Capítulo 2

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Laura tiene un aspecto angelical, unos preciosos ojos azules iguales a los de sus hijos, y la sonrisa clavada a la de Tristán. Su nariz es redondita, rasgo que tiene Leonardo, pero su melena negra, no la portan ninguno de los dos. En eso habrán salido ambos a sus respectivos padres.

No es muy alta que digamos, aun así solo le sacaría unos cuántos centímetros si no fuera montada en unos tacones de infarto, los cuales dejan ver unas piernas muy bien cuidadas que desaparecen debajo de su vestido verde oscuro. Debe tener alrededor de unos cincuenta años, pero aparenta muchos menos.

―¿Han decidido ya que van a tomar? ―pregunta el camarero que nos ha acompañado antes hasta la mesa.

Desde que hemos llegado, no me he atrevido a cruzar ni una palabra con ella. Me he dedicado a observarla y a buscar cada rasgo de su cara que ha heredado Tristán y, sobre todo, a preguntarme en qué demonios se debe estar pensando para abandonar a sus dos hijos.

―Sí, póngame ésta ensalada ―responde Laura señalando la carta con una sonrisa deslumbrante.

Estaba tan envuelta en mis pensamientos que ni siquiera sé lo que viene en la carta, he leído el mismo plato al menos unas treinta veces, y todavía no sé cuál es.

―Yo tomaré lo mismo, gracias.

El camarero se retira, y me deja de nuevo a solas con esta mujer que, para mí, todavía supone un misterio.

―Enhorabuena por el compromiso y el embarazo ―interrumpe Laura mis pensamientos.

―Gracias. Pero, ¿cómo se ha enterado?

―Sé todo lo que pasa en la vida de Tristán y Leonardo, toda mujer tiene sus secretillos. Pero no es de eso de lo que he venido a hablarte. Me gustaría que intercedieras por mí ante mi hijo ―confiesa tras una pausa.

―Lo siento, pero no puedo. Mi condición de futura madre no me lo permite ―increpo algo enfadada ―. Yo sería capaz de dar la vida por mi bebé no nato, y tú abandonaste a los tuyos sin mirar siquiera atrás.

―Y no hay día que no me arrepienta de ello. Aun así, fue lo mejor para todos. Créeme ―añade con tristeza.

Es entonces cuando llega el camarero con nuestras ensaladas, e interrumpe nuestra conversación, pero en cuanto desaparece de mi vista, inspiro una gran bocanada de aire y continúo con nuestra charla.

―No puedo creer algo así, Laura.

―Sufrí depresión cuando tuve a Leonardo. Ni siquiera puedo recordar sus primeros meses de vida porque no estaba en mis plenas condiciones. Tampoco pude darle el pecho ni calmarlo por las noches ―admite con la voz quebrada.

Trago saliva ante lo que me acaba de confesar, y sigo callada, esperando a que suelte todo lo que tiene que decir.

―Conseguí recuperarme y, gracias a Leonardo, salimos juntos de esa pesadilla. Pero con la llegada de Tristán al mundo, todo se me vino abajo. No podía pasar por eso otra vez, y decidí huir de todo aquello ―admite, derramando una lágrima que se limpia de inmediato―. He intentado hablar con él otras veces, aunque no creo que sea necesario que te cuente cual ha sido su reacción. Lo pudiste comprobar el otro día.

No sé qué decir. Por un lado, la odio profundamente por haber dejado a su familia, y por causarle dolor a mi Dios de ojos azules. Por otro, entiendo que después del parto hay mujeres que lo pasan mal, pero esa no es excusa para hacerlo.

―¿Por qué me donaste sangre? ―pregunto, recordando su nombre en la imagen del móvil de Bea.

―Sabes que fui yo ―inquiere incrédula ―, ¿cómo?

Hasta que llegaste tú. Mi Debilidad. (Parte 2/2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora