Lluvia de castigo (Parte 2)

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Me envolvió la sensación, la absoluta certeza, de estar viviendo un hecho extraordinario; algo que ocurría por primera vez en la historia del mundo. Como el rumor de la Tierra que precede y anuncia la llegada de un terremoto devastador, una profunda zozobra comenzó a crecer en mi interior, intuyendo que esto era solamente el macabro preludio del terror inimaginable que se cernía sobre nosotros. A mi lado, Esther susurraba frases de incredulidad ante lo que escuchaba y veía en la pantalla.

—Esto tiene toda la pinta de ser un acto terrorista, algo de guerra psicológica como en la antigüedad, cuando se catapultaban cabezas y cadáveres por encima de las murallas de los asediados. —Empecé también a pensar en voz alta, creo que para evitar que la tensión me reventase por dentro. Dar una explicación lógica a algo que no aparentaba visos de tenerla en modo alguno.

—Pues yo creo que esto tiene que ser obra de Dios... o del Diablo —dijo ella, casi en un lamento.

Esther siempre ha sido una fiel creyente, circunstancia que motivó durante años interesantes conversaciones y alguna que otra discusión al ir pendulando yo entre un humilde agnosticismo y el ateísmo más radical, según la época y mi necesidad de apoyo espiritual para poder sobrellevar la vida. Desde hace tiempo creo que Dios ya no cuenta conmigo para su lista de elegidos.

—No. Existen muchas otras razones más sencillas y verosímiles que habría que descartar antes de que pudiésemos hablar de la mano de Dios —dije, y ella me miró alzando una ceja—. Podría ser una manipulación más, orquestada por los gobiernos y sus medios de comunicación —en este momento recordé la abolladura de mi coche, pero proseguí—, o algún extraño fenómeno dentro de las leyes de la naturaleza. Incluso veo más factible que esto sea la primera fase de una invasión por civilizaciones alienígenas que estén usando nuestras estúpidas y arcaicas creencias contra nuestra estabilidad mental.

—Lo de estúpidas creencias no lo dirás por las mías, ¿verdad?

—No lo digo por ti. Lo digo en general. —Se estaba enfadando.

—Ya, pero yo entro en ese general —bufó—. De momento, tus causas tienen tanta validez como las mías —Sacudió la cabeza en incrédula negación—. ¿Realmente crees que esto está organizado por el hombre?

—Peores cosas se han visto.

—¿Como cuáles?

—Como las Guerras Mundiales, como los auto-atentados para justificar lo injustificable... entre otros muchos horrores caníbales. Siempre nos hemos organizado estupendamente para acabar los unos con los otros.

—Esto... es diferente —Apoyó su pequeña cara sobre una mano, mirando de soslayo al televisor—. Dios está intentando decirnos algo.

Los creyentes no suelen usar la lógica ni el empirismo; niegan de forma natural las evidencias en contra de sus creencias y te culpan cada vez que entras con una luz en la oscuridad, su amada oscuridad. Un creyente es, en esencia, un adorador del misterio, de lo oculto, y lo necesitan como el adicto necesita la sustancia que lo mantiene flotando. Es tan sencillo como eso.

—Pues yo creo —dije suavemente— que referirse a lo sobrenatural es poner de manifiesto que se niega, que no se puede asimilar nuestra naturaleza humana, su faceta perversa, orientada a la maldad. Si Dios quiere decirnos algo... ¿por qué no lo dice claramente y punto?, ¿por qué hay que estar siempre intentando clarificar si el mensaje es X o es Z y, encima, indagar si es Él o no quien lo expresa?

Esther me clavó la mirada, obviamente molesta.

—Muy bien. Imaginemos que vosotros, los escépticos, los incrédulos, estáis en lo cierto. Imaginemos que Dios no existe, que todo es una mierda mecanicista y que el hombre es un gusano hijo de puta capaz de todo con tal de engordar, sobre todo si es a costa de los demás. Supongamos que tenéis razón en todo, pero... ¿por qué os alegráis de que las cosas sean así?, ¿por qué os consideráis más inteligentes, evolucionados, que los creyentes?, ¿de dónde os viene ese aire de superioridad, ese regodeo en la crudeza, esos deseos de destruir las equivocadas creencias de los demás?

—Yo no me considero más inteligente que tú, ni estoy especialmente contento porque las cosas sean así. Pero en la vida pocas cosas hay que causen más daño que una creencia equivocada. Además, sois vosotros los que os sentís moralmente superiores a nosotros, por no hablar de ese paranoico complejo de persecución que ostentáis a la mínima ocasión. Y luego somos nosotros los malos, los diabólicos; pero las religiones han causado más guerras de las que se pueden contar, y la Inquisición se hinchó a quemar a gente viva. Me pregunto qué pensará Dios de todo eso —concluí.

Ella se levantó del sillón con un bufido de cansancio.

—Mira, por lo que a mí respecta, puedes seguir creyendo lo que quieras. Está claro que no nos vamos a persuadir mutuamente ni vamos a sacar nada de esto. Sólo déjame decirte que os veo francamente limitados para aprehender el universo en su grandeza, ciegos a las razones más allá de la Razón, encerrados y orgullosos de estarlo en vuestras trampas lógicas que poco tienen que ver con lo que ocurre ahí fuera.

—Muy bien, Esther, pues peor para mí entonces. Me alegro de que os sintáis queridos por Dios y siendo Uno con el universo. Ojalá yo pudiese también.

Durante unos minutos quedamos en silencio, mirando lo que nos ofrecía el televisor.

—¿Qué crees que debemos hacer? —dijo al fin, ladeando la cabeza para referirse al suceso probablemente más extraño acontecido en la Tierra.

Llevaba un rato pensándolo, así que las palabras fluyeron solas:

—Después de comer, voy a hacer lo que se suele hacer siempre en caso de incertidumbre extrema.

—¿A qué te refieres? —Sus ojos negros me miraron con interés.

—Voy a comprar y traer tanta comida y agua como sea capaz de cargar.

Creditos a: https://creepypastas.com

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