El día de la quinta carta llegó sin que el pobre cartero pudiera pegar ojo desde su última entrega. Estaba agotado y cabeceaba por el sueño que se apoderaba de su cuerpo, y es que no sabía como es que lo hacía cuando las cartas que le entregaban por mes eran el doble de la cantidad que le habían entregado esa ocasión, y aun le faltaban muchas cartas.
Miró su reflejo en el espejo y suspiró al verse destartalado y desaliñado. Motivado por ese deplorable aspecto, se metió en la ducha luego de haberse desvestido y se dio un buen baño de agua fría para despertarse y secó su cabello, posteriormente lavó sus dientes y alzó sus comisuras hacia el espejo como diciéndose: "Todo está bien, tú puedes"
Se puso su gorra, la cual por suerte no había olvidado entrar esta vez, y sin querer demorarse más simplemente salió de su casa y puso la carta en la canasta de la bicicleta, subiéndose a esta y haciendo girar el remolino de papel para luego comenzar a pedalear hacia el destino que el hilo rojo, que se desprendía lentamente de la carta, comenzaba a marcar.
Comenzó a tararear para que el sueño no se adueñara de él mientras pedaleaba lento y agotado, pero disfrutando de la brisa fresca en una tarde de verano como la era esa, disfrutando del viento que removía sus cabellos.
Sonrió cuando notó que los aviones de papel eran volados por esa brisa y se dispersaban por todas partes. Pronto, sintió como las ruedas provocaban un sonido acuoso y miró hacia abajo, notando que en efecto el terreno había cambiado de firme a acuático, pero la bicicleta siguió andando, despidiendo aviones de papel que a veces se quedaban atrapados en las aguas marítimas, dejando un rastro del cartero. Pronto, simplemente se transformaban en un polvo brillante, al cartero no le gustaba contaminar el mar.
Comenzó a tararear mientras se agachaba a recoger un poco de agua para mojar su rostro y así despertarse un poco más, el sonido del mar había comenzado a arrullarlo.
Cuando por fin había llegado a tierra firme había pasado ya bastante tiempo, pero no le importó. Se sentía relajado y a gusto con esa entrega, pues además de que sabía que pronto iba a llegar a su destino, había sido un viaje agradable y sin inconvenientes.
Poco después, luego de haber pedaleado durante varias horas en medio de las calles de lo que parecía ser Roma, se detuvo frente a una majestuosa casa con toques de la Roma antigua y que estaba muy bien cuidada.
Se acercó al buzón de esa casa y metió la carta con mucho cuidado, sonriendo al ver como el lazo se estrechaba, siendo por fin unido por ese cartero de sonrisa inocente que ahora silbaba a la vez que se montaba de nuevo en la bicicleta y se iba, dejando aviones de papel a su paso.
"Sonríe, sonríe. Y anímate más"
**
Un chico de expresiones serias e inexpresivas salió a ver con leve curiosidad la clase de correo que le había llegado. A él no solían llegarle entregas, y si le llegaban eran de las cosas coleccionables que compraba por internet con la herencia que su tía abuela le había dejado.
Abrió el buzón y miró dentro, tomando la carta entre sus manos y abriéndola. En esta solo decía: "Si quieres una pizza, llama al 555-889-***"
El chico de cabellos castaños y ojos mieles ladeó la cabeza sin dejar de mirar la carta, era bastante sencilla y simple, pero no parecía ser de las cartas de promoción que dan las pizzerías o los lugares de comida rápida, ya que estos solían dar volantes o al menos cartas con el logo del local.
El chico se encogió de hombros y le restó importancia, la verdad es que tenía algo de hambre y una pizza de doble queso con peperoni no estaría nada mal, así que sin más se adentró a la casa y tomó un teléfono para marcar al local de pizzas.
Luego de que sonara por un rato, una voz masculina pero agradable y simpática sonó al otro lado del auricular.
-"¿Sí, que desea?"
El chico ladeó la cabeza y miró el número de la pantalla, no sabía el número de ninguna pizzería, pero eso no se parecía a ninguno. Le restó importancia, como a todo y bufó.
-Desearía una pizza con doble queso y peperoni.
