Cuarta carta.

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Ese día sería caluroso, y con ese pensamiento en mente se levantó y se dio una refrescante ducha de agua fría. Al momento de vestirse escogió las bermudas y la camisa color cielo manga corta, comenzando a tararear una suave canción mientras en un bolso guardaba una botella de agua y un mp3, pues sabía que el viaje de ese día iba a ser mucho más largo que todos los demás.

"Hoy será un día cansado... Ahhh~,a veces me dan ganas de dejar mi trabajo... Pero es tan bonito que no puedo evitarlo, o dejar de hacerlo"

Se rió con dulzura de sus propios pensamientos y sonrió ante el espejo, sus paletitas, medianamente grandes, estaban separadas dándole un toque infantil a su dulce sonrisa. Sin pensar en eso, se dirigió al living y tomó de la mesita de café la carta que había dejado ahí el día anterior y suspiró mirándola, notando como un hilo rojo y transparente comenzaba a desprenderse de ella, sonrió.

Salió de su casa y buscó su bicicleta con la mirada, estaba apoyada en una cerca que estaba a un lado de la casa, rodeada de pasto y algunas hojas que durante la noche habían sido voladas de los árboles.

La verdad, es que el lugar donde vivía el cartero era un lugar con climas bastante irregulares.

Se subió a la bicicleta luego de haberla sacudido un poco y se puso su gorra de cartero (la noche anterior se le había quedado colgada del manubrio de la bicicleta, y aunque había corrido peligro de salir volando el cartero tenía tanto sueño y era tan despistado que ni siquiera cuando tomó dicha gorra se dio cuenta de su gran torpeza, aquella gorra se la había regalado su abuelo que obviamente ya estaba descansando en los cielos)

Hizo girar el pequeño remolino- de lo cual nunca se olvidaba, algo bastante extraño considerando su falta de memoria y precaución- y comenzó a pedalear, botando a su camino esos típicos aviones de papel, esta vez tenían símbolos.

"<3"

"(Y)"

"<2+1"

Y las personas probablemente se reirían al ver los sosos e infantiles dibujos que acompañaban esos símbolos, cualquier día se alegraría solo al verlos, nadie podría evitar reír.

Nuestro cartero comenzó a seguir el hilo, de vez en cuando tomando un poco de agua sin dejar de pedalear. Había tenido razón en que ese día iba a ser muy caluroso, y vaya que razón, porque la verdad es que le hubiera gustado no haber acertado tanto. Hubiera estado gustoso, al menos en esos momentos, de estar muriéndose de frío.

Pasaron varias horas, se podría decir que al menos pasaron ya dos días cuando por fin detuvo su andar, completamente agotado, sudado y a punto de colapsar, frente a una casa roja de dos pisos muy bien cuidada y hermosa, pero totalmente solitaria y fría.

Las flores que rodeaban las rejas si bien hacían el lugar más pintoresco y colorido, no le daban el aire de calidez que cualquier flor debería dar. Parecían ser regadas con un enorme sentimiento de tristeza y soledad.

El cartero, con mucho costo logró llegar al buzón. Debía apurarse, tenía dos días de retraso con su trabajo, a ese paso, debería entregar cuatro cartas a la vez -contando los otros dos días de vuelta a su casa-

Abrió un pequeño buzón de color rosa y metió la carta dentro de ese lugar, olía a perfume de rosas refinado pero sencillo.

Y, agotado, diciéndose una y otra vez que debería de aprender a pedalear más rápido, volvió a casa con la satisfacción de haber cumplido otra vez su trabajo con éxito.

**

Una chica de largo cabello negro yacía sentada en un restaurante con un vaso de jugo frente a ella. Era un restaurante sencillo, donde se podían pedir desde platos de espagueti hasta una simple hamburguesa.

Miró a su alrededor como en busca de algo interesante y devolvió la mirada a sus uñas. Hacía ya varios años (a pesar de que su edad era solo de 27) que comía sola o que simplemente iba a ese restaurante para beber un poco de jugo. Suspiró tomando un elástico que estaba en su muñeca para poder acomodar su largo cabello en una coleta y bajó la mirada al jugo de mango que estaba medio lleno.

Un camarero con pinta amable de repente notó la soledad que abordaba a la joven y hermosa chica, y con aire simpático se acercó a la bella dama.

-Disculpe, señorita.-el camarero luchaba por sonar amable y cortés, pero la verdad es que tenía un encantador y cautivante acento campesino sureño. La chica alzó su oscura mirada para chocar con los ojos marrones del joven, quien sonrió complacido de que la muchacha le haya tomado atención.-¿Desea pedir algo mah'? La verdah' es que la he visto mirando ese vaso de jugo toh' el rato, y dele que que dele que revuelve con la pajilla y dele que dele.-el camarero hizo gestos expresivos a la vez que hablaba, haciendo que la muchacha riera por la simpatía y gracia de aquel joven de cabello castaño.

-No, gracias, joven. Estoy bien así, la verdad es que no estoy esperando a nadie y ya me iba.-suspiró encogiéndose de hombros y mirando de nuevo el vaso de jugo.

-¿Pero tan pronto se va?-preguntó dejando caer los hombros con un suave puchero, como un cachorrito triste.- Debería probar nuestro especial de hoy, señorita. Le diré que está riquísimo porque es comia' sureña de la buena.-enfatizó agachándose un poco para mirar los ojos de la chica, quien volvió a sonreír y a reír de manera suave.

-Bueno, bueno. Joven camarero, por favor tráigame el especial del día.-sentenció la joven, haciendo que el camarero volviera a sonreír con amplitud. Salio corriendo hacia la cocina luego de anotar la orden, no habían pasado ni 10 minutos cuando volvió con un plato de estofado sureño que olía de maravilla y una ensalada de batatas con atún.

La chica sonrió con suavidad y agradeció la comida, pero el camarero no se marchó, como si estuviera esperando algo. Cuando la chica probó la comida, miró al chico y comenzó a reír de manera estruendosa pero sin dejar de ser hermosa y a la vez, aunque sea un poco, delicada.

El camarero quedó un poco descolocado, la verdad no entendía que es lo que le daba gracia a la chica, pero cuando ella pudo haberse calmado de la risa y secó sus lágrimas con cuidado y con sus dedos meñiques para que no se le saliera el maquillaje, le explicó el por qué de su risa.

-Es que me mirabas de una manera como diciendo: "Que diga que está como dije, que diga que está como dije".-volvió a soltar una pequeña risilla-¿Y sabes lo más gracioso?- el camarero negó con la cabeza, mirando con inocencia a la joven chica.-¡Que estaba como dijiste!

El camarero sonrió con las mejillas un poco coloradas y se removió en su lugar, pasando su mano por su nuca.

Desde ese momento durante todas las tardes, por tres años, la chica fue a ese lugar solo para comer el especial del día recomendado por su camarero favorito, el cual al pasar esos mismo tres años por fin se animó a pedirle noviazgo.

Cinco años después de que comenzaran a ser novios, el camarero le pidió la mano en matrimonio y ella, gustosa, aceptó aquella propuesta. Se casaron, y vivieron felices la chica de la ciudad y el campesino amable, al cual nunca se le borró el encantador acento.

La verdad, es que la chica no pensó que haber recibido esa carta ese día había sido tan importante, y es que aun cuando ya estaba muriendo en brazos de su amado, no lo sabía. No sabía la importancia que había tenido esas palabras: "Solo busco a alguien que me quite la soledad en la que me he sumido en esta gran ciudad" y mucho menos sabía, que la persona que había escrito esas palabras era la misma que la había sacado de la soledad en la que se había sumido, no por culpa de la gran ciudad, sino por culpa de la cosa llamada "muerte"

Que ahora, no le parecía tan mala, pues lo último que sus oscuros ojos lograron ver, fue la sonrisa temblorosa y llorosa de esa persona tan especial, de manos cálidas y acento bonito.



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