7. ¿Qué está pasando?

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Es un día nuevo. Se alistó y se puso en marcha. Hacía tiempo que dejaron de suceder tales fenómenos, habían pasado días desde que ella ingresó. Se sentía por fin relajado, pero a la vez marcado. De camino a la escuela, se encontró con esa chica. El aire incómodo aún los rodeaba. Decidieron sólo no hablarse. Solo caminaban cerca por el sendero que llevaba a la escuela esa mañana de mayo.

Se acababa de dar cuenta que ya era mayo.

— ¿Cuándo la conocí? —No lo recordaba.

Esa mañana saludó a sus amigos, y ella al parecer ya había hecho algunos amigos también, pero pareciese como si no fueran cercanos o sólo estuvieran por algún tipo de interés superficial, tal vez no era buena socializando.

Ella le recordaba a una tormenta... si, una tormenta, de esas en que no se sabe en qué momento llegan ni los daños que ésta es capaz de lograr.

Al terminar la primera clase, se reunió con sus amigos para ponerse de acuerdo sobre un trabajo que tenían que entregar para la próxima semana. Todo bien, solo había alguien que le intimidaba: Ella. Joseph, el mejor amigo de Leo, solía cruzar palabra con ella de vez en cuando, así que ya existía un cierto nivel de confianza entre ambos.

A Leo no le agradaba la idea ni tampoco de disgustaba, pero hubiera preferido que ella no estuviese con ellos.

Ya en su pequeño departamento una vez acabadas las horas escolares, mientras estaban trabajando, esa sensación tan extrañamente familiar se hizo presente en él de nuevo.

El tiempo se detuvo y todos desaparecieron, estaba solo.

Ya no le sorprendía tanto como antes, esta vez no sintió temor, sino desesperación y enojo por que estuviera sucediendo otra vez.

—¡Maldita sea!, ¿¡por qué pasa esto!?

Después de unos segundos de furia reprimida, todo volvió a la normalidad.

Había algo que les extrañó a todos. Ella no estaba.

Joseph se preocupó, pues como líder del equipo no podía permitirse la desaparición de uno de los compañeros. Suspendió el trabajo y les dijo a todos que la buscaran.

Corrieron por toda la casa buscándola, pero no la encontraron. Se separaron: Leo buscó fuera de la casa; Joseph estaba al pendiente por si alguien la encontraba, otros preguntaban por ella en las casas de los vecinos, ¡En toda la colonia!

Transcurrió una hora de angustia para todos. Leo se detuvo a mitad de una calle para recobrar el aliento y secarse el sudor.

— ¿¡Por qué rayos te estoy buscando tan arduamente si lo que siempre quise fue alejarme de ti!? —Gritó apretando los dientes, sentía tanta desesperación que tenía ganas de arrancarse el cabello.

— Aquí estoy... al fin pude volver —escuchó su voz detrás de sí, volteó sorprendidamente asustado rápidamente

— ¿Dónde rayos estabas?

— Yo nunca me fui, siempre me mantuve en el mismo lugar, ustedes se fueron, niño tonto —lo miró fijamente.

— Esto... Ah— balbuceó.

— Veo que de verdad no has aprendido nada.

— ¿Qué?

— No has aprendido nada, ni siquiera intentas asimilar estas situaciones... tal vez ni recuerdas que soy quien viste en... —fue interrumpida por las voces del resto de los compañeros corriendo hacia ellos.

— Hey Leo, ¿Por qué no avisas que aquí estaba? Idiota —le dijo Joseph.

¿Dónde estuviste?, ¿por qué te fuiste?, ¿por qué no avisas que ibas a algún lado? —le preguntaban las cinco personas a Azumi.

¿Cómo pasó esto? —pensó. Sólo fingió avergonzado una risa, tratando de ocultar el que no hubiera entendido lo que sucedía en ese mismo momento. Les dijo que mejor regresaran a terminar la tarea.

