Capítulo 12. Miedo del "hubiera"

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Era viernes de esa misma semana, ya el lunes podría regresar a la escuela. Me encontraba en un parque, había salido solo a deambular, fui a la deriva por entre la selva de concreto. Ya era de tarde, me había recostado en el pasto mirando el majestuoso arrebol en el cielo, aunque hacía calor, estaba corriendo un aire fresco. Se escuchaban las cigarras cantar por doquier, yo pasaba desapercibido para la gente que pasaba alrededor, era algo verdaderamente relajante.

Percibí que alguien se acercaba a mí; cuando quise ver de quien se trataba, me sorprendió ver a Ricardo parado ahí.

— ¿Se te ofrece algo? —le pregunté de la manera más indiferente.

Soltó un suspiro y pude oír que susurró: "no puedo creer que tenga que hablar con este idiota para lograr lo que quiero".

— Hola Leo, ¿qué tal?

Algo estaba raro, no me hablaría así.

— ¿Qué quieres?

— Nada en realidad, sólo pasaba por ahí y vi un bulto tirado. Quise ver qué era, es todo. Viendo que eras tú, y como no has ido a la escuela, pensé en molestarte un rato.

— Me conmueves, es genial saber que has estado pensando en mí durante todo ese tiempo, realmente me quieres —le dije sarcástico.

— Hijo de... —suspiró.

— Oye... ¿y la chava a la que suspendieron por tu culpa?

(No hacía falta que me recordara que fue mi culpa, eso ya había quedado atrás, pero ahora volví a sentirme mal por eso).

— No lo sé.

— ¡Tienes que saberlo, imbécil! —perdió un poco el control.

— Oye, tranquilo...

— Serás tú... ¿sabes dónde vive?

— ¿Por qué tienes tanto interés en ella? —desconfiaba.

— Eso no te importa idiota...

— Es cierto, no me importa... por lo tanto no tengo nada que decirte.

"Así no llegaré a nada" fueron las palabras que le escuché susurrar.

— ¿Cómo lo digo?... esa morra... ella me... me gusta, sí, así es. —lo dijo con mucha determinación, tanta, que causó miedo.

Con razón está tratando de hablar conmigo —capté. Estaba tratando de acercarse a mí, porque así podría acercarse más fácilmente a ella pero, yo no iba a ser su nexo, ahora le tenía aún más desconfianza.

— Estoy desesperado, me siento extraño, no sé qué hacer para que pueda fijarse en mí —me dijo con ojos brillantes queriendo contener una evidente impotencia... ¡Miren al macho de machos aquí, pidiéndome ayuda!

— ¿Y qué quieres que te diga, exactamente? — respondí con indiferencia.

— Quiero que me ayudes, idiota.

— Continúa...

— Quiero saber todo sobre ella, cómo es, cuáles son sus gustos, ¿le gustarán los músculos de mis brazos?, ¿le gusta el reggaeton?, ¿sabrá mi nombre?, quiero saber todo sobre ella, cómo puedo hacer para gustarle, quiero que se fije en mí. ¿Cómo puedo enamorarla? —se veía decidido, con alguna esperanza viva dentro. Qué asco... "reggaeton".

— No tengo idea.

Realmente yo tampoco sabía nada de eso... sentí un poco de tristeza al darme cuenta.

Hacia la infinidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora