5. The old bridge.

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Capítulo cinco.

—Sí, sí, como digas.—intentó justificarse ella.—Vale. Te diré el maldito nombre. Kwaad.—me dijo casi protestando.

—Neh, esperaba algo más como “El emperador canino del mal”, o “el señor de las tinieblas caninas,”—ella suspiró.—Oh, vamos. Estoy bromeando Audrey. Las personas lo hacen. Bromean, sonríen.—le dije.

—Yo solía hacerlo.—me dijo, apartandose el pelo.

—Bueno, yo lo hago cada tanto. No siempre todas las personas me caen bien, pero hago un intento. Y disimulo.—le dije yo.

—No se lo llama disimular. Se lo llama ser hipócrita.—dijo ella, mirandome seria. Ambos estabamos sentados en el piso de madera de su habitación.

—O, ser educado.—dije yo. Ella me miró de reojo, y rodó sus ojos. Resignada, asintió.—Louis Tomlinson siempre gana.—le dije bromeando.

—Eso ya lo veremos.—aclaró. Yo la miré, y ella sonrío. Evidentemente le caigo bien, algo que no siempre suelo lograr.

—Vale.—le dije.—¿Puedes decirme como sabes que Kwaad estuvo aquí?—le pregunté algo impaciente ya. Ella señaló su armario. Había un gran círculo, que parecía ser una luna, alrededor de una “K” gigante.—Ah.—le dije prolongadamente. Soy un estúpido, no puedo ver que no lo haya visto antes.

—Eres un estúpido.—me dijo.

—Sí, lo soy.—admití.— A veces.—agregué luego.—¿Cómo sigue el plan? ¿A dónde vamos ahora?—pregunté como un niño pequeño.

—¿”Vamos”?—preguntó ella.—Tú no estás incluído en nada.—me dijo dura. Yo fingí cara de asombro.—Pero, tienes auto. Lo que me facilitaría bastante las cosas.—dijo. Yo la miré algo sonriente.

—Vale. Iré contigo pero deja de rogarme.—dije sárcastico.—¿A dónde hay que ir?—pregunté.

—Horech.—respondió ella. Yo la miré sin entender y luego agregó:—Un bosque. Pero es díficil de llegar.—comenzé a preocuparme. Mañana debo trabajar, y eran como las ocho de la mañana, y todavía no había amanecido. En tres horas debo estar en mi oficina.—Ahí es donde esta la manada Lephmend. La que se enfrenta a Kwaad.—dijo luego.

—Vale.—le dije atenido a las consecuencias.—¿Cómo es qué tu sabes todo eso?—le pregunté curioso.

—Internet. Google Maps.—dijo ella. Estoy seguro que mintió. La miré con cara de desconfianza, y ella suspiró levemente.—Agh. Simplemente lo averigüé. Vengo de una familia, misteriosa. ¿Vale? Sólo te diré eso. Sabrás más... En algún momento, supongo.—agregó luego. Estaba algo conforme. Asentí.—Creo que deberíamos partir.—yo volví a asentir, ella se levantó del piso, y yo hice lo mismo luego. Bajamos las escaleras escuchandolas rechinar. Salí de la casa, junto a ella y le recordé que la cierre con llave, ella me agradeció y caminó hacia el auto. Yo la seguí, y me metí en el auto. Tomé las llaves de mi bolsillo, y arranqué el coche. Luego de unos minutos ella habló.

—Este lugar sigue oliendo a podrido.—se quejó.

—¿Esperas que aplauda y se limpie solo? Esto no es un cuento de hadas, querida. Y, es tu propio hedor.—le dije.

—¿Estás diciendo que huelo a podrido?—me preguntó más enojada que ofendida.

—No... Como podría....—dije sárcastico.—Ayer sí que olías a podrido.—admití. Ella desvío su mirada hacia la ventanilla, y señaló la entrada un bosque.

—Allí debemos ir.—dijo. Yo conducí hacia esa pequeña entrada.

—Pero aquí no dice nada.—advertí yo.—No hay ningún cártel. Debe de ser una zona desierta.—agregué después.

—¿Qué esperas? ¿Un cártel de bienvenida?—preguntó ella sárcastica. Yo ignoré su comentario. Nos adentramos con el auto hasta que hubo un momento en el que ya no se podía avanzar más, ya que el auto no entraba en el pequeño sendero. Salí del auto junto a ella.

Pude ver con claridad el sendero, ya había amanecido. Era muy angosto, y estaba todo rodeado de árboles sin hojas.

—Comienzo a aburrirme....—dije a medida que avanzabamos por el sendero. Ella hizo una mueca e ignoró mi comentario. El sendero se iba achicando a medida que avanzabamos.

—Estamos cerca.—anunció ella luego de unos cinco minutos. Yo asentí, y seguí mi camino. La mayoría de las copas de lo árboles, estaban totalmente plagadas de hojas, claro es verano, pero había una, al final del camino, que tenía la copa si nada. Sin hojas.

Cuando avanzamos, ví que atrás del árbol había un acantilado, y había un puente que te permitía pasar al otro lado. Ella me señaló el puente, y caminé hacia él, miré hacía abajo, sin miedo, y había una pequeña aldea a treinta metros de mí.

—¿Qué carajos....?—pregunté yo mirando a Audrey.

—Bienvenido a Horech, Louis.—me dijo sonriente.

Luego, caí.

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⏰ Última actualización: Oct 09, 2013 ⏰

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