La línea se quedó callada por un rato y luego se escuchó una suave risa, lo cual dejó algo descolocado al castaño quien solo le restó importancia, de nuevo, y se sentó en el sofá.
-"¿Desea algo más, joven?"
-No gracias, solo con eso, ¿Cuanto tardará aproximadamente?
-"No se preocupe por el tiempo, si demora más de 30 minutos es totalmente gratis"
Y la llamada se cortó.
El castaño italiano miró el techo y se recostó en el sofá en espera de su pizza, cerrando los ojos con algo de hastío porque de verdad le había comenzado a dar hambre pero no quería prepararse nada porque la pizza no tardaría en llegar y no quería dejar sobras porque era su pizza favorita y no la iba a desperdiciar.
Luego de veinte minutos el timbre sonó, y con algo de desesperación el joven inexpresivo se levantó del sofá y corrió a abrir la puerta.
Ciertamente la persona que había allí traía una pizza entre sus manos, pero la verdad es que no parecía un repartidor de pizzas. El castaño volvió a ladear la cabeza al ver a aquél apuesto chico de cabello rubio y ojos azules, quien extendía la pizza hacia él con una amplia y hermosa sonrisa.
-¿Ese es tu uniforme de repartidor?-preguntó con curiosidad, pues la verdad es que el chico de ojos azules solo portaba unos jeans azules, una camisa roja a cuadros y unas converses desgastadas. El rubio rió con suavidad.
-Tú pediste una pizza y vine a traerte la pizza.
El castaño abrió los ojos algo sorprendido.
-Espera, ese número... ¿No era de una pizzería?
El rubio volvió a reír y se dio la libertad de pasar a la casa del chico, quien sinceramente no se lo impidió por lo impactado que estaba de tal acontecimiento.
-No, chico. Era mi número personal, pero como pediste una pizza y diste tu dirección por correo no pude evitar venir a darte una pizza.
El chico castaño comenzó a analizar la situación y recordó la carta.
-Espera, ¡Espera!-repitió poniendo sus manos en señal de "Stop"- ¡Una carta, eso es! ¡La carta!
-¿Una carta?
-¡Sí, una carta!- el chico aparentemente inexpresivo, se veía de verdad algo exasperado y shockeado por la situación, lo cual causaba gracia y ternura en el chico de ojos azules.- Hoy me llegó una carta, decía... Emh, decía.... "Si quieres una pizza, llama al 555..." no sé que más... Pero en ella aparecía el número al cual llamé!-explicó caminando de un lado a otro en la sala de estar. El chico de ojos azules, abrió estos con desmesura y dejó la pizza en la mesa de café que tenía cerca.
-Espera... ¿Tú recibiste mi carta? Pero si yo... Esa carta la mandé al aire... ¿C-cómo es que estaba en tu buzón?-el chico de ojos azules enrojeció de la verguenza y cubrió su rostro, bufando.
-¡¿Y por qué crees que yo lo sé?!
-¡Porque tú la recibiste!
-¡Pero eso no significa que lo sepa!
-¡Y qué más da, deberías saberlo!
-¡No porque tú lo digas debo saberlo!
El chico castaño y el chico rubio respiraban agitados luego de haberse gritado de esa manera, por lo cual se quedaron callados y se miraron a los ojos. Lentamente comenzaron a soltar risas que se convirtieron en carcajadas. El castaño se extrañó de estar sonriendo de esa manera, hace años no lo hacía.
Desde ese día, el chico comenzó a llevar pizza cada vez que podía, y otras veces simplemente porque sí. Porque quería ver a aquél raro chico que no come otra pizza que no sea de doble queso con peperoni. Y no es como si el chico castaño quisiera dejar de ver esos hermosos ojos azules, así que no le molestaba en lo más mínimo que el chico lo fuera a visitar cada vez que quisiera.
Y así, supongo que ya saben qué pasó.
El chico que repartía pizzas porque sí y el chico que solo comía pizza de doble queso con peperoni vivieron felices y juntos para siempre.
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El cartero.
RandomÉl recibe cartas de personas con deseos,recibe cartas de personas solitarias, cartas de personas cualquieras. Aquellas cartas, tienen remitente pero no destinatario. El sigue el hilo rojo que se va marcando en su bicicleta que aviones de papel va bo...