Discurso secreto

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El amplio auditorio del congreso se componía por altas y ostentosas paredes; la limpieza en la mayólica de los negros muros les daba un brillo monárquico y real, muestra del poder imperial con que se regía. Era una tarde de febrero del año 1956, los cuchicheos de los presentes revoloteaban en el auditorio, cada uno de ellos parecía estar emocionado por lo que iba a suceder. Eran lo más parecido a fanáticos esperando a ver a su ídolo, a la figura que idolatraban, y que mediante esa idolatría podían desempeñar los cargos que se les asignaban.

Los presentes, elegantes como de costumbre, eran personas que no bajaban de los cuarenta años, todos hombres de conocimiento, respetados ante la vista de los demás; algunos con cargos altos, otros sólo subordinados, pero todos compartían una misma ideología.

Se escucharon pasos a la par que el silencio se apoderó del recinto. Entonces un grupo de siete hombres tomó asiento en el escenario, excepto uno, que se mantuvo de pie frente al micrófono.

Los presentes en el auditorio, quienes se habían parado en señal de respeto, se acomodaron en sus asientos y fijaron la mirada en aquel hombre de sesenta y dos años ajustándose los pequeños lentes que usaba para tal ocasión, y ordenando los papeles que repasaba a último momento.

El señor alzó la vista hacia la multitud de gente que llenaba el auditorio; había un silencio sepulcral, y apenas había movimiento de parte de los presentes y de los seis sujetos que se hallaban sentados a espaldas de aquel señor.

—Camaradas —habló con imperativa voz el que estaba frente al micrófono—, ante este nuevo congreso, y representando al partido al cual corresponden las tareas humanitarias de esta gran nación, es mi deber hacerles saber de primera mano, temas de suma delicadeza, que no tuvieron en el pasado a un exponente capaz de ventilarlos transparentemente y concorde a los hechos.

El hombre hizo una pausa y aprovechó para tomar un sorbo del vaso de agua que tenía a su derecha. La ausencia de cabello en su cabeza reflejaba sutilmente el brillo de las arañas de luz que adornaban la parte alta del auditorio.

Por los siguientes veinte minutos emprendió un discurso criticando principalmente a su antecesor, y los errores que había cometido durante su estancia en el poder, el cual ahora le pertenecía plenamente a él.

Los presentes aún no asimilaban las palabras del nuevo líder, palabras que criticaban a su antecesor, quien todavía gozaba de popularidad por el progreso de la nación a pesar de su muerte. Las críticas del nuevo líder hacían énfasis en los problemas económicos que surcaba la nación actualmente y en la mala administración de políticas con los demás países. Luego de atacar el culto a la personalidad de su antecesor, volvió a probar un sorbo del vaso con agua que tenia al costado.

—Tenemos conocimiento también de que la ideología que representamos está cobrando fuerza en otros países fuera de nuestro continente —prosiguió el líder—. En Sudamérica y en Asia se están gestando nuevas agrupaciones que próximamente, a cargo del mando que tomarán, serán nuestras aliadas.

Los aplausos de los presentes enaltecían el ego del líder, quien no paró de hablar a pesar de las ovaciones.

—Ahora bien, con respecto al antagonista principal que tiene la nación, gracias a nuestra tecnología y esfuerzos hemos conseguido el arma definitiva que acabará por completo con los opositores que pretenden estancar nuestra expansión.

Esta vez no hubieron ovaciones, sino que se mantuvo más silencio de lo habitual, y no porque las palabras del líder no hayan sido claras, sino por la curiosidad de los presentes para conocer aquella nueva arma que tenían en su poder.

—Empezaremos inmediatamente las pruebas para lanzar el primer satélite espacial de nuestra nación, de tal forma que mediante la tecnología brindada por el grupo selecto de cosmólogos, podamos activar espacialmente las rejas que custodian al arma definitiva.

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