minutos.—me dijo y yo solté una carcajada y salí de la habitación. Luego me fuí a sentar a la sala de espera.

Pasaron los cinco minutos y toqué la puerta de la habitación, ella respondió con un suave <<pase>>

Yo volví a sentarme en la silla de la habitación en la que había estado antes. Se había puesto unos jeans azúles, unas zapatallisas blancas, y una simple remera blanca que proporcionaba el hospital.

—Bien, necesitamos un plan.—dijo ella.— No podemos simplemente salir sonriendo por la puerta.—yo le señalé la ventana y ella sonrió.

—Já, bien pensado, pero creo que estamos en un piso alto.—dijo ella.

—Al parecer la anestesia sí que te afecto.—ella me miro enfadada y caminó hacía la ventana. Comprobó que era verdad, estabamos en planta baja. Ella caminó hasta la mesita de luz y tomó su pequeña mochila, dónde estaban sus pertenencias ya lavadas, la ropa, el celular que tenía en el body, y esas cosas.

—Bueno, nos vamos.—dijo ella. Yo asentí y le hice un ademán para que pasara primera. Ella asintió y pasó por la ventana, cayendo en el césped mojado. Yo hice lo mismo.—¿Tienes hora?—me preguntó una vez ya fuera del hóspital, caminando hacía la calle para tomar mi auto.

—Sí.—le dije yo y chequeé mi réloj.—Son las tres y media de la mañana.—ella miró mi réloj distraídamente y asintió.

Luego de caminar unos minutos, llegamos a mi auto. Ella abrió la puerta del asiento trasero.

—No te recomiendo ir ahí.—le advertí yo.

—¿Por qué?—dijo ella viendo.

—Mirá los asientos.—ella miró e hizo una mueca de asco.

—Ew.—dijo ella cerrando la puerta, y caminando hasta el asiento del copiloto.

—No te quejes tanto, es tu sangre.—le dije yo. Ella suspiró y se sentó en el asiento de copiloto, luego yo hice lo mismo, pero en el asiento del conductor.

—Bien, ¿dónde vives?—le pregunté yo.

—Hay que pasar por el bosque.—dijo ella. Parecía aterrada.

—Vale.—comenzé a conducir y ella se iba mirando las uñas, hasta que luego de unos minutos dijo:

—Huele a muerto aquí.—yo reí, y ella me miró sin comprender.

—Es tu olor, supongo.—le dije y ella bufó.

Mientras conducía Audrey me indicaba por donde ir, que atajos tomar, cuáles eran los más transitados. Y luego de unos diez minutos, llegamos a su casa. Era una simple casa de dos pisos, que al parecer estaba pintada de blanco.

—¿Tus padres están aquí?—pregunté. Ella me miró y luego dijo:

—No. Se fueron a un crucero en las Bahamas.—yo suspiré.

Bajamos del auto, y la acompañé hasta la entrada de la casa. Ella me dió las gracias, y entró a su casa cerrando la puerta. Yo volví al auto, y me quedé mirando el GPS.

Entonces escuché un grito.

Save me from the darkness.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora