Anoréxica.

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Camino por la Universidad y la gente me mira. Cada una de esas personas. Saben que soy fea y que no me gusto. Saben que he engordado 100 gramos. Sé que saben que la comida me repele, que me da asco. Yo no como, no quiero comer. La recompensa por todo mi esfuerzo. Gracias a él llevo 5 días sin probar bocado. Y me siento feliz. Cada costilla que se me ve, que da la sensación de que puedes coger dos baquetas y practicar percusión con ellas, con mis costillas. Cada brazo del tamaño de un lápiz, me hace feliz. Cada vértebra que resalta por mi escuálida espalda. Eso es lo que realmente me hace feliz. Si fuera como las demás... Yo no quiero ser cómo esas gordas. Como esas sucias vacas rellenas de grasa, con venas llenas de colesterol. Y con el pelo lleno de aceite y sebo. Qué asco. A los tíos sólo les importa engordar sus feos brazos con feos músculos. Y las chicas, bueno... El género femenino, demasiado pecho, demasiado culo, demasiada grasa. ¿Y yo qué? Adelgazar es lo que importa. Igualar mi peso con una pluma. Adelgazar hasta que mis fuerzas me separen del mundo, de la vida. Bajar de peso hasta que cada hueso de mi cuerpo se transparente a través de mi piel. Adelgazar hasta morir. O morir en el intento.

Por favor, sálvame.

Sálvala.

Sálvala, Ave Fénix.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora