Segunda carta.

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Nuevamente se despertó muy temprano por la mañana, mirando el cielo azul de la mañana y los árboles que se asomaban por esta. Nuestro cartero vivía dentro de un país lejano, pero existente en los mapas normales del mundo. No diré donde es, porque sino la magia de los caminos recorridos por este joven se perdería.

El cartero se levantó tallando sus ojos y caminando con pereza al baño, pues el día anterior había sido agotador y necesitaba una buena ducha de agua caliente para relajar los músculos, así pedalearía mejor y llegaría más pronto al próximo destino.

Se metió en la tina y treinta minutos después ya estaba frente a su armario, escogiendo esta vez una camisa manga corta pues la mañana se veía cálida y no le apetecía sudar demasiado. Se puso sus pantalones y su gorra, sonriendo ante el espejo cuando terminó de lavar sus dientes y peinar con sus dedos lo que sobresalía de su cabello.

Se colgó al hombro el bolsito pequeño en el que guardó con específico orden algunas cosas que le serían de ayuda en el viaje y sonrió nuevamente, tomando la carta con sumo cuidado y saliendo de la casa.

Caminó hacia donde estaba habitualmente estaba su bicicleta y se montó en ella, haciendo girar con sus dedos el pequeño remolino de papel, volviendo a sonreír.

Comenzó a pedalear, a la vez que la carta comenzaba a desprender aquél brillante hilo rojo que guiaba su camino. Comenzó a tararear una suave canción mientras los aviones de papel salían despedidos de su bicicleta, dejando solo caritas esta vez.

":)"

"c:"

"-3-"

"xD"

A veces, solo un pequeño gesto, una sonrisa aunque sea de papel, logra alegrar el día de cualquier persona. Hasta la más triste.

El cartero aceleró el pedaleo, y lo aligeraba cuando sentía sus piernas levemente acalambradas, pero no se detuvo en horas, ni mucho menos. No se detuvo aun y cuando estuvo pedaleando más de la mitad de la noche, aun cansado, seguía sonriendo y tarareando una canción suave y hermosa.

El hilo se iba haciendo cada vez más pequeño, y el cartero sabía que estaba cerca de su destino. Sonrió más ampliamente ante eso y aceleró el paso, comenzando a transformar su tarareo en un canto completo.


"Sonríe, sonríe

Mira a tu alrededor

Las cosas buenas vendrán

No las dejes pasar


La la lala

La la lala"


Dejó de cantar cuando estuvo frente a una pequeña casita de ladrillos en medio de Londres. El buzón estaba como nuevo, aunque parecía que era cuidado pero no usado, porque de verdad parecía no abrirse más que una vez a la semana, el que sería el día de su limpieza.

El cartero se bajó de su bicicleta y acomodó su gorra, la cual se había corrido unos momentos antes cuando había acelerado el paso de manera frenética. Caminó hacia el buzón y lo abrió para mirar adentro, como esperaba estaba vacío, y se veía demasiado solitario.

Sonrió con gesto infantil y tomó la cartita, notando como el hilillo brillaba con fuerza. Soltó una risilla emocionada y con mucho cuidado puso la carta en el buzón, cerrando este. El hilo se tensó, dando la señal.

Los destinos estaban unidos.

El cartero, satisfecho con su misión cumplida, se subió de nuevo a su bicicleta y pedaleó de vuelta a casa, botando aviones de papel, como muchas "Z's" como las de las caricaturas cuando duermen.

Cuando por fin volvió a casa ya estaba a punto de amanecer, pero estaba feliz, muy feliz de haber unido dos destinos.

**

Tres días después, una melena corta y roja volaba al aire, mientras que su dueño estaba parado con las lágrimas agolpándose en su rostro. Sus ojos azules como el mar bajaron a ver este mismo desde su posición, y rozó con sus dedos el borde de la baranda que lo protegía de caer al profundo y perdido mar que se camuflaba con sus ojos.

Sus sollozos llegaron a un hombre de negocios que pasaba por ahí, de camino a una reunión.

Al encontrarse con aquél par de zafiros y aquella melena roja llena de grandes ondas, su corazón latió con tanta fuerza que, por unos momentos, se olvidó de aquella urgente reunión que hace meses estaba planeando. Como jefe de una compañía, no se podía permitir algún error, pero aquellos ojos azules, tan tristes y solitarios, tan solitarios como él, lo atraían de una manera inexplicable.

Y sin pensarlo más, se acercó a pasos grandes hacia el borde, donde miró más de cerca a aquél pequeño ángel de grandes ojos azules, llenos de lágrimas que él luchaba por secar mirando hacia otro lado.

"¿Por qué lloras?"

Moduló sin pensar, y así el chico, sintiendo esa voz tan cálida, pero tan desolada, pudo sentir su corazón tan acelerado como el motor de un carro formula 1, abriendo los ojos en grande y mirando al de gran porte.

Años después, aquél mismo señor vivía con un joven de cabellos rojos que hacía de su vida la más feliz que pudo haber deseado alguna vez, preguntándose sobre que había pasado con aquella carta que hace varios años había enviado, pero que en esos momentos no le importaba porque su persona ideal dormía entre sus brazos en esos momentos.

Y aquél pelirrojo aun no salía de la duda de quien había sido el que había enviado esa carta con palabras tan hermosas y que de un momento a otro hicieron que tomara un crucero. Pero no le importaba, porque de esa manera conoció al amor de su vida.

Y así pasaron los años, nunca más solos, nunca más. Y aquél señor, se sintió tan feliz de ver esos ojos azules nunca más cubiertos de lágrimas, hasta el momento en que postrado en una camilla de hospital le vio por última vez, sujetando su mano y sonriendo entre lágrimas en ese hermoso y angelical rostro que no se había perdido a pesar de los años pasados. Y pudo sentir, que esa fue la sonrisa más hermosa que había visto en la vida.



El cartero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora