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Pasaba meses y meses esperando tu llegada. No vivíamos en la misma ciudad, pero para las vacaciones de verano siempre venías a la mía, y en invierno yo iba a la tuya. De todos modos, no parábamos de hablar por cartas. Mamá me decía que desarrollaría la capacidad interna de escribir "Querida Clementine" con bonita caligrafía para siempre.

Tenía doce años cuando comencé a notar lo que te estaba sucediendo. Y pasó justo debajo de ese árbol.

Te faltaba algo. Una chispa, tu sonrisa, y esa felicidad característica. Decías que todo estaba bien, pero yo no te creía.

¿Cómo hacerlo si tosías de una manera un poco alarmante?

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