Tercer acto

1.1K 67 3
                                    

Respiré hondo varias veces. Empezaba a oír las voces de muchísimas personas escaleras abajo y eso que yo estaba en la torre de Gryffindor.

Me senté en la ventana a posiblemente treinta metros de altura para ver la procesión de barcas que cruzaban el lago sin remos en una curiosa actuación mágica. Yo todavía no había sostenido la varita por voluntad propia, sólo cuando McGonagall me hizo un curso introductorio a la transformación.

Salí pesarosamente de la sala común.

-¿Qué pasa, querida? ¿Te sientes mal?

La Señora Gorda me miraba con sus pequeños ojos redondos llenos de preocupación. En una semana habíamos formado una buena relación. Era como una madre cariñosa y divertida.

-No, aunque oír tantas voces me pone un poco nerviosa.

-Pobre criatura. No estarás acostumbrada. Pero no te preocupes, los Gryffindor de tu curso son encantadores. Cuando conozcas a James te vas a reír. -sonrió ante un recuerdo divertido.

Le di las gracias por sus reconfortantes palabras y lentamente bajé las escaleras como si me dirigiera a mi sentencia de muerte. Me senté en el rellano de las escaleras principales para ver a los jóvenes que entraban en el salón sin saber muy bien que hacer.

-Señorita Aerys. -gritó McGonagall al verme.- Ya debería estar dentro con el resto de su curso.

Me levanté del rellano y la miré nerviosa.

-Entre antes de que procedan los de primero. -me apremió con una voz severa.

-¿Y dónde me siento? -balbuceé perdida.

-Deben haber varios sitios libres. Busque uno y rápido.

Y se fue dejándome ahí sola, al pie de las escaleras. Respiré profundamente y me acerqué a la puerta del Gran Comedor. Miré su interior por una rendija y casi me desmayo.

Cuatro largas y llenísimas mesas de estudiantes estaban alineadas en el salón y yo debía pasar justo por el medio.

Revisé si no tenía mal puesta la camisa y me debatí entre tapar mis brazos o no, o si dejar mi pelo suelto. Decidí que sería mejor declarar lo que era en aquel momento y no tener que esconderme durante todo el curso. Adecenté mi pelo y mis mangas e intenté en vano infundirme un poco de color en la cara. Hice acopio de valor y me lancé a los leones.

La puerta se abrió de par en par en un sonido estruendoso haciendo que todas las cabezas se giraran para ver quien acababa de entrar. Sentí que me moría ahí mismo de la vergüenza. Buscaba con la mirada un sitio libre donde sentarme mientras una banda sonora de cuchicheos y murmullos acompasaba mis pasos. Levanté la vista al descubrir un sitio libre a unos metros y me topé con unos ojos negros como la noche sin luna.

Contuve el aliento sin darme cuenta, todo mi mundo se acababa de paralizar entre nosotros.

La criatura más bella que había podido contemplar se hallaba ante mí, oscura y absorbente como un espacio vacío. Todo en él era oscuro y misterioso, donde no cabía la posibilidad de la cordura. Sus rasgos parecían cincelados por un maestro escultor y pintados por el más diestro artista. Sin embargo, ni el más grande de los pintores habría podido capturar la belleza de sus ojos negros como pozos.

Acostumbrada a rodearme de luz, se abría ante mí toda una gama nueva y fabulosa de oscuridad. Y me estaba mirando.

Miraba cómo mi antigrabitatorio cabello se elevaba por mis hombros, cómo mis yemas de los dedos se volvían translúcidas por los nervios, cómo realmente era una fuente de luz blanca.

Volví a la realidad cuando me acerqué al banco y me tuve que sentar a su lado. Nunca había sentido aquella atracción, donde cada poro de mi piel ansiaba acercarse un poco más a aquel desconocido para mí. Como un agujero negro, me sentía fatalmente atraída hacia el. Fijé la vista en mi plato sin saber muy bien qué hacer. Si miraba a la mesa de profesores, me encontraría de nuevo con su mirada.

-Hola, Jane Henrys. Un placer conocerte.

Estreché la mano de una compañera de habitación. Era cálida y grande, a diferencia de la mía.

-Ésta es Lily.

Una chica pelirroja me sonrió dos puestos más allá.

-Oye, Sirius, ¿Dónde está James? -preguntó Lily en mi dirección.

El chico de mi izquierda carraspeó.

-Querida Lily, si rebelara el resultado de un truco antes de cometerlo estaría faltando gravemente a mi estimada moral.

-Dios mío. -suspiró ella.

Oímos un ruido parecido al de una bomba proveniente del recibidor.

-¡Potter! -gritó Filch.

Una nube verde se empezó a colar por debajo de la puerta del comedor.

-Si yo estoy aquí. -dijo un joven moreno.

Estaba sentándose en el banco tras haber aparecido por debajo de la mesa. Discretamente, chocó la mano con el joven oscuro.

-¿Una bomba fétida? ¿En serio, James? -le reprendió Lily.

-Hay que empezar bien el curso. -respondió limpiándose la túnica y las gafas redondas.

Me sentía atrapada entre aquellos desconocidos y las miradas que todavía recibía.

-Una cara nueva. James Potter. -Me extendió la mano por encima de su amigo y se la estreché un poco cortada.

-Aerys. -musité.

-¿Qué eres? -me preguntó mirándome fijamente Sirius.

Mi respuesta fue cortada por la entrada de los estudiantes de primero. Una vez fueron repartidos, nadie volvió a preguntarme nada de mi procedencia.

Conversé con las chicas de mi derecha y descubrí que Lily y James eran pareja y que Jane deseaba con todas sus fuerzas que McGonagall hubiera encontrado a su lagarto transformado en sombrero y no lo llevara puesto.

La cena finalizó con unas palabras del director donde subliminalmente lanzó un mensaje de "aceptación y tolerancia entre los magos y seres de otras especies".

Aquel año, en mi curso de Gryffindor apenas contábamos diez personas pero con las otras casas deberían haber como quinientos estudiantes apiñados en el castillo. Lejos de darme claustrofobia, me animó.

Cerré las cortinas de mi cama aunque nadie lo pidiera. Hasta yo podía desvelarme con mi propia luz. Me aseguré de que las chicas estuvieran dormidas antes de bajar a la Sala Común. Como era de esperar, estaba vacía y el fuego crepitaba suavemente en la chimenea. Escogí el sillón más cercano y subí las piernas al asiento. Sin quererlo, me quedé dormida con el calor y la luz del hogar.

Me desperté casi al amanecer por un ruido proveniente de la puerta. El tapiz se estaba abriendo y alguien estaba entrando a la estancia. Decidí hacerme la dormida ocultado el rostro entre los brazos.

-Espero que Remus no se haya despertado. -murmuró James.

-Como lo haya hecho va a ser un fastidio todo el día. -gruñó otra voz.

-¿Por qué hay tanta luz? ¿Sigue el fuego encendido? -preguntó Sirius con su inconfundible voz profunda.

A medida que se fueron adentrando en la sala, se quedaron parados delante mío.

-Joder. -susurró Potter.

-¿Qué creéis que será? Nunca había visto nada igual.

-Qué más da. Es guapísima.

Se oyó una colleja.

-Vayámonos antes de que despertéis a toda la torre. -advirtió James.

Los pasos se fueron alejando pero la puerta de su cuarto tardaba mucho en cerrarse.

-Se que estás despierta. -dijo Sirius.

Abrí los ojos sorprendida pero él ya había desaparecido.


Espero que te haya gustado :3 Si es así no dudes en dejar un voto o comentario. :)

{Sirius Black} Un ángel en Hogwarts. TERMINADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora