El timbre de su puerta sonó haciendo que abriera los ojos y bostezara un poco, desperezándose y estirándose. Se levantó y fue al baño a asearse un poco, después de todo él sabía que no era ninguna persona la que estaba tras esa puerta, sabía que solo era un vagón lleno de cartas que habían llegado de todas partes del mundo, esperando se entregadas por el joven que ahora cepillaba su cabello negro y, posteriormente, se lavaba los dientes para hacer presentable su entrega del día.
Se puso su camisa azul- de las cuales reinaban en su armario- se puso sus pantalones de tela negra, pues era invierno y el short lo usaba en los veranos, ya para la primavera tenía pantaloncillos cortos. Se puso su corbata negra y puso un bolígrafo en el bolsillo de la camisa manga larga y se puso su gorra de cartero.
Buscó su libreta y abrió la puerta, entrando a rastras el vagón rebosante de cartas. Como esas cartas no tenían destinatario, podían ser entregadas en el momento que fuera porque realmente nadie las estaba esperando. Las cartas le llegaban una vez por semana, cada dos semanas, a más tardar, una vez por mes.
Pero últimamente las personas necesitaban compañía y se aferraban a la esperanza de que sus cartas llegaran a alguien, más que antes, por lo que su trabajo se estaba haciendo cada vez más pesado.
Pero como un cartero joven, aun le quedaba tiempo por delante.
Miró el montón de cartas y comenzó a distribuirlas por días, aquellas por allá, aquella otra por acá, y aquella verde por la izquierda.
Al final, solo quedó una por entregar cada día de este mes, porque la verdad es que una de las cartas que le habían entregado es que esa era la única carga de cartas que ese mes le había quedado.
Miró la primera carta que debía entregar y en seguida un delgadísimo hilillo rojo como la sangre empezó a desprenderse de esa carta, comenzando un camino algo invisible, pero detectable. El cartero guardó la carta en la canasta de la bicicleta una vez hubo salido de la casa en busca de ella, y se montó en el objeto, mirando atentamente el camino rojo.
Suspiró y dio una sonrisa, aquella sonrisa que daba al saber que estaría uniendo destinos solo mediante palabras y un hilo. De carta en carta.
Y así, comenzó su camino, botando aviones de papel con cada pedaleo.
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El cartero.
RandomÉl recibe cartas de personas con deseos,recibe cartas de personas solitarias, cartas de personas cualquieras. Aquellas cartas, tienen remitente pero no destinatario. El sigue el hilo rojo que se va marcando en su bicicleta que aviones de papel va bo...