Acabaron, bromearon un poco para destensarse. La convivencia fue amena, hasta para la recién integrada al equipo.

Al cabo de una hora todos se fueron, ya había oscurecido. Solo en su cuarto, tirado en la cama mirando al techo, no dejaba de darle vueltas a eso que ella le dijo: No has aprendido nada.

Se estaba desesperando. ¿¡Qué es lo que quiso decir!?

Eso no dejaba de atormentarlo... sólo sabía que cuando ella lo pronunció, se sentía... humillado... como si estuviera en un salón de clases y fuera fuertemente regañado por un profesor por no poder sumar dos más dos. Como si no pudiera darse cuenta de algo obvio, de no ver algo que tenía frente a sus ojos.

Se enojó consigo mismo, como un niño de primaria.

***

Ideaba una manera de acercarse a la muchacha que había llamado su atención.

La había visto varias veces en su escuela caminando sola, a veces acompañada de alguna amiga, otras veces la había estado imaginando con ropa ajustada, y concluía que era una silueta muy disfrutable. Muchas otras veces se colocaba a espaldas de ella mientras caminaba hacia la salida de la escuela, siempre viendo la figura que se hacía mucho más arriba del borde de su falda gris.

Entró a una tienda.

— Dame un Malboro rojo, anciano. — apenas el hombre de avanzada edad sacaba la cajetilla del mostrador, él la tomó, sacó un encendedor de su bolsillo y encendió el cigarro.

No le importó fumar frente al señor que atendía la tiendita, echándole su aliento de tabaco en la cara. El pobre no dejaba de toser desde antes de que encendiera el cigarro. El letrero de NO FUMAR colgado encima del mostrador nunca le diría qué hacer.

Ignoraba la novena vez que sonaba su celular. Sabía que era otra llamada de su madre, quien probablemente molesta lo insultaría y molesta le dijera que volviera para cenar, a lo que él respondería que si tenía que comer ensalada de verduras otra vez, definitivamente se iría de la casa. Prefirió sólo no contestar.

Ya no tosas anciano, es molesto. Caminó rápidamente por las calles hasta llegar a una cantina. Sabía que ahí encontraría a su padre. Al entrar, el olor de su cigarro se perdió en el aroma del local, todo olía a tabaco mezclado con alcohol. Avanzó lentamente, viendo a su padre echado en un sillón pequeño, con un par de bellezas rubias y voluptuosas en sus brazos ofreciéndole sus servicios de manera muy provocativa.

—Hey viejo...

— ¿Qué quieres escuincle?

— ¿No piensas ir a casa?

—Iré más tarde Ricardo, justo ahora estoy ocupado. —le dijo de la forma más seca.

— ¿Es tu hijo? —Preguntó una de las mujeres— no deberías ser grosero con él... después de todo es tan apuesto como tú, bebé— guiñó hacia el muchacho.

—A la mier... —salió del arrabal.

¡Cómo me gustaría encontrar a alguien con quien estar y olvidar esta maldita realidad! —dijo Ricardo afligido. Sus padres eran una pareja disfuncional. Su madre era una persona muy egocéntrica y no medía sus gastos. Le gustaban los lujos. Su la había engañado desde que se casaron, nunca ganó lo suficiente como para pagar los lujos que su esposa impulsivamente adquiría, por lo que estaba lleno de deudas hasta el cuello. No supo cómo manejar la situación, por lo que terminó hundido en el alcohol y siendo cliente casi permanente de Edith, una prostituta con la que desquitaba su falta de intimidad con su esposa.

Era tan miserable.

Ricardo se había hecho ilusiones al ver a la muchacha sola. Creía que ella podría aceptar estar junto a él si le robaba algún dije lujoso a su madre y se lo regalaba a ella. Sólo había algo que le estaba comenzando a hacer ruido en la cabeza: ella comenzaba a relacionarse con otro muchacho, el cual se sentaba a su lado en el salón de clases.

Hacia la infinidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora