E i g h t

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Ese año recaíste otra vez. Y no me enteré de la mejor forma...

—¡¿Cómo que casi muere?! —le grité a tus padres ese invierno. No sucedió debajo del árbol, no sucedió contigo. Ellos me llamaron para que hablemos de ti.

Pero yo no estaba hablando.

—Cálmate... —me empezó a decir tu padre.

—¿Que me calme? ¿Estás diciéndome que me quede tranquilo sabiendo que ella está en una estúpida camilla de hospital porque ha vuelto su enfermedad, y aún peor? ¿Me están hablando en serio, o quieren hacerme un chiste? —grité.

—Charlie... —tu madre me intentaba tranquilizar, acariciándome el hombro. Me sacudí para quitarla.

—Sólo díganme el maldito nombre de su hospital —tu padre negó con la cabeza.

—Tienes dieciocho, no puedes manejar por una carretera a las once y media de la noche —me respondió él.

—Váyanse al mismísimo demonio —y así me fui, sin pensar en lo que decía ni en lo que hacía.

Me dolía, Clem.

Me dolía porque cuando todo empezaba a mejorar para ti, la vida te tiró una bomba que te hizo un daño profundamente irreversible.

No sé qué es lo que hice esa noche, no recuerdo mucho más que haber pateado piedras durante horas, y haberme sentado bajo ese árbol. Probablemente me haya largado a llorar, pero no puedo asegurarlo.

Dios, estaba tan confundido.

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