El espantapájaros de Nik-Mah

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Johnny se encontraba en plena carretera. Su vehículo, un bello Mustang, se había averiado y él no poseía el conocimiento ni las herramientas para poder hacerse cargo del problema. Se daba de topes contra el volante, enojado por su situación. Al verlo tan alterado, su novia Lisa comenzó a frotarle los hombros suave y lentamente para tranquilizarlo.

—Maldita sea, maldita sea, maldita sea... —susurraba Johnny mientras se golpeaba la frente con el volante del vehículo. Dejó de hacerlo al notar que su novia llevaba algunos minutos tratando de apaciguarlo con caricias en la nuca, y volteó a ver al cofre del vehículo. Notaba cómo salía humo del motor, dando a entender que éste no funcionaría apropiadamente con oraciones al Señor ni rayos de luna. El pueblo más cercano quedaba a 20 kilómetros de donde estaban varados y no había señal en los teléfonos móviles. Por un momento se sintió como en una isla desierta, con la excepción de que su amada se encontraba a un lado suyo.

—Johnny, no es tu culpa cariño. Quizá tu padre no revisó bien el motor antes de regalarte el auto. Ten calma, podemos pensar en algo —le dijo tiernamente para tranquilizarlo. Él se mantuvo un momento pensativo, con la cabeza recostada en el volante. Ella tenía razón... siempre la tenía. Es por eso que la había elegido, de entre varias prospectas, para ser quien lo acompañase en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad... y todo eso que él tenía en mente el día que ella aceptó ser su novia. Pero eso no era lo que le preocupaba en ese momento.

—Lisa... recuerdo una granja a unos 2 kilómetros de donde estamos ahora. Quizá podamos ir a ver si nos pueden ayudar. Podría ir en menos de una hora y regresar con respuesta.

—¿Esperas que me quede aguardando mientras te arriesgas yendo a la carretera sin nada más que tu buena suerte? En serio, estás demente —dijo ella. Se notaba un nerviosismo peculiar en su tono de voz. Johnny analizó lo que le dijo durante unos minutos, sentado en su asiento sin decir nada. De repente, le llegó una idea.

—Sabes... probablemente tengas razón. Pero piensa: si vas tú, lo más posible es que algunos granjeros quieran sobrepasarse contigo, y la cosa acabaría peor. Si vamos los dos, el vehículo se quedaría solo y correría riesgo. En cambio, si voy yo, llegaría pronto y me encargaría rápido de las cosas. Tengo condición física para el trabajo y además, traigo conmigo una pequeña arma que me regaló mi padre en caso de cualquier emergencia. Puedes quedártela si me esperas y así tendrías con qué protegerte por si a caso. De todos modos, no tardaré nada en volver, te lo prometo. Es eso o quedarnos varados aquí.

Lisa pensó bien lo que Johnny le dijo, y a su opinión profunda, sonaba lógico. Sin embargo, su preocupación se hacía latente y casi no podía disimularlo. Al verla angustiada, Johnny la tomó de la mano dulcemente con una de las suyas, mientras que la otra la colocó en su mejilla. La miro a los ojos profundamente y le dijo:

—No te preocupes amor, todo estará bien. De peores he salido ileso.

—Pero ¿estás seguro de que hay una granja a dos kilómetros de aquí?

—Claro. Vi la entrada a la vereda, con un gran letrero rojo. Recuerdo bien ese letrero, no tengo pierde. No está lejos de aquí.

—Supongo que tienes razón. Muy bien... sólo quiero que dejes la pistola cargada y por favor, no te tardes más de lo debido. Estaré esperándote —dijo, sus ojos mostraban un poco de tranquilidad.

Se dieron un beso y él salió del vehículo con paso hacia la granja. Notó en el cielo la puesta de sol a no más de treinta minutos. Colocó sus audífonos en sus orejas y, con su reproductor de música a todo lo que daba, emprendió la caminada. Su novia observó cómo partía. No le quitó los ojos de encima hasta que dejó de verlo. Después, se recostó sobre el respaldo del asiento del vehículo y procuró relajarse un poco. Tanta tensión solamente la haría enloquecer.